miércoles, 20 de mayo de 2015

Sebastián Castella: «En Madrid hay que olvidar el instinto de supervivencia»

Trébol de desafíos en la plaza más importante del mundo. La máxima figura de Francia se anuncia tres tardes en San Isidro, una feria que le encanta, que saca lo más hondo del torero y que augura va a ser «apasionante». Emociones ha despertado su toreo en tardes inolvidables, alguna bajo la lluvia que no cesaba. Cuenta con el respeto de Las Ventas, el escenario que da grandeza y la arena en la que las medias tintas no sirven. Su filosofía es la verdad. Y con ella llega Sebastián Castella a la capital.

-¿Ganas de pisar Madrid?

-Muchas. Dentro de las incertidumbres y miedos que uno puede tener, están las ilusiones.

-¿Qué desprenden los ladrillos de ese patio de cuadrillas?

-Historia. Tantos toreros que han pasado por ahí... Desprenden respeto, admiración, emociones, ilusiones y miedos. Muchos miedos. Pero esos miedos son importantes y se consigue dominarlos. Cuando vas con el capote liado, dejas los ladrillos y pisas la arena, se desata otra emoción. En una plaza de este calibre pasan tantas cosas que faltaría tiempo para describirlas.
-Dicen que Madrid es el tribunal más exigente. ¿Es también el más justo?

-Por supuesto, por encima de todo. Exige tanto el aficionado que paga su entrada como el toro que sale a la plaza. Madrid, sin quitarle mérito a ninguna plaza, es la capital del toreo. Es normal que sea exigente. El público quiere y pide un esfuerzo sobrehumano y sobrenatural, pero también te lo exige el toro que está delante. Ligado a eso, está la justicia y la verdad. Si son duros, son más justos todavía. 

-Dice usted que lo duro realmente en Madrid no es el público, sino el toro. 

-Para mí, sí. El toro es el más difícil porque, sencillamente, es el que da y quita. Afortunadamente, yo he conseguido un estatus grande en Madrid, triunfando muchas tardes y otras sin poder hacer nada, pero el público siempre me ha respetado. Me ha respetado muchísimo porque hay que salir a jugarse la vida, con la verdad por delante. Cuando sales con esa verdad, aunque la materia prima no te deje expresarte de ninguna manera, ellos saben que has salido a dar el cien por cien.
-Por lo que expone, los espectadores notan ese instinto de supervivencia que los toreros tienen más presente unas tardes que otras. 

-En Madrid ese instinto de supervivencia hay que olvidarlo. Es muy fuerte lo que digo, pero es así. ¿Por qué? Todas las tardes no se torea en Madrid. Cada torero tiene una personalidad, una manera de interpretar y vivir el toreo, pero si no eres un torero que salga a la plaza a jugarse la vida, a ser honrado con la profesión y con la afición que paga, mejor no vestirse de torero. Hay que estar dispuesto a darlo todo.

-Parafraseando a Antonio Ordóñez, parecen esas tres o cuatro tardes al año en las que hay que estar dispuesto a morir...

-Le responderé como decía otro monstruo: «Se hará lo que se pueda».

-Apuesta por adolfos. Y sin haberlos olido en ningún otro escenario. Tiene mérito plantarse frente a ellos directamente en el corazón capitalino.

-Tenía ganas de hacerlo y me anuncié. Me apetecía. Me estoy preparando para ello. Intentaré estar al nivel que se merece la afición, la plaza, la ganadería. Después, Dios dirá. Y el toro. Y yo también. Es un reto y espero encontrarme a la altura, pero aquí hay que hablar con la muleta.
-¿Es más importante la mente que la preparación física en este caso?

-Ambas. Una ayuda a la otra. No vale solo hacer, por ejemplo, yoga. O si te preparas físicamente y luego dejas la cabeza en el hotel, tampoco sirve. Tienen que estar preparados el cuerpo y la mente. El día a día es lo importante. Y yo creo que va a ser una feria apasionante.

-El cartel del día 27 fue el primero en colgar el «no hay billetes», con Morante y El Juli. ¿Presiona más?

-No. Es un cartel que tiene mucho tirón, con un ambientazo tremendo. Presión que tengan los demás. Ya llegará esa tarde, antes está el 21 [hoy, con Núñez del Cuvillo, Urdiales y Talavante]. 

-En la segunda compartirá cartel con el torero y la ganadería de su exapoderado.

-Me parece muy bien.

-¿Qué diferencias nota entre Luis Manuel Lozano y Manuel Martínez Erice?

-Son dos grandes profesionales con maneras distintas de trabajar y personalidades distintas. El camino de un torero es largo, son muchos años y etapas. La verdad es que soy afortunado de haber encontrado a ambos, porque son dos personas que me han aportado (y aportan), cada uno en su momento.
-Picasso, al que tanto admira, sentía verdadera obsesión por el toro. ¿Es el toro también la mayor obsesión para el torero?

-La verdad es que sí, pero una obsesión positiva. El toro es nuestro compañero, al que desafiamos cuando estamos delante de él, que nos pone a prueba y con el que tenemos que superar muchas dificultades que nos presenta. También nos da esas alegrías y esos momentos de poder hacer el toreo artísticamente como uno lo hace de salón. Forma parte de nuestra vida. El toro puede ser la obsesión… Y mire qué resultado tuvo con Picasso.

-El genio del minotauro. ¿Se ha sentido alguna vez mitad hombre, mitad toro?

-Ahora que lo dice, mi maestro, José Antonio Campuzano, me aseguraba en mis principios que para saber torear bien hay que saber embestir muy bien. Había que moverse y respirar como el toro, sentirse toro. Es necesario meterse en su piel y aprender a embestir bien para aprender a torear, porque lo primero es entender al animal. Por lo que entonces, sí: en muchos momentos me he sentido minotauro.

-¿El toreo se siente, se entiende o se vive?

-Todo a la vez, porque sin sentirlo y entenderlo no se puede vivir.
-¿Qué es el arte según Sebastián Castella?

-Sencillamente son momentos. El toreo es un arte efímero, a mi modo de entender, de vivir y de saber. Son momentos de genialidades, de dificultades, de incertidumbre. Y hay un momento en que lo que haces de salón lo consigues en la plaza. Ese instante en que se lo transmites al público es arte.

Cuando dicen eso de «es un torero de arte», eso no existe, eso son toreros de pellizco. El arte lo puede tener cualquier torero. A mi entender, son momentos que uno trabaja horas y horas delante del espejo. Y llega un día en que se conjunta con el animal en la plaza y entonces surge el arte, que no tiene por qué ser una faena completa. El arte son momentos.

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