Castella corta una oreja de un gran sobrero
de El Torero, Urdiales suma adeptos a su culto y Talavante deja detalles
la tarde en que Cuvillo no funcionó
MARCO A. HIERRO
Cantaba la cigarra, alegre y despreocupada, cuando soplaban a favor
los vientos y nadaba en la abundancia. Cantaba aunque desafinase,
templada unas veces, maravillosamente otras, afónica en ocasiones y para
matarla en otras cuantas, pero cantaba.
Cantaba la cigarra porque no existían para ella los inviernos, mientras
la hormiga conjugaba el verbo soñar trabajando el sacrificio para que
supiera mejor el sueño. Hoy el destino le dio el premio a la cigarra talentosa, pero se fueron los sueños con la trabajadora hormiga.

La cigarra se permite tirar cartas y tirar lineas cuando la afogonan
las fechas porque sabe que habrá más cuando lleguen los calores, que no
dejará de haberlas mientras se crucen los charcos. La hormiga siente
cada tarde como la última del verano, la vive con la entrega de quien
persigue su pan con el sudor de su frente, el supurar del recuerdo y el
sangrar continuo y caliente de quien busca la distinción. Hoy se llamó
Castella la mejor versión de la cigarra cantarina, que lavó su mejor
cara con el sobrero de la humillación; pero se llevó la hormiga, en el
vestido de Urdiales, a Madrid en el corazón.

Cantó la cigarra francesa con ese sobrero quinto que resbaló los
bigotes por la arena de Madrid. Vertical, majestuoso, templado y suave
para ir a más Castella, que dejó una docena de lances ganando el paso a
los medios sin gana alguna de rematar lo que sabía obra encajada.
Generoso el negro toro de El Torero en la humillación, en el galope, en
el tranco, en la entrega. A más en el empleo, agradecido a la tersa tela
que manejaba el mismo galo que se había puesto bruto con el deslucido
segundo. Era el mismo, sí, el que ejercía de cigarra y tiraba de oficio y
temple para ofrecerle distancia, recoger con pulcritud, trazar con el
alma desbocada y asentarse como si no hubiera un después. Porque tiene
valor Castella para atropellar mil razones, pero sólo cuando encuentra
una usa el pulso para enamorar. Esos fueron siempre los tres primeros
trazos, latidos más que trazados, profundos, diáfanos y limpios. Pero
también dejó un cuarto de no cuidar un detalle y un pectoral a la
trágala que impedían redondear. Porque el toro era de finca, y había
salido en Madrid, donde se mete en el alma ese cambio de mano
monumental, pero sólo llega a puerta -la grande- lo que carece de peros.
Y ese pero se le llevó una oreja a la mejor cigarra.

La hormiga, que no tiene fechas de frío para cambiarse los aires,
llevaba todo un invierno soñando la colocación perfecta para ejecutarla
hoy. Da igual que sea en Madrid, en Pernambuco o debajo de una encina
cuando se desnudan los ideales para destapar la verdad. Ese cuarto de
hechura fea, largo cuello, mano alta y eterno lomo debía examinar los
conceptos. Y Diego le dio los frentes, se encaró en el medio pecho, le
sacó tela despacio y se la puso en el belfo para que oliera un torero.
Luego le limó esquinas con el talón enterrado, le disparó la diestra al
frente y se fue con la cadera hasta que no hubo final. Allí se esconde
el misterio, le dijeron a la hormiga, que lo quiso buscar despacio, como
se muere un reloj. Se arrojó a las trincheras cuando ya no hubo viaje, y
le duró tres mundos el que mejor se sintió; cadente, despacioso,
deletreado y puro para morir en la corva sin importar la exposición.
Madrid en pie reconociendo a la hormiga. Paladeando el tore

Tan cigarra como hormiga es el Talavante de hoy, porque carece de
inviernos, pero se busca en silencio, trabaja en los interiores para
lucir el talento, y se desgrana en percales o decide cambiar de vientos.
Ambas cosas dejó hoy sobre el ruedo de Las Ventas. Porque meció la
verónica con la cintura encajada cuando aún le duraba el resuello al
humillador tercero. A ese le consintió tarascadas, le limpió los
embroques y le soportó finales de protesta feble por su falta de
condición. Tanto que le volvió ancas el desrazado animal cuando la zurda
imperiosa le aplastó las esperanzas. Pero también reflejó apatía y le
pudo la desesperanza cuando le comunicó el sexto la carencia de
cualidades. Y se fue entre pitos el incomprendido mago, que hoy se
concedió un respiro en su reencontrada ambición.
Entre tanto, los cuvillos, que se fueron por el suelo con el soplido del viento. Y eso que no vino Eolo a presenciar la función.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, décimo cuarta de abono. Lleno en los tendidos.
Seis toros de
Núñez del Cuvillo,
desiguales de presencia, hechura y tipo, pero parejos en carencias. De
fuerza fundamentalmente. De buena clase sin fuerza el primero;
deslucidote y sin emoción el segundo; desrazado y protestón de cara
suelta el tercero; bruto, desclasado y sin ritmo el cuarto; devuelto el
quinto por blando; deslucido y sin poder ni voluntad el sexto. Y un
sobrero, quinto bis, de
El Torero, enclasado, codicioso y con ritmo, ovacionado en el arrastre.
Diego Urdiales (sangre de toro y oro): silencio y vuelta al ruedo tras dos avisos.
Sebastián Castella (grana y oro): silencio tras aviso y oreja tras aviso.
Alejandro Talavante (nazareno y oro): silencio tras aviso y pitos.
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