lunes, 7 de marzo de 2016

FERIA DE LA MAGDALENA EN CASTELLÓN Talavante, la hora de un privilegiado



Talavante hace un adorno con el capote - EFE
ROSARIO PÉREZCastellón 

Los artistas nacen y se construyen. Y Alejandro Talavante se ha convertido en uno de los grandes. Lo que él ofrece ni se compra ni se vende, ni todos los días se ve. Diez mil pupilas lo contemplaron en Castellón, aunque no todas esas cinco mil almas lo apreciaron en su total dimensión. Así se escribe el enigma de lo inalcanzable, el misterio de la naturalidad, una torería que va más allá de lo visible.

 Era la hora de un privilegiado: alucinante su sitio, su manera de estar, el modo de desenvolverse en un espacio en el que no habitaba nadie más que él y el toro, uno de los dos salvables del petardo de corrida de Zalduendo, medio podrida, noble pero sin casta ni fuerza, como si el adjetivo «bravo» se hubiese quedado en la dehesa.

Fría la corrida y frío el público en general con tal materia prima. Talavante fue la estrella desde que presentó una muleta de látigo y seda al segundo, de movilidad tosca y desclasada, al que cortó una oreja. Con la taleguilla desgajada y el traje gris barnizado de sangre, sorprendió en el quinto con el cartucho de pescao. La izquierda desde el minuto uno, sin tregua alguna. Y si voló de manera soberbia la muñeca al natural, la derecha enseñó un embroque y un trazo sensacionales, emotivos para la afición con sentido y sensibilidad. Vertical la composición, firmeza de planta y pureza en el estilo. Muletazos colosales, adormecidos, con la superioridad de quien torea a solas consigo mismo.

No faltaron unas arrucinas inverosímiles y unas soberanas manoletinas mirando al tendido. Se ganó otra oreja y la figura extremeña se marchó por la puerta grande.

Esa salida a hombros ambicionaba El Fandi, templado desde la bienvenida al primero con tres largas de rodillas cosidas muy despacito. Un trébol de verónicas de hinojos también tuvo sello propio.

Tras el simulacro en el caballo, enloqueció la plaza en banderillas. Aquello apuntaba a explosión, pero el zalduendo se sostenía menos que un castillo de naipes. Fandila quiso imprimir suavidad a cada pase y al final logró sostenerlo en una serie por cada pitón, con un natural estupendo. Alargó para trabajarse un premio que difícilmente podía llegar y se anotó un aviso. Un gafe asomó en el cuarto, que se rompió una pata después de que Fandila encandilase con los palos. No tuvo más remedio que pasaportarlo.

Cayetano quiso agradar y dejó detalles como los muletazos sentado en el estribo, unos genuflexo y un pase de pecho, pero no acabó de entederse con el último, el mejor del sexteto.

Siempre nos quedará la naturalidad fresca y con solera de un Talavante llamado a hacer historia. Es su hora.

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