El confirmante Sotelo mantuvo una digna actuación toda la tarde
MARCO A. HIERRO,
México D. F
Le faltó continuidad y ritmo en la repetición al cárdeno primero, al que apenas le dejó tres verónicas y media el confirmante Jorge Sotelo
antes de que se le aplicara el castigo en el caballo mientras derribaba
con poder. Con mucho oficio provocó el torero las arrancadas en las
chicuelinas de comprometido embroque con que simuló el quite. Pero le
faltaron empuje por el pitón izquierdo y clase por el derecho al animal,
al que le costó, por una razón u otra, tomar con franqueza la muleta más que digna de Sotelo.
Firmeza y aplomo fueron las únicas armas que pudo mostrar el mexicano,
con algún ramalazo de buen trazo. Terminó con manoletinas sin que
llegase a prender el trasteo, que rubricó con una estocada caída.
Las verónicas con las que recibió Sotelo al
cierraplaza fueron de los mejor de la noche, a lo que ayudó la claridad
en la repetición del toro de La Estancia, que se empleó con humillación
y calidad. Con la muleta tuvo que acoplarse al animal, que no regalaba
las arrancadas pero sí tenía fijeza y humillación a la hora de tomar la
tela. Supo también perderle pasos cuando el viajaba el viaje hacia las tablas y ganárselo cuando dibujaba el trazo hacia los medios,
en una muestra de conocimiento del oficio. Se la puso en la cara y se
la quitó en el final para azuzarle los viajes y mantuvo un tono más que
digno durante todo el trasteo. Dejó una estocada entera y escuchó
palmas.
Al segundo, abierto de palas y despegado del suelo, le costó entregarse en los vuelos del percal que le ofreció El Conde,
de rodillas en larga cambiada, primero, en verónicas después. Fue duro
el castigo en el jaco en el único puyazo que tomó, que fue de dos varas.
También por chicuelinas fue el quite, con el toro de La Estancia
midiendo cada arrancada y pensando mucho si acudir o no, el mismo
comportamiento que tuvo luego, en el solvente tercio de banderillas que
protagonizó El Conde. Y no fue fácil hacerse con la voluntad del cárdeno, informal y deslucido desde el inicio, rajado y desentendido en el final. Porfió con mucho oficio El Conde para extraer muletazos que fueron conjugándose cada vez mejor con las condiciones del toro.
No levantó vuelo el trasteo, pero hubo mucha dignidad en la búsqueda
del toreo de un voluntarioso Alfredo. Muy complicado se puso para
matarlo, caminando de lado, lo que no impidió el estoconazo del
jaliciense.
Una pintura era el berrendo en cárdeno
que hizo cuarto, apretado de carnes y corto de manos, al que le faltó
largura en el viaje, franqueza en los embroques y calidad en las
verónicas que no pudo encajar El Conde por la tendencia
del animal a venirse por dentro y ponerse por delante. Por eso buscó la
pirotecnia de la crinolina para simular el quite, antes de un tercio de
banderillas con más intención que acierto, ante la renuencia desclasada
del berrendo. Demasiados capotazos de más los que se llevó el animal con los rehiletes,
lo que le restó muletazos. Y los que tuvo, no gozaron de la entrega ni
de la calidad de un animal muy deslucido, ante la deseperación del
mexicano. Logró extraer algunos derechazos provocando mucho y dejando el
trapo en los belfos, pero no tuvo contenido las arrancada del berrendo.
La falta de suerte en el sorteo provocó el regalo de un sobrero por parte de El Conde,
un toro alto y montado que recibió con una larga de rodillas y un
vistoso lanceo de capa que precedió a un picotazo para dejar al toro
crudo. Quitó por fregolinas ante el regocijo del tendido y banderilleó
con muchas facultades al animal de La Punta. Y fue en
el inicio cuando repuso el toro y cogió dramáticamente al tapatío
hiriéndole en el muslo. Allí se resabió el cárdeno y poco más que
matarlo pudo Alfredo antes de pasar a la enfermería para ser operado.
El tercero, que remató en tablas en su salida, no se entregó a la pelea en las verónicas que le dibujó El Capea
a modo de saludo antes de que se le diera lo suyo al visitar el peto.
Fue brillante, después, el inicio de doblones con que se impuso Pedro al
animal, con gobierno en la muñeca y temple en el trapo para que
rompiese el toro. Y brillante fue el toreo con la mano derecha
en el inicio, con el animal embistiendo con más codicia que fuerza, con
el Capea acertado al pararlo y buscar la calidad del muletazo en lugar
de la repetición. Menos acoplado el toreo al natural, por donde
llegaba más atolondrado el de la Estancia y que bajó el nivel del
trasteo. Dejó la estocada con facilidad, pero no prendió la labor para
pasear trofeos.
Un tío por cualquier flanco era el quinto, un cárdeno al que recibió El Capea
rodilla en tierra con una larga cambiada y con un manojo de verónicas,
más asentadas a diestras que a siniestras. Esa misma seriedad la tuvo
siempre en la mirada y en la intención. Toro de áspero trato, que volvió sobre las manos, buscó el tobillo y repuso las revueltas de un Capea
que buscó las vueltas sin encontrar el premio. Con media estocada
tendida no valió para despenar al cárdeno, duro de patas para caer
mientras no acertaba Pedro con la cruceta.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental Plaza México. Temporada Grande. Duodécima y última del derecho de apartado. Toros de La Estancia,
bien presentados y con cuajo. Pasador de escaso viaje el espeso
primero; deslucido y rajado el segundo; de calidad sin raza el tercero;
deslucido el manso berrendo cuarto; áspero y complicado el serio quinto;
humillado y con fijeza sin fuelle el sexto. Y un sobrero de regalo de La Punta, resabiado y complicado.
El Conde (obispo y oro): silencio, silencio y silencio tras aviso.
El Capea (grana y oro): ovación y silencio tras aviso.
Jorge Sotelo, que confirma la alternativa (manzana y oro): silencio y palmas.
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