martes, 15 de marzo de 2016

FERIA DE FALLAS Del Álamo, a hombros; Adame, en camilla



Gris en el cielo, gris en los tendidos, grisalla en el ruedo. De Zalduendo sólo pasaron cuatro, los cuatro zalduendos más serios y armados, no los mejor construidos, que uno haya visto en el último año. Como desechos o sobras de lo que matan las figuras. El tal "Nazarito" portaba una testa bilbaína, un cuajo cinqueño del Norte para plaza mediterránea. Cuando sintió acercarse la muerte ya con la espada en las entrañas y Joselito Adame pedía el descabello, "Nazarito" pegó un arreón como un bocado al muslo. Sin tiempo para escapar, el mexicano voló por los aires como si le hubiera estallado una granada en los pies; el pitón rajaba la taleguilla desde la rodilla hasta la ingle y no sólo. Incorporado y apalizado Joselito, un hilillo de sangre oscura anunciaba que el negro toro había hecho carne. Adame lo atronó con la cruceta, recogió una ovación y se fue por su propio pie por el callejón a la enfermería, donde se quedaría con el muslo taladrado.

En la libreta de la memoria de Adame, una larga cambiada de rodillas, los delantales a pies juntos y una media verónica soberana; un pase del desprecio, la voluntad y un quite por chicuelinas en otro turno. Para el escaso fondo del toro, su exceso de romana (585 kilos) y un puyazo exagerado como su trapío fueron demasiado.

Juan del Álamo debutaba en Valencia como matador, como si sus logros -un saco de orejas- en Madrid, sin ir más lejos, no hubieran encontrado cabida en el sistema fallero. Pues Del Álamo lo puso todo de su parte para arrancarle una oreja al zalduendo de escaso empleo. Probó con las inercias de la distancia generosa en los albores de faena; luego le ganó el paso y la acción; y siempre lo llevó muy tapado. Y así por la mano derecha -con el parantesis de un par de tandas de naturales cuando el toro se aburría hasta de su sombra- Juan de Salamanca trazó notables series de buen dibujo y largos pases de pecho. La despedida por manoletinas y el adiós del espadazo le auparon con un justo premio. 

Veía Del Álamo ayer toro por todos lados. Como para no con los 570 kilos del feo zalduendaco que se le presentaron. Ambicioso, listo y administrador de los tiempos para aprovechar lo que el toro ponía, que era una parte pero no todo. Obediente movilidad sin calidad. Lo suficiente para un tipo dispuesto.La zurda ayudada contra el viento, algunos circulares invertidos y un espadazo en el rincón de la muerte inapelable. Y la salida a hombros asegurada y currada.

Iván Fandiño se quedó con un lote (chungo) de tres por la sangre derramada de José. Midió mucho en el caballo al rematado zalduendo de apertura; lo saludó por verónicas de rodillas y lo despidió por manoletinas de hinojos. En pie apostó mucho por la mano derecha. Tanto, que no remontó desde un desarme en la tercera serie y hasta la quinta no presentó la izquierda, siendo la izquierda la mano de más opciones. Dos naturales por su cauce esbozaron lo que debió ser antes cuando ya era tarde. Una ovación alentó lo apuntado.

Ni para eso sirvió un castaño de recogida cara, tibio carácter y trémulo poder, remiendo de El Ventorillo. Iván Fandiño quedó inédito de no ser por los pases cambiados del prólogo de la inexistente faena demorada con la espada.

Devolvieron con la noche a cuestas el lesionado (medular) sexto, también de El Ventorrillo. Al ánimo ya tocado de Iván Fandiño se vino a sumar un sobrero con el lomo quebrado y la bravura perdida, otra desesperación de ventorrillo.

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