1. «Hay aficionados que se lo llaman a sí mismos porque van a menudo a las corridas de toros; pero que no ven, o mejor dicho, que no entienden lo que ven.
Para ellos, como para el vulgo, todas las suertes son iguales, y se
pagan más del éxito o resultado que ofrecen, aunque sea por causalidad,
que del modo con que se ejecutan. No aprecian las condiciones del ganado porque no lo conocen; y las cualidades más recomendables del lidiador no las estiman en nada, si no llevan el sello de la temeridad. Aplauden más al torero que salta, corre, va y viene sin ton ni son, estorbando las más de las veces, que al diestro inteligente que para y siempre está en su puesto; y él mismo se divierte y atiende con preferencia a una gritería en el tendido contra los anteojos de un silbante o la mantilla de una cursi, que a la ejecución de la mejor suerte del arte».
2. «Hay otra clase de aficionados que saben lo que ven, pero a quienes domina la pasión y
emplean su inteligencia en elogiar constantemente a determinados
toreros en todo y por todo, aunque alguna vez cometan un error, y censuran a otros, por más que en ciertas ocasiones rayen a gran altura. A unos y a otros se les conoce con facilidad, especialmente por los entendidos».
3. «Por último, hay, aunque son muy pocos,
aficionados inteligentes que, a fuerza de años, conocen perfectamente
las condiciones e inclinación de las reses, lidia que requieren, y
cualidades que distinguen a los lidiadores...»
Dicen que el mejor aficionado es aquel al que más toros le caben en la cabeza y el que mejor conoce el toro de lidia, desde su «cuna» del campo bravo. También dicen que al toro nunca acaba de conocérsele del todo, y ahí entraña el misterio de la bravura. El misterio del toro y del toreo.
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