miércoles, 24 de junio de 2015

Homenaje alicantino al maestro Manzanares

Sus hijos, Manuel y José María, y Ponce le brindan una triple puerta grande en la feria de Hogueras

Homenaje alicantino al maestro Manzanares
torosalicante
Manuel Manzanares, Ponce y José María Manzanares, a hombros

andrés amorós
La fiesta de San Juan cristianiza el solsticio de verano: es la noche más corta del año. En La Lanzada, las mozas buscan la fertilidad, con un baño de nueve olas. En Soria, los mozos brincan sobre las cenizas ardientes. En Asturias, los jóvenes buscan el trébole. En todo el Mediterráneo, florecen las verbenas, los fuegos artificiales. Con las Hogueras de San Juan, los alicantinos expresan su alegría de vivir: barracas, ninots, bandas, «mascletaes»... Se abrazan aquí el fuego y el agua, la «cremá» con la «bañá». Antes, por la tarde, ¡a los toros!

Este año, se ha dedicado la Feria a un gran maestro alicantino, José María Manzanares. Hace dos años, Ponce brindó su primer toro a los cuatro miembros de la dinastía: Pepe, el abuelo; los dos José María, padre e hijo; el rejoneador, Manuel. Esta tarde, torea Ponce con los dos jóvenes. En un ambiente muy sentimental, los tres cortan orejas y salen a hombros.

Lidia correctamente Manuel Manzanares al primero pero su flojedad desluce todo, al derrumbarse dos veces. Mata a la tercera. El cuarto sale con pies pero también flojea mucho. Manuel se entrega, clava certero con «Príncipe», acierta con el rejón de muerte: dos orejas.

Ponce brinda su primero al cielo y a las hijas del maestro fallecido. Con sabiduría, Enrique lo mantiene, templa con suavidad. Al final, ya sometido el toro por completo, desmaya los muletazos, con armonía. Suena un aviso pero logra una gran estocada: dos orejas premian una faena impecable, de maestro. Lidia bien al quinto, que saca buen fondo y cuaja una faena completa, relajada, con grandes naturales y poncinas brillantes. Pierde trofeos con la espada; si lo hubiera matado como al otro, le hubieran pedido con justicia el rabo.

El segundo de Núñez del Cuvillo, de pobre presencia y cómodo de cabeza, flojea, sólo recibe un picotazo pero saca cierto genio. Con gran facilidad, José María lo mete en el cesto, corre la mano, vaciando toda la embestida; aprovecha la querencia a tablas del toro para ligar circulares invertidos. Una faena inteligente, rematada con un contundente espadazo: dos orejas. Pica bien al último Barroso, saludan Curro Javier y Luis Blázquez. Dibuja José María muletazos mandones y estéticos, que levantan un clamor. Otro estoconazo: otras dos orejas y generosa vuelta al ruedo al toro. Manzanares da la vuelta con un niño, su hijo: ¿un eslabón más de la dinastía? Un feliz remate para el homenaje a un gran torero.

Postdata. En un hermoso romance, el conde Arnaldos ve venir una galera, la mañana de San Juan, y escucha una canción bellísima, que «la mar hacía en calma, / los vientos hace amainar». El marinero que la canta le dice una frase enigmática: «Yo no digo mi canción / sino a quien conmigo va». Si no participamos, no podremos vivir ninguna experiencia estética. Me ha parecido escuchar esa canción, al disfrutar con la armonía del toreo clásico de Ponce y Manzanares, como preludio a la noche mágica del fuego y el agua.

Ficha de la corrida

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