Sus hijos, Manuel y José María, y Ponce le brindan una triple puerta grande en la feria de Hogueras
torosalicante
andrés amorós
Este año, se ha dedicado la Feria a un gran maestro alicantino, José María Manzanares.
Hace dos años, Ponce brindó su primer toro a los cuatro miembros de la
dinastía: Pepe, el abuelo; los dos José María, padre e hijo; el
rejoneador, Manuel. Esta tarde, torea Ponce con los dos jóvenes. En un
ambiente muy sentimental, los tres cortan orejas y salen a hombros.
Lidia correctamente Manuel Manzanares
al primero pero su flojedad desluce todo, al derrumbarse dos veces.
Mata a la tercera. El cuarto sale con pies pero también flojea mucho.
Manuel se entrega, clava certero con «Príncipe», acierta con el rejón de
muerte: dos orejas.
Ponce brinda su primero al cielo y a las hijas del maestro fallecido. Con sabiduría, Enrique
lo mantiene, templa con suavidad. Al final, ya sometido el toro por
completo, desmaya los muletazos, con armonía. Suena un aviso pero logra
una gran estocada: dos orejas premian una faena impecable,
de maestro. Lidia bien al quinto, que saca buen fondo y cuaja una faena
completa, relajada, con grandes naturales y poncinas brillantes. Pierde
trofeos con la espada; si lo hubiera matado como al otro, le hubieran
pedido con justicia el rabo.
El segundo de Núñez del Cuvillo, de pobre presencia y cómodo de cabeza, flojea, sólo recibe un picotazo pero saca cierto genio. Con gran facilidad, José María lo
mete en el cesto, corre la mano, vaciando toda la embestida; aprovecha
la querencia a tablas del toro para ligar circulares invertidos. Una
faena inteligente, rematada con un contundente espadazo: dos orejas.
Pica bien al último Barroso, saludan Curro Javier y Luis Blázquez.
Dibuja José María muletazos mandones y estéticos, que levantan un
clamor. Otro estoconazo: otras dos orejas y generosa vuelta al ruedo al
toro. Manzanares da la vuelta con un niño, su hijo: ¿un eslabón más de la dinastía? Un feliz remate para el homenaje a un gran torero.
Postdata. En un
hermoso romance, el conde Arnaldos ve venir una galera, la mañana de
San Juan, y escucha una canción bellísima, que «la mar hacía en calma, /
los vientos hace amainar». El marinero que la canta le dice una frase
enigmática: «Yo no digo mi canción / sino a quien conmigo va». Si no
participamos, no podremos vivir ninguna experiencia estética. Me ha
parecido escuchar esa canción, al disfrutar con la armonía del toreo
clásico de Ponce y Manzanares, como preludio a la noche mágica del fuego
y el agua.
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