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El bravo quinto cogió al reaparecido torero en banderillas en una paliza dramática antes de que cortale las orejas; Ponce, sabio con el complicado cuarto, le acompañó a hombros.
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Brindó el toro que lo cogió a su hija Tana con el rostro ensangrentado
Momento de la cogida de Rivera Ordóñez.
AGUSTÍN ARJONA
ZABALA DE LA SERNA Olivenza
La faena tuvo la emoción de la buena casta del ejemplar de Victoriano del Río, un gran toro que perdida la chispa pedía el toreo. Rivera cojitranco hizo lo que pudo o supo. Lo que puede o sabe. Como lo mató a ley, le entregaron las dos orejas como cuidados paliativos para su recuperación, más factible corporal que artísticamente.
A Francisco R. O. le habían ovacionado de salida con el toro de su reaparición y le silenciaron al final de un sinfín de pinchazos desde la periferia de la Ruta de la Plata o la lata. Entre tanto, un toro de poquito cuello y escasa humillación pero bueno para que Rivera fuera tal como era, al hilo y sin cintura. Tocó la banda del maestro Tejera, la de la Maestranza, para la ocasión, que ya que no va la Mahoma/Morante a la montaña que venga una parte de la montaña al profeta. Así que volvió a sonar a gloria con el genio de La Puebla en fuga de Sevilla, fuego e incendio de todas las polémicas últimas.
Rivera y Ponce, a hombros.
AGUSTÍN ARJONA
El gozo del lento acompañamiento morantista de la mano derecha en las líneas naturales del toro causó alboroto. Morante es diferente incluso en el toreo por fuerita de no forzar a un enemigo sin fondo ni para serlo. El cambio de mano por delante, un molinete invertido por detrás, esbozos de naturales de bella composición. No hubo para más aunque hablen los portales de faenón o de que se rompieron cuatro botijos y tres camisas: saludos. Hay un Morante superior, más embrocado y puro. Tragan con todo.
Enrique Ponce acumula en su currículo los mismos años que la Feria de Olivenza: 25. Desde sus bodas de plata brindó a Rivera Ordóñez por su regreso. Entre veteranos andaba la cosa: la terna sumaba 119 años. El toro de Domingo Hernández que remendaba la corrida no merecía ser brindado por su flojedad corpulenta y torpeza pezuñona.
A Ponce le esperó un cuarto de mayor trapío de Victoriano del Río al que nadie veía posibilidades y sólo dificultades en los tercios previos. El maestro de Chiva creyó en su poder de toque y en su ciencia de paciencia, que al final es un compendio de valor, fe y afición. Medía el bruto en la soba y más por el izquierdo con algún extraño con la distancia suficiente para reaccionar. Ahí se rajó el toro a tablas, donde EP le explotó las querencias y los adentros con sabiduría. Cosida y tapada la cara. Ponce siempre fue un portento ahí y su extensa carrera se jalona de éxitos que nadie ve, por los que nadie apuesta y fundamentalmente de marcadas querencias.Para interpretar esos toros, no hay otro. Con un espadazo cabal le arrancó literalmente las orejas.
Morante ya con las luces artificiales y la noche a cuestas se iluminó con el burraco sexto por verónicas serenas y mayúsculas. Suelto de carnes el toro de don Victoriano y contado el poder, el inicio de quebranto por alto agarrado a las tablas no era precisamente de ayuda. Gusto por las dos manos con la trémula embestida que se quedó prontamente corta. Torería sin posibilidad. Una estocada tendida dio pie a la habilidad morantista con la puntilla, fallida esta vez. Para eso, mejor Agapito o Lebrija. No sé.
Twitter: @zabaladelaserna
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