domingo, 11 de enero de 2015

LA CRÓNICA DE LA MÉXICO Ovación para Capea y sangre para El Conde

El confirmante Sotelo mantuvo una digna actuación toda la tarde

MARCO A. HIERRO, México D. F
Finalizaba en La México el derecho de apartado con un encierro de La Estancia bien presentado para el regreso de Alfredo Ríos El Conde junto a Pedro Gitiérrez El Capea para confirmarle la alternativa a Jorge Sotelo.

Le faltó continuidad y ritmo en la repetición al cárdeno primero, al que apenas le dejó tres verónicas y media el confirmante Jorge Sotelo antes de que se le aplicara el castigo en el caballo mientras derribaba con poder. Con mucho oficio provocó el torero las arrancadas en las chicuelinas de comprometido embroque con que simuló el quite. Pero le faltaron empuje por el pitón izquierdo y clase por el derecho al animal, al que le costó, por una razón u otra, tomar con franqueza la muleta más que digna de Sotelo. Firmeza y aplomo fueron las únicas armas que pudo mostrar el mexicano, con algún ramalazo de buen trazo. Terminó con manoletinas sin que llegase a prender el trasteo, que rubricó con una estocada caída.

Las verónicas con las que recibió Sotelo al cierraplaza fueron de los mejor de la noche, a lo que ayudó la claridad en la repetición del toro de La Estancia, que se empleó con humillación y calidad. Con la muleta tuvo que acoplarse al animal, que no regalaba las arrancadas pero sí tenía fijeza y humillación a la hora de tomar la tela. Supo también perderle pasos cuando el viajaba el viaje hacia las tablas y ganárselo cuando dibujaba el trazo hacia los medios, en una muestra de conocimiento del oficio. Se la puso en la cara y se la quitó en el final para azuzarle los viajes y mantuvo un tono más que digno durante todo el trasteo. Dejó una estocada entera y escuchó palmas.

Al segundo, abierto de palas y despegado del suelo, le costó entregarse en los vuelos del percal que le ofreció El Conde, de rodillas en larga cambiada, primero, en verónicas después. Fue duro el castigo en el jaco en el único puyazo que tomó, que fue de dos varas. También por chicuelinas fue el quite, con el toro de La Estancia midiendo cada arrancada y pensando mucho si acudir o no, el mismo comportamiento que tuvo luego, en el solvente tercio de banderillas que protagonizó El Conde. Y no fue fácil hacerse con la voluntad del cárdeno, informal y deslucido desde el inicio, rajado y desentendido en el final. Porfió con mucho oficio El Conde para extraer muletazos que fueron conjugándose cada vez mejor con las condiciones del toro. No levantó vuelo el trasteo, pero hubo mucha dignidad en la búsqueda del toreo de un voluntarioso Alfredo. Muy complicado se puso para matarlo, caminando de lado, lo que no impidió el estoconazo del jaliciense.

Una pintura era el berrendo en cárdeno que hizo cuarto, apretado de carnes y corto de manos, al que le faltó largura en el viaje, franqueza en los embroques y calidad en las verónicas que no pudo encajar El Conde por la tendencia del animal a venirse por dentro y ponerse por delante. Por eso buscó la pirotecnia de la crinolina para simular el quite, antes de un tercio de banderillas con más intención que acierto, ante la renuencia desclasada del berrendo. Demasiados capotazos de más los que se llevó el animal con los rehiletes, lo que le restó muletazos. Y los que tuvo, no gozaron de la entrega ni de la calidad de un animal muy deslucido, ante la deseperación del mexicano. Logró extraer algunos derechazos provocando mucho y dejando el trapo en los belfos, pero no tuvo contenido las arrancada del berrendo.

La falta de suerte en el sorteo provocó el regalo de un sobrero por parte de El Conde, un toro alto y montado que recibió con una larga de rodillas y un vistoso lanceo de capa que precedió a un picotazo para dejar al toro crudo. Quitó por fregolinas ante el regocijo del tendido y banderilleó con muchas facultades al animal de La Punta. Y fue en el inicio cuando repuso el toro y cogió dramáticamente al tapatío hiriéndole en el muslo. Allí se resabió el cárdeno y poco más que matarlo pudo Alfredo antes de pasar a la enfermería para ser operado.

El tercero, que remató en tablas en su salida, no se entregó a la pelea en las verónicas que le dibujó El Capea a modo de saludo antes de que se le diera lo suyo al visitar el peto. Fue brillante, después, el inicio de doblones con que se impuso Pedro al animal, con gobierno en la muñeca y temple en el trapo para que rompiese el toro. Y brillante fue el toreo con la mano derecha en el inicio, con el animal embistiendo con más codicia que fuerza, con el Capea acertado al pararlo y buscar la calidad del muletazo en lugar de la repetición. Menos acoplado el toreo al natural, por donde llegaba más atolondrado el de la Estancia y que bajó el nivel del trasteo. Dejó la estocada con facilidad, pero no prendió la labor para pasear trofeos.

Un tío por cualquier flanco era el quinto, un cárdeno al que recibió El Capea rodilla en tierra con una larga cambiada y con un manojo de verónicas, más asentadas a diestras que a siniestras. Esa misma seriedad la tuvo siempre en la mirada y en la intención. Toro de áspero trato, que volvió sobre las manos, buscó el tobillo y repuso las revueltas de un Capea que buscó las vueltas sin encontrar el premio. Con media estocada tendida no valió para despenar al cárdeno, duro de patas para caer mientras no acertaba Pedro con la cruceta.

FICHA DEL FESTEJO

Monumental Plaza México. Temporada Grande. Duodécima y última del derecho de apartado. Toros de La Estancia, bien presentados y con cuajo. Pasador de escaso viaje el espeso primero; deslucido y rajado el segundo; de calidad sin raza el tercero; deslucido el manso berrendo cuarto; áspero y complicado el serio quinto; humillado y con fijeza sin fuelle el sexto. Y un sobrero de regalo de La Punta, resabiado y complicado.

El Conde (obispo y oro): silencio, silencio y silencio tras aviso.

El Capea (grana y oro): ovación y silencio tras aviso.

Jorge Sotelo, que confirma la alternativa (manzana y oro): silencio y palmas.

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