miércoles, 15 de julio de 2015

Una mediocre «Feria del Toro», con poco toro bravo y poco toreo de calidad


Paco Aguado.  Madrid. 

 La estadística de dieciocho orejas cortadas y las cuatro salidas a hombros registradas durante los diez días de festejos no es suficiente para obviar el mediocre nivel artístico y ganadero que ha tenido la feria de San Fermín de 2015. Ese título de exigencia que desde finales de los años 50 del pasado siglo le añade al ciclo su calificativo de «Feria del Toro» es precisamente el aspecto que más ha fallado este año, pues poco más allá de media docena de ejemplares han dado un juego mínimamente bravo ante caballos y muletas. Voluminosos y cornalones, como es demanda tradicional de esta plaza, pero no siempre con un trapío armónico y adecuado para la lidia, la inmensa mayoría de los cuatreños y cinqueños (que han sido el sesenta por ciento de los lidiados) ofrecieron muy pocas o nulas opciones por su generalizada falta de casta y de fondo físico, ya fueran de ganaderías «duras» o de las otras.

Tanto es así que la Casa de Misericordia ha optado dejar desierto el premio a la mejor corrida del ciclo por primera vez en 27 años, mientras que el galardón al toro más bravo se concedió a un ejemplar de José Escolar que aportó únicamente las simples virtudes de la nobleza y la movilidad.

Algún astado suelto de Jandilla, de Victoriano del Río, de Fuente Ymbro o incluso de Miura, más el lote completo de Domingo Hernández, por su nobleza o ductilidad, se llevaron el justo aprobado, mientras que decepcionaron todos los demás. Ante tal panorama ganadero no es de extrañar que no se hayan visto sobre la muy descuidada arena de la plaza faenas de gran dimensión artística, de toreo puro y calidad, mientras que la mayoría de los triunfos sólo llegaron por la vía de la determinación o de la épica. Ese fue el caso de el triunfador numérico del abono, el joven madrileño López Simón, que tiró de ambición y de ganas para cortar tres orejas (alguna generosamente concedida por el alcalde de Bildu, Joseba Asirón) en día del Patrón y ante una corrida de Jandilla medida de raza. Otra de las cuatro salidas a hombros por la puerta del encierro la protagonizó el murciano Paco Ureña, que, a base de pureza y firmeza de plantas, se llevó a cabalidad una oreja de un exigente toro de Escolar y otra más del ejemplar premiado como tuerto en el país de los ciegos. Las otras dos salidas triunfales de estos sanfermines fueron las de los madrileños Miguel Abellán (con el mejor lote de Fuente Ymbro) y El Juli (éste con los de Domingo Hernández), sólo que por faenas voluntariosas y de más cantidad que calidad, muy a favor de corriente de la jarana del tendido. Con idéntica benevolencia festiva, y por mayores o menores méritos, se concedieron otras orejas a Sebastián Castella, Iván Fandiño, Eugenio de Mora, Miguel Ángel Perera o Manuel Escribano, aunque casi todas de escaso peso específico. Asimismo, no hubo euforia en la corrida de rejones, en la que sólo triunfó sin ruido Hermoso de Mendoza, mientras que en la novillada inaugural se magnificó un tanto la efectista faena del peruano Roca Rey. A tenor de estos pobres resultados artísticos y del bajo nivel ganadero, parece como si, con llenos asegurados y con la «marca San Fermín» capeando sobradamente la crisis, las corridas hubieran perdido en Pamplona la entidad exigida a una plaza de primera categoría. Pero, aunque la espectacularidad del encierro parezca imponerse sobre todo lo demás, la corrida de la tarde sigue siendo tanto el motivo de la famosa carrera matinal como el epicentro de una fiesta que necesita que sobre la arena vuelva a haber motivos más concretos y justificados para la emoción y la euforia de estas fiestas sin igual.
 

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