Ferrera recibe
al primero con lances reposados, ganando terreno. La res va bien pero,
pronto, comienza a flaquear. El matador se luce en el tercer par de banderillas,
por dentro, arriesgando. Con la muleta se muestra tranquilo, pausado.
El toro se ha apagado mucho y el trasteo, correcto, carece de emoción.
Se le va la mano con la espada.
En el cuarto, logra un espectacular tercio de banderillas:
el primer par, dando una vuelta en la cara del toro; el segundo, citando
de espaldas para quebrar, en el centro del ruedo;
el tercero, con dos quiebros, en tablas. Con esfuerzo, va arrancando
muletazos, algunos estimables, deslucidos por la embestida del toro, muy
cansina. (Cansino era Rita Hayworth: otra cosa). La estocada queda
desprendida.
Vuelve Fandiño
a un coso de primera, después de la tarde triste de los seis toros de
Madrid. El segundo embiste con poco celo. Enseguida lo lleva al centro
pero el toro, muy paradito, no se entrega. Tampoco parece que lo haga el
torero. Mata bien, eso sí.
Mezcla de colores
El quinto, «Lector»,
aparece en el programa como toro sardo: una mezcla de los colores
negro, blanco y colorado, sin que predomine ninguno (como la capa
remendada de un estudiante, dice Paco Media Luna). Éste parece más bien burraco,
lo colorado apenas se ve. La fuerza, tampoco, aunque es manejable. Los
muletazos de Fandiño no logran eco. No lo ve claro ni al matar (una de
sus grandes armas). Evidentemente, ha salido «tocado» de Las Ventas: es
lógico pero tiene que sobreponerse. Recuerdo la manida frase: «El fútbol
es un estado de ánimo». Y el toreo, ¿no lo es? Marcial Lalanda
me contaba que, en sus horas bajas, mandaba a su pierna: «¡Ponte ahí!
¡Quédate quieta!» Y la pierna no le obedecía... Deseo que Fandiño
reaccione cuanto antes.
Pepe Moral
arrancó en el último momento una oreja, en la decepcionante corrida de
Montalvo. Luce un estilo de muletero clásico que agrada a muchos
aficionados. El tercero sale con algo más de gas pero pronto flaquea. Dibuja verónicas y
lo brinda al público: después de dos pases cambiados, conduce las
nobles embestidas con firmeza y templanza, bajando la mano, alargando el
viaje. Por la izquierda, se queda muy cortito y ha de recurrir a varios
toques. Con gran decisión, receta un espadazo trasero pero el toro tarda en caer. Está bien que se recupere el premio de la vuelta el ruedo.
A media altura
Devuelto por flojo el quinto, sale otro de la misma ganadería, al que recibe con verónicas suaves. Casi no pican al toro, que se mantiene con pinzas. Lo cuida, muletea a media altura, muy templado. Consigue algunos naturales buenos pero el toro se va, sale suelto, no transmite nada. No ha logrado salvar la tarde en el último momento, como la vez anterior.
La corrida ha sido preciosa... en las fotografías:
mucho mejor de estampa que de casta y fuerza. No son tan decisivas las
hechuras como opinan algunos taurinos. Al comprar un coche, conviene atender al motor, más que a la carrocería.
Decepción final: todo ha sido como un guiso sin sal.
Sin la sal de la casta brava, ingrediente indispensable de este
espectáculo. A la salida, escucho la exclamación de una señora: «¡Qué
horror! ¡No vuelvo!» Y, enseguida, matiza: «Por lo menos, hasta mañana,
si Dios quiere». Estamos de acuerdo.
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