El milagro de Padilla tras una espantosa cogida en San Isidro
Digna
actuación del Ciclón de Jerez, que sufrió una durísima voltereta con el
primer toro de una corrida de Parladé que se apagó pronto
ANDRÉS AMORÓSMadrid Por la mañana, en Las Ventas, la Infanta Elena
al recibir el premio a la Promoción y Fomento de la Unión de
Federaciones Taurinas de Aficionados de España, agradece a su padre y a
su abuela que le hayan transmitido esa pasión. Todos los aficionados
deseamos que, dentro de las posibilidades de su agenda, Don Felipe acuda
a alguna corrida de San Isidro, refrendando su apoyo a una Fiesta que
–en palabras del Consejero de Presidencia– «huele a España».
Por la tarde, los toros de Parladé no
mejoran mucho a los de la ganadería hermana de Juan Pedro Domecq. La
actitud inicial del público, esta vez, es buena. A lo largo de la
corrida, el ambiente se va enfriando, cuando las reses, con un promedio
superior a los 600 kilos, pierden enseguida su viveza inicial. Juan José Padilla, en el momento del percance- Paloma AguilarLlega Padilla con
gran moral, después de su triunfo en Sevilla. Recibe a portagayola al
primero, que tardea y se para pronto. En el primer par de banderillas,
se le queda debajo y sufre una fuerte voltereta. Aunque
las embestidas son cortas, logra muletazos estimables, con buen oficio,
pero prolonga la faena y la estocada queda baja. En el cuarto, logra un
brillante tercio de banderillas, sin efectismos.
Comienza con cuatro muletazos de rodillas, corre bien la mano hasta que
el toro se para. («Dan ganas de empujarlo», dice un vecino). La gente
está muy cariñosa con él: asoman bastantes pañuelos, pidiendo la oreja, y
recibe una ovación. Iván Fandiño, en un natural- P. AguilarFandiño
intenta recuperar el sitio perdido: no es fácil... El segundo es
complicado, claudica pero vuelve rápido, engancha la muleta. Iván no
logra resolver las dificultades y lo pasa mal en la suerte suprema. El
quinto se llama «Jarrito» y «canta» tan bien como el cantaor Roque Montoya, del mismo apodo: es, sin duda, el mejor de la tarde. Fandiño hace el esfuerzo, quiere estar pero le cuesta, se pasa el momento del triunfo. Esta vez, mata con guapeza.
El joven José Garrido no
regatea esfuerzos, entra en quites, se muestra decidido, pero no logra
el éxito. El tercero es reservón, parece dormido, pero vuelve con
peligro. Logra sacarle buenos derechazos, con riesgo, pero prolonga la
faena y falla con la espada. El último hace concebir esperanzas cuando
galopa pero pronto se viene abajo, como la faena. Vuelve a pinchar:
entra con decisión pero sin la técnica adecuada, debe entrenarlo. José Garrido, en un lance rodilla en tierra- P, AguilarTodo
–toros y toreros– ha quedado a medias. Es fácil echar la culpa al
exceso de kilos; también puede ser la falta de motor, de casta. Siempre
recuerdo a Alfredito Corrochano: «Antes, llamabas una
vez al toro y repetía siete veces; ahora, tienes que llamarlo siete
veces para que embista, una sola». El gran autor José Luis Alonso de
Santos me da el resumen: «En el teatro, lo complicado de verdad son los
finales; escribimos toda la obra pensando en esos diez minutos últimos,
que deciden el éxito o el fracaso». Eso mismo vale para el
comportamiento de los toros y las faenas de los toreros... y para la
vida.
Postdata. Aunque en Madrid apenas se advierta, es la fiesta del Corpus,
uno de los tres jueves del año que «relucen más que el sol». Recuerdo
la multitudinaria procesión de Toledo; la exquisitez de Sevilla; la
tarasca, en Granada. Es, por supuesto, una Fiesta religiosa: «Divino pan
que das eterna vida», escribe Cervantes. Está enraizada en lo más hondo
de nuestra tradición y ha ido siempre unida al teatro y a los toros:
durante siglos, las dos grandes aficiones del pueblo español. Deseo que
así siga siendo.
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