jueves, 7 de abril de 2016

López Simón, sprint con sabor a victoria

El madrileño corta dos orejas en el mano a mano con Sebastián Castella en Sevilla
López Simón, sprint con sabor a victoria
 
Sevilla. Sexta de abono. Se lidiaron toros de El Pilar, bien presentados en general. 1, de mucha calidad y empuje justo; 2, sin clase y sin querer pasar; 3, descastado y flojo; 4, buen pitón zurdo; 5, deslucido; 6, de buen juego. Menos de dos tercios de entrada.

- Sebastián Castella, de azul añil y oro, pinchazo, estocada caída, descabello, aviso (silencio); estocada (silencio); estocada (silencio).

- López Simón, de crema y oro, estocada tendida y trastera, descabello (silencio); estocada (oreja); estocada (oreja).

«Guajiro» venía marcado por la leyenda del nombre y de la casualidad. La que hizo que se vieran, otro toro pues, en el pasado, misma divisa, misma plaza y entrando ya en el endiablado terreno de las casualidades con el mismo torero, Sebastián Castella, seis años después. Fue aquel «Guajiro» toro honroso para el criador. Tampoco éste le quiso dejar mal al ganadero de El Pilar. El empuje justo pero la calidad exquisita. Una cosa por otra, aunque fue el idilio de Castella de poco fulgor, ni para historia de verano. Un par de tandas, diestras en este caso y un cambio de mano, de búsqueda y encuentro, de verse en un sí, el toro sin ser raudo acudía con una clase que hacía difícil ver más allá de su manera de desenvolverse detrás del engaño. Allí fue hasta que el francés cambió el temple por la violencia y encontró así el agujero donde hundió la magia. Esas pequeñas cosas que lo cambian todo. Era, fue, la apertura del mano a mano Castella- López Simón. El de Madrid pisó plaza con un segundo que embistió más cruzado que las negociaciones de Pedro Sánchez. No quisiera verme... Tampoco fue agradecido, el toro, digo. Racaneaba el viaje y había en él mil dudas a pesar de que el torero estaba dispuesto a asumirlas. Le compensó un cuarto. Y a todos a estas alturas de la película y con los tiempos de Sevilla. Pasó la faena y el animal por revoluciones antagónicas. En los albores echó el resto el toro motivado por la distancia, pero asomaban las dudas de ver qué quedaría una vez vencida la inercia. Y cuando comenzaba la tibieza, lo que quedó fue un toro de extraordinario ritmo. En el corazón del natural, entre la nada, nos descubrió, quizá se descubrió López Simón también, una bocanada de entrega del animal por ese pitón. Ése fue el primero, vinieron después unos cuantos más. Unos eran, otros no, pero todos podían ser y en esa ansiada espera se nos fue el resto de la faena con la que alcanzó el primer trofeo de la tarde tras una estocada efectiva y el son de un animal con entrega.

Castella quiso arrear con el quinto y tiró de repertorio estrella con un pase cambiado por la espalda. Pero el animal se puso de nones y al francés afincado en Sevilla le cayó el tercer silencio de la tarde como una losa. Tampoco pudo evitarlo con el descastado tercero.

El sexto no lo vimos o no lo vi. Andaba la cosa entre el espesor de un final de fiesta tibio cuando López Simón cuajó una tanda diestra de resurrección. Un abanico de dudas. ¿Qué había sido antes, el huevo o la gallina? Sin tiempo para pensar ni cambio de terrenos Simón siguió y siguió, cosió y cosió, toreó y toreó y hasta la espada hundió. Y ya el jolgorio era Sevilla. Otro trofeo paseó y mientras caía la noche a hombros se lo llevaron para allá, no por la del Príncipe, sí por la de cuadrillas, a pesar de que en un mano a mano el reglamento dice que se necesitan tres. No será el primero ni el último que se lo salta. Por algo había esprintado en la victoria. Si no es así, se evapora un mano a mano a la medida de Madrid y con poco sabor de Sevilla.

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