lunes, 30 de marzo de 2015

Domingo de Ramos en Madrid. Fandiño, o lo que va del "¡Hosanna!" al "¡Crucifícalo!"

"...Puede decirse que Fandiño no le dio a la Plaza la ración de irracionalidad que ésta demandaba, pero acaso no se le pueda pedir más: a fin de cuentas no deja de ser un torero moderno..."


8 También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino.
9 Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
Marcos, 11

I. Se abre la puerta de cuadrillas y aparece, paso decidido, gris y oro con cabos blancos, Iván Fandiño. Viene a matar seis toros. El público se ha manifestado de manera inequívoca en el plebiscito llenando la Plaza como los días grandes de San Isidro. Esto es lo más importante de la tarde, que ante la llamada del toro la taquilla ha funcionado y la afición se ha ilusionado. Éste es el toque de atención que deberían recoger los que gestionan el negocio de los toros: que el anuncio de toros de verdad frente a uno que es capaz de asumir el riesgo de ponerse enfrente de ellos es algo que mueve a las gentes a ir a la Plaza.

Antes de iniciarse el paseo el matador recibe la cerrada ovación de reconocimiento de la afición. Mira Fandiño hacia un lado y hacia el otro y ve el óptimo resultado de su obra con los tendidos, las gradas, las andanadas, los palcos y las escaleras llenos de gente. Espectáculo de masas planteado a pelo, sin el trágala de un abono cautivo, en el que se avala la validez de lo propuesto en los carteles en una votación a favor con veinticuatro mil tíos pasando por la taquilla; veinticuatro mil indiscutibles síes escrutados a las seis de la tarde.

En el cartel, junto a Fandiño, Partido de Resina (antes Pablo Romero), Adolfo Martín, Cebada Gago, José Escolar,Victorino Martín y Palha: lo que nadie quiere matar con tal que se crea un poco figura, los toros proscritos por el mero hecho de ser diferentes. El ambiente en la Plaza propio de los grandes días, con la afición expectante y los de los cubatas y gintonics poniéndose morados, como si se fuese a promulgar al día siguiente la Ley Seca.

Fandiño hace el paseo despacio, alejado del peonaje, entre aclamaciones y hosannas y luego recoge parsimonioso una cerrada ovación en el tercio.

12 Respondiendo Pilato, les dijo otra vez: ¿Qué queréis, pues, que haga del que llamáis Rey de los judíos?
13 Y ellos volvieron a dar voces: ¡Crucifícale!
Marcos, 15

II. Muerto el sexto la plaza es un guirigay. Algunos ya han lanzado almohadillas al ruedo antes de doblar el toro, muchos muestran su desaprobación al conjunto de la tarde silbando, otros se fueron de la localidad durante la faena al sexto o a la muerte del quinto; la decepción que se manifiesta en las gentes es sólo el reflejo de la expectativa que se había creado, que cada cual nos habíamos creado. Caen más almohadillas mientras el torero se prepara para salir camino del patio de caballos. Las cuadrillas le arropan y parece que no quieren dejar al hombre atravesar en soledad los 61 metros y medio de arena que le han de llevar al día de después, que para él será aún más doloroso que el día presente. A esas horas, con las canales de los toros ya en el desolladero, cuando toda la suerte ha quedado echada, es cuando debería resplandecer la épica dimensión de la apuesta que había trazado Iván Fandiño eligiendo para su día de más responsabilidad los toros que detestan quienes entienden el toreo como un mero ejercicio esteticista, como un ballet con un convidado de piedra de cuatro patas y lengua babeante, como una hortera caricatura de la tauromaquia, pero el público -esa bestia feroz a la que se refería aquel gran aficionado y antitaurino que fue Eugenio Noel- no puede perdonar la desilusión, que para el hombre contemporáneo no se cifra en otra cosa que en habérsele hurtado la contemplación del triunfo de Fandiño, momento histórico, único e irrepetible, pues bien es sabido que la vida del hombre de nuestros días es una sucesión infinita de momentos históricos, únicos e irrepetibles. Es entonces cuando la decepción se vuelve griterío: ¡Crucifícale!

Fandiño sale de Las Ventas muy enfadado, camino de su particular Semana de Pasión.

III. La corrida de toros ha sido una interesante corrida de toros, seria, con comportamientos variados y planteando dificultades, como deben ser los toros. La gran duda de la tarde era esa ruleta rusa que es Pablo Romero, y esta vez tocó en el ya tradicional registro de blandura.

Medallito II, número 24 fue un toro precioso que adoleció de los defectos ya característicos de los pupilos de la divisa celeste y blanca. 

El Adolfo que hizo segundo, un serio cinqueño llamado Azafato, número 24, tenía que haber sido el del primer triunfo de la tarde. Fandiño se amontonó con él y, en mi opinión, los errores que cometió con este toro le lastraron ya toda la tarde. 

Primillo, número 7, de Cebada hizo tercero y trajo desde La Zorrera una enorme cantidad de inanidad y de encastada mansedumbre. 

El cuarto, Curioso I, número 11, de José Escolar fue un regalo para el aficionado del fuenlabreño, por serio, por listo y por el cuajo y el trapío que tenía. Fue al caballo con alegría, fue alegre a banderillas y a la hora del último tercio fue exigente y planteó las dificultades que debe plantear el toro de lidia y que no existen con la mona. 

El quinto, Garduño, número 63, de Victorino metió la cara con franqueza en los capotes en una embestida vibrante, derribó al penco de Rafael Agudo y se lastimó una pata, por lo que fue devuelto y nos quedamos sin verle, con lo que prometía. En su lugar salió otro Adolfo,Malagueño, número 14, toro serio y escurrido, también cinqueño, frente al que había que poner serios y firmes argumentos que el matador a esas alturas de la tarde ya no estaba dispuesto a plantear. 

El sexto, Bonito, número 149, de Palha, fue un toro desabrido y cobardón, que en seguida decidió no estar interesado en lo que se cocía en el ruedo, como la mayoría de los que estaban en la Plaza, incluido el matador.

IV. Lo hemos dicho mil veces y lo hemos visto otras mil: si el toro no embiste, entonces tiene que embestir el torero. Pienso en Fernando Lozano, en César Rincón, en Mariano Jiménez, en Domingo Valderrama, en Antonio Ferrera... en tantos que en un momento dado han puesto en el ruedo más raza, más fiereza y más rabia que el toro y han conseguido el triunfo denodadamente con la cierta promesa de que lo que allí había se ventilaba o bien en la Puerta Grande o bien en el hule del doctor Padrós. Ese planteamiento ambicioso y deliberadamente apasionado es lo que se echó hoy en falta en Fandiño, si acaso lo que él quería era el triunfo de puerta grande. No llega a conectar con el público realmente en ningún momento de su tarde porque las gentes ven ahí abajo a un torero mecánico; y, sin embargo, en los dos momentos que pone corazón: cuando el Escolar le viene a toda mecha hacia los medios y él espera y le da el muletazo sin inmutarse o cuando a ese mismo toro anteriormente le hizo unas chicuelinas de bastante ajuste, la Plaza es suya, dos momentos fugaces.

Puede decirse que Fandiño no le dio a la Plaza la ración de irracionalidad que ésta demandaba, pero acaso no se le pueda pedir más: a fin de cuentas no deja de ser un torero moderno.
 
El Cartel
 
 

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