viernes, 14 de agosto de 2015

ILLUMBE: No son asesinos Hermoso, El Juli y Perera

La belleza natural de esta ciudad, la suave brisa que llega desde el Cantábrico, una buena corrida de toros en una Plaza tan cómoda como Illumbe, un exquisito pescado a la plancha en el Muelle, los fuegos artificiales sobre la bahía... ¿Se puede pedir mucho más? ¿Por qué algunos se empeñan en estropear este pequeño paraíso? Así somos los seres humanos.

Aficionados o no, muchos donostiarras con los que hablo me comentan que están llenos los hoteles, los restaurantes, los bares, los comercios. La vuelta de los toros ha traído a la ciudad a turistas de muchas ciudades de España y Francia, ha dado más brillo –el que siempre tuvo– a su Semana Grande.

En la primera corrida, casi tocando la entrada por la Puerta Uno, un centenar –no más– de personas, contenidos por la fuerza pública, insultaban a España, a la monarquía y a la Tauromaquia. (La unión de los tres elementos es significativa). Llamaban «asesinos» a los diestros y a los miles de personas que disfrutaban pacíficamente de la libertad de acudir a su espectáculo favorito. (Y a los novecientos mil que la vieron por televisión). A algunos espectadores les he escuchado proclamar: «Yo soy español, monárquico y taurino: ¿qué pasa?» ¿No tienen derecho a existir los que así opinan? 

Lo peor no es que algunos los insulten sino que se les permita hacerlo en la puerta misma de la Plaza, violando una norma del Ministerio del Interior, de obligado cumplimiento en toda España, para que mantengan una distancia. Me comenta un notorio aficionado: «Cuando falla la autoridad, mal vamos». 

Vamos mal... pero vamos. En el segundo festejo de esta nueva etapa, Illumbe ofrece también una excelente entrada. Hermoso, El Juli y Perera cortan cada uno un trofeo. La flojedad y falta de casta de los toros de Bohórquez y Garcigrande impide mayores cotas.

Hermoso de Mendoza recorta con precisión al primero, noblote, que flojea. Ha brillado más al torear que al clavar, muy desigual. El cuarto es justo de fuerza y casta. Se luce Pablo en la hermosina, usando alternativamente el haz y envés de la «muleta» (el caballo) pero el toro se desploma. El par a dos manos levanta el entusiasmo y acierta con un rejonazo fulminante: oreja.

El primer garcigrande flaquea ya de salida. El Juli aprovecha las nobles embestidas para ligar muletazos mandones, con la figura algo encorvada, a un toro que sale de las suertes desentendiéndose. Mata con salto, la espada queda trasera y desprendida. Una faena de mucho oficio: oreja y ovación a un toro que «se ha dejado» (¡horrible «palabro»!). Igual flojera tiene el quinto, apenas picado, que llega corto y gazapón a la muleta. Julián lo lidia con técnica pero no cabe faena lucida. Vuelve a cazarlo en una estocada con salto.

La faena más seria

También es flojo el tercero pero le deja a Perera capotear con calma. Le pican tan poco que surgen protestas y, aún así, rueda por la arena. Exige el presidente que se pique algo a la res, una maquinita de embestir, si tuviera fuerzas. Comienza de rodillas, muy seguro; traza muletazos largos... mientras el toro aguanta. Torea bien pero con muy poco toro y eso quita importancia a la faena, rematada con un espadazo. El último canta su mansedumbre desde el comienzo, cabecea en el caballo (se ovaciona a Francisco Doblado), es reservón, incierto. Perera lo brinda al público y se muestra muy firme, mandón, valiente; traga mucho al natural, está a punto de ser cogido un par de veces. Es la faena más seria y meritoria de la tarde, rematada con una estocada: justa oreja.

No son asesinos Hermoso de Mendoza, El Juli y Perera sino cultivadores, con enorme riesgo (¿hace falta recordar ahora a Francisco Rivera?) de un arte con raíces muy antiguas y profundas en el pueblo español: algo que sólo los muy ignorantes y sectarios pueden desconocer. Además, son trabajadores que actúan en un espectáculo totalmente legal, tienen todo el derecho del mundo a que se les respete su actuación; también, que se respete a los que han pagado su entrada para presenciarla. 

No, no son asesinos sino artistas: así lo han demostrado, una vez más, esta tarde, en Illumbe. Pero necesitan toros con más fuerzas y casta para que su arte conjugue la estética con la emoción.
Postdata. Gabriel Celaya, un importante poeta guipuzcoano, de Hernani, no era ciertamente de derechas. Se le conoce por su nombre literario; el auténtico era Rafael Gabriel Múgica. Suele olvidarse lo de Rafael: se lo pusieron como homenaje a Rafael el Gallo (él se lo confirma así a Gerardo Diego). En algún poema, canta la trascendencia vital del toreo: «Soy un ibero / y, si embiste la muerte, / yo la toreo». Un vasco más, gran aficionado a los toros.

Ficha de la corrida

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