Los anteriores festejos han durado dos horas y tres
cuartos. Es lo habitual, ahora, pero es excesivo. Ante todo, por los
fallos con la espada: el viernes, sonaron nada menos que siete avisos.
Eso, antes, se hubiera considerado un desastre; ahora, «no passa nada»
(la expresión del maestro Antonio Burgos, para retratar la España
actual); un diestro que ha recibido cinco avisos dice que hay que
quedarse con lo bueno... Además, abundan los tiempos muertos y se han
puesto de moda las faenas inacabables: cuando el toro está ya «pidiendo la muerte» (sabia
expresión clásica), el diesro sigue dando circulares invertidos,
manoletinas, bernadinas y toda clase de «inas»... Es un profundo error. Gregorio Sánchez mató seis toros, en Madrid, en menos de hora y media, cortó orejas y salió a hombros.
En el cartel del día grande de San Jaime, la moda actual de un rejoneador y dos diestros. Por muy bueno que sea Pablo Hermoso de Mendoza,
no me gusta. Prefiero lo tradicional: un rejoneador y tres espadas (por
ejemplo, López Simón, la gran revelación de la temporada).
En el primero, Hermoso levanta olés
en los quiebros y galopa a dos pistas con «Berlín»; «Viriato» le deja
llegar muy cerca; con «Pirata» remata la faena, de impecable clasicismo:
oreja. Con «Napoleón», lidia perfectamente al cuarto: como un buen
muletero, con suavidad, sin dar un tirón. «Disparate» hace honor a su
nombre (en el buen sentido), levanta un clamor. Mata a la segunda - el
único pero a una labor casi perfecta – pero logra otra oreja y la salida en hombros.
El primer cuvillo es bondadoso pero tiene las fuerzas justas. Castella liga aceptables muletazos,
deslucidos por las caídas de la res. Ni el arrimón final aporta la
emoción que el soso toro no tiene. Mata a la primera pero escucha un
aviso. En el quinto, bravo en varas, se luce en un quite Víctor Manuel
Blázquez, el sobresaliente. Comienza Castella haciendo el poste; aguanta
con firmeza las encastadas embestidas pero se producen enganchones. Una labor afanosa, prolongada con alardes de valor. Suena el aviso antes de entrar a matar. Logra una buena estocada: dos generosas orejas.
El tercero va dos veces de largo al caballo y derriba. Saludan Curro Javier y Luis Blázquez.
El toro es noble, repite. Manzanares lo engancha en muletazos con
empaque, sin apreturas. Su estética mediterránea encandila a este
público; sobre todo, en algún cambio de mano que no acaba nunca... El
toro ha sido excelente: algunos llegan a pedir el indulto. Entrando de
muy lejos, como suele, logra un estoconazo: dos orejas y justa vuelta al
ruedo al buen toro. Recibe con una larga de rodillas al último, que
rueda por la arena después de la primera vara. Vuelve a lucirse su
cuadrilla. José María, arropado por su público, traza elegantes derechazos, da pausas, pero el toro flaquea, se apaga, no cabe lucimiento. Vuelve a matar con eficacia.
Los tres salen a hombros. La tarde ha sido triunfal,
típicamente valenciana, pero el festejo ha durado más de dos horas y
media: demasiado. Además de rito y cultura, una corrida de toros es un
espectáculo: como en todo espectáculo, la duración es básica, determina
en gran medida el entusiasmo o el aburrimiento del público. ¿Lo
aprenderán, alguna vez?
POSTDATA. Ha declarado Alfred Bosch, de Esquerra,
sobre la retirada del busto de don Juan Carlos, en el Ayuntamiento de
Barcelona: «Peor habría sido reventarlo». No cabe duda. Este mismo
personaje, que apoyó a Gibraltar para liberarlo de España, es el que más
se opuso, en el Parlamento, a la declaración de la Tauromaquia como patrimonio cultural. (Pero sí que aceptó el Premio «Josep Pla»: un escritor ahora denigrado por «franquista»). Todo encaja.
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