Andrés Romero corta dos orejas y Andy Cartagena consigue un trofeo
Andrés Romero, con el sexto toro de Benítez Cubero - JUAN FLORES
ANDRÉS AMORÓSSevillaComienza la Feria con un festejo de seis rejoneadores (el domingo 10 será el otro, con tres jinetes). Esta fórmula de los seis puede atraer a cierto público y, a la vez, abrir el abanico de los que pueden actuar pero... Prefiero –y creo que le da más categoría al espectáculo– que alternen solamente tres, como en una corrida de a pie; y, todavía mejor, que un solo caballero preceda a tres matadores, como antes se hacía. (Tampoco comparto la moda reciente de que alternen un rejoneador y un diestro, con diferencias tan notables).
Los toros de Benítez Cubero fueron favoritos de las figuras, en tiempos de El Cordobés; ahora, suelen quedarse para el toreo a caballo. Esta tarde, curiosamente, han sido nobles y justos de fuerza los berrendos, típicos de esta ganadería (primero, quinto y sexto); reservones y mansotes, los negros (segundo, tercero y cuarto). Arropado por sus paisanos, corta dos generosos trofeos Andrés Romero; uno, Andy Cartagena. Lo pierde por el rejón de muerte Leonardo Hernández.
El portugués Rui Fernandes cortó una oreja en la última Feria de Abril. Recibe a portagayola al primero, noble. La lidia es lucida pero dentro de un orden, porque se abre mucho en los quiebros.
Cuando sale el segundo, se escucha claramente un coro de voces llamándonos «¡Asesinos!» Aunque el pacífico público lo recibe con guasa sevillana, no es de recibo que se tolere esto en un espectáculo legal. Andy Cartagena deja llegar muy cerca a un toro que flojea: se luce con piruetas y «muletazos», prende el entusiasmo con los pares al violín y el «teléfono». Mata certero: oreja.
Valiente y técnico
Dos veces abrió Leonardo Hernández la Puerta Grande de Las Ventas, el año pasado. Con el tercero, reservón, se muestra valiente y técnico, con quiebros muy en corto y corvetas, en la cara del toro. Pierde el trofeo al matar.Debuta en esta Plaza el navarro Roberto Armendáriz, que lleva años actuando en San Fermín. El cuarto es mansote, se para: ha de exponer mucho y el toro toca el anca del caballo varias veces. Se luce con alardes ecuestres.
Manuel Manzanares (hermano de José María) brilla con los «doblones» y galopando de lado, en el estilo de Pablo Hermoso, su maestro. Acierta más al lidiar con temple que al clavar. Pincha antes del rejón de muerte.
Igual que el año pasado, al onubense Andrés Romero le arropa un grupo de partidarios, incluido un cante flamenco, antes de que salga el toro, y gritos de jovencitas, impropios de esta Plaza. Recibe al toro con la chaquetilla, a portagayola; consigue quiebros espectaculares, de cerca, arriesgando mucho, en la línea de su maestro, Diego Ventura. Aunque el toro se echa varias veces, acierta con el rejón de muerte y corta dos generosas orejas.
De chico, me encantó «Los tres caballeros», una película de Walt Disney. Ahora, me gustan poco los festejos de seis caballeros.
Postdata. El «Centauro de las Marismas», el gran don Ángel Peralta, ha escrito que el caballo torero es amigo, leal, valiente, sincero, fiel: «En sí mismo, es ya un arte de la propia Naturaleza». Por eso se identifica tan profundamente con él: «Éramos dos en uno». Ve la vida como un galope: «Galopando, galopando,/ por el ruedo de la vida». Y concluye: «Y que vaya mi caballo/ bien unido a mi destino...» Así ha ido.
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