Cortó dos orejas y a punto estuvo de lograr el rabo tras una obra rebosante de arte
Morante de la Puebla, en un muletazo repleto de torería - LUIS FELIPE HERNÁNDEZ
GUILLERMO LEALMéxico D.f.
Cuando se es, no hay vuelta de hoja. Morante de la Puebla es un artista consumado y a este tipo de toreros que muchas tardes «no se les da la gana», porque no se sienten, porque no se vibran, porque no les gusta el toro, porque no están contentos con el clima, porque simplemente no es su día, les basta una faena para revalorizar su figura. Este domingo la Plaza México se entregó al arte puro del sevillano, que disfrutó como pocas veces más de lo que siente.
Desde su primero, en el que esbozó ya la calidad, el temple y la finura de su toreo, hasta que llegó al cuarto, en el que pudo expresar todo el sentimiento, la profundidad y la magia de su toreo.
Cada uno de los muletazos eran distintos, porque el arte nunca es igual. Un trazo, la mano más baja, más lenta, acompasado el cuerpo, con el mentón clavada en el pecho, con la mirada perdida, como usted quiera, pero todos sus movimientos fueron estructurando la mejor faena que ha realizado en la Plaza México.
José Antonio, porque el artista también tiene nombre, permitió que el público disfrutara, se emocionara, vibrara con el toreo, porque aunque hay muchas vertientes, lo que hizo De la Puebla es el toreo en el más puro estilo.
Mucho tuvo que ver, claro, el toro. Un astado perfecto para Morante con la bravura justa, con la clase desbordada y muy agradecido con el torero, que supo hacerle las cosas magníficamente.
Le concedieron dos orejas, claro. A punto estuvo de cortar un rabo, de habernos regalado un par de tandas más por el izquierdo; quizá haber matado con una estocada entera y no tres cuartos, pero al final todo fue una entrega sincera del público a un torero que a su modo se entregó al toreo.
Aunque no cortó oreja, no desmereció tampoco la actuación del queretano Octavio García «El Payo», quien está maduro, disfrutando de hacer las cosas y apuntando siempre al arte, al buen gusto, y lo consiguió en muchos momentos, malogrando con la espada una faena que era de triunfo.
Fermín Espinosa pechó con un toro chico y con otro también deslucido. Para colmo al joven Armillita IV le están yendo a ver algunos reventadores.
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