Gonzalo Caballero se doctora saludando dos ovaciones a la verdad con una corrida de Vellosino que dejó sin opción de torear a Uceda y Eugenio de Mora
MARCO A. HIERRO
Decir que la carrera de un torero no es un camino de rosas es tan obvio que suena a folletín barato de Corín Tellado. Pero repasar la carrera del que vestía hoy de blanco y oro y se anuncia Caballero es comprobar cómo se aprieta los dientes cuando se pisan las espinas. En España, en México y en las Chimbambas si fuera menester, Gonzalo ha paseado su verdad tan intacta como lo está su idea del toreo. Desde las siete de la tarde de ayer sabía que hoy se doctoraba y en su mente no hubo otra mentalización que la exhibida todas y cada una de las tardes que ha pisado Madrid.
Es el camino de espinas que él mismo eligió cuando decidió que serían en Madrid y Sevilla sus primeras novilladas, que sería su valor seco, casi desgarrador, el que le sacaría de tieso, que esto era tan fácil –y tan difícil- como enterrarse en el piso, echar el trapo muy plano y a morir por dios en el trazo. Y así en cinco y el de pecho seis o siete veces por toro. La senda la tenía clara; las espinas son, sin embargo, las que ponen el pavés.
En la plaza de sus triunfos y también de sus decepciones tomaba la alternativa Gonzalo, con la corrida dispuesta y los compañeros anunciados antes de saber siquiera que no vería más utreros. Vino, por su camino, a comer las lentejas que dejaba el amigo herido y se fue con dos ovaciones que supieron a poco para el esfuerzo derramado. Porque le crecieron espinas a la embestida mortecina y sin entidad del castaño primero, tan bien cortado como vacío de raza. Era lo que había. Una vez más, debía convertir el agua en vino si quería más balas en el cargador. Fue su entrega, su verdad y su ley, fue su empeño y su valor para hundirse y verlo pasar muy despacio, con más asiento que temple, pero con mucho corazón. Por eso puso de su parte al inmueble de las injusticias, aunque le diera la espalda el estoque de matar.
Una oreja le bailaba al toro de la ceremonia y otra le colgaba al sexto a base de puro tesón. Cambiados en los medios, media altura con la diestra, pecho al frente al natural y verdad desde el fondo del alma para entregarse en verdad. Tal vez le faltó estructura, tal vez le pudo el ansia de torear cuanto antes por la necesidad de ligar para llegar al tendido. Tal vez un tiempo entre pases le hubiera bastado para adelantar un paso, pero fue Gonzalo todo entrega el día que agotaba su bala convenciendo al gran corral. Era el camino de espinas que marcaba un final de etapa, pero también un principio de vida con la cabeza erguida al saludar la ovación.
Ninguna saludó Uceda en su nuevo jalón del camino de Madrid. Una tarde más llegaba Ignacio a Las Ventas, pero hoy no tuvo opción. Apretó los dientes con los dos semovientes noblones que cayeron en sus telas, que ni espíritu tuvieron para empujar trapo dos veces. Con dignidad más que con brillo tuvo que irse el de Usera después de componer mucho, de entregar mucho, de meterse mucho en una tarde al revés. Y de marcharse en silencio con la sensación de no haber tenido ocasión.
Sí la tuvo Eugenio de Mora con el pasador quinto, con el que se hincó de rodillas en un inicio más fulgurante que fino para despertar a Madrid del letargo de Vellosino. Mejor al ponerse en pie y al componer el toreo cimbreando la cintura, vertical en ademanes, abandonado en el trazo, aunque la tomase el bicho con la cara natural. Porque no le humilló más veces cuando Eugenio le exigió, y no le dio al de Toledo con el escaso fondo del funo. Ni con los pinchazos que afearon una brillante actuación.
Es el camino de espinas que atraviesan los toreros, que muchas veces te pone en el mejor sitio pero en el peor momento, o en la peor ocasión. Por eso se aprovecha a medias y sólo te sabe a triunfo cuando sabes que no había más leña con que quemar las espinas de un encierro sin emoción.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Tercera de la Feria de Otoño. Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada.
Seis toros de Vellosino, desiguales de presentación y escasos de raza. Mortecino y sin chispa el noble primero; informal y sin transmisión el segundo; pasador sin fuelle ni viaje el tercero; manso y noble el deslucido cuarto; pasador a media altura sin emoción ni tranco el quinto; de humillación a menos y feble repetición el sexto.
José Ignacio Uceda Leal (marino y oro): silencio y silencio.
Eugenio de Mora (grana y oro): silencio y silencio.
Gonzalo Caballero (blanco y plata)que tomaba la alternativa: ovación tras aviso y ovación tras aviso.
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