El maestro de Chiva pincha una faena de triunfo que hubiera supuesto la oreja de un buen y gigantesco toro de Puerto de San Lorenzo
La ganadería salmantina presenta una corrida de portentoso trapío
Importante y encastado sexto toro de nombre Cubilón
Lo de Enrique Ponce es como para descubrirse. 27 años de alternativa y de Castellón a Zaragoza, de marzo a octubre, pasando por Sevilla, Madrid y Bilbao, su nombre en los carteles. Y este jueves tocaba el Foro. Y un toro como un tanque de Puerto de San Lorenzo. Una bodega de buque de carga entre el morrillo y el pecho. Una pared negra de perfil. Desde la cruz a la arena, una altura. Pero, dentro de todo, los 618 kilos de Malaguito se habían cuajado en un molde de armonía.
Ponce eligió el sol para esperar a Malaguito. Allí el viento molestaba menos. O eso se suponía. Las verónicas tuvieron porte y elegancia, vuelo de muñecas por el pitón izquierdo de una embestida que prometía. Por ahí la media abrochó el discurso capotero con sutileza. Como el recorte a la hora de colocar a Malaguito en el caballo. El choque contra el peto sonó como un accidente ferroviario. José Palomares cayó con el equino como atropellados. A la sensible grey Palomares le daba igual, lo que importaba era el jaco. Corren estos tiempos. El toro se enceló con brava fe. Ni coleándolo renunciaba.
Costó sacarlo. Respiró la plaza: Rocinante, o como coño se llamase el percherón, estaba intacto.
EP aprovechó el impás para picar a Malaguito en el "5". Aun a contraluz, el puyazo pintó con fuerza. Todo sucedía en los terrenos del "5", como una puesta a la ruleta: "5 y vecinos". El principio de faena también se desarrolló a refugio del viento. Genuflexo Ponce, flexible, poderoso, intemporal. Como un espejo de aquellas dobladas del 94 que voltearon Las Ventas. La misma sensación de torería pero con el poso de 20 años. La relajación se sintió en una serie de derechazos partida en dos: los tres últimos sublimaron la cadencia de los anteriores y fueron a morir en un inmenso pase de pecho. Eolo enredó. Descompuso la tanda, que tardó en ejecutarse con la muleta poncista casi en horizontal por los golpes de aire. La siguiente alcanzó el cénit de la faena: tres redondos de desmayo y un cambio de mano colosal. La zurda tapó más las carencias de lo que en principio parecía que iba a ser Malaguito por ese lado. Y sin embargo los cambios de mano siguieron brotando con majestad. Como el broche de los redondos, cuando la faena se debió acabar. Pero Ponce es Ponce y también es atemporal.
Intentó seguir después del cierre genuflexo de tanto porte como las dobladas prologales. Rumiaba la oreja y la ambicionaba. Y se presentía. El aviso le animó a coger la espada. Como un "vamos, Enrique". Mas un pinchazo se interpuso en el sendero de la gloria. La ovación reconocía a un tipo que en 27 años nunca ha vuelto la cara a su compromiso con el toreo.
Y cuando ya parecía saldado devolvieron al cuarto y también al sobrero del mismo hierro del Puerto que estaba aún peor. Entonces apareció un torazo cinqueño de Valdefresno de descomunal alzada y armada cabeza veleta. Por la de Ponce no se sabe que pasaría, pero alguien pudiera pensar que en el hotel su equipo de confianza cogería directamente las maletas sin necesidad de despedida... Por no hablar del cartel del que tuvo que tirar.
Golpeaba el viento con rabia el capote y los trastos del maestro de Chiva allá en el "7". El uro además se movía con mansedumbre, por dentro a veces, al paso siempre. Enrique Ponce se puso, que no era poco. Amor propio se llama. Como para descubrirse solo por el hecho, sin esperar a más. Ahí abajo había un señor con todo dicho en el toreo. En otra época la ovación hubiera adquirido tintes de unanimidad. Del valor de Ponce se habla demasiado poco. Tragó con un par de amagos bueyunos, miradas de yugo, traiciones del vendaval y un imbécil que dijo alguna impertinencia. A la tardía muerte de Apis, la plaza reaccionó como debía haberlo hecho antes. Y Ponce se destocó en el tercio como el tenor que repite tras la bajada del telón.
Daniel Luque manejó el capote ante el quinto -el débil y también lesionado anterior no sirvió para nada- con el sello que le imprimió desde novillero a la verónica. El degollado toro salmantino apuntó una calidad cierta y trémula. Román se cruzó en su turno por un arriesgado quite que rubricó con una larga de rodillas cuerpo a tierra. Si no, le siega la cabeza al joven valenciano. Luque brindó con ilusión y por momentos enhebró luces de su toreo por ambas manos. Pero faltó continuidad. En la embestida y en ocasiones en el temple. Quedó la sensación de que con DL, por hache o por be, siempre se queda el tiro en la boca del cañón.
"Lo siento mucho", fue todo lo que atinó a decirle Román al Rey emérito cuando recogía la montera. Como si la culpa de que el toro de Puerto de San Lorenzo se rompiese la mano izquierda hubiera sido suya. Y no. Mala suerte nada más. Otras muchas tardes se hacen estos inicios de faena a golpe de látigo y no pasa nada. Del estatuario, la espaldina, otro estatuario y, en concreto, del pase del desprecio salió el cinqueño con la pezuña perdida y el menudillo quebrado. Román, pese a toda la ilusión puesta en el valeroso quite con el capote a la espalda y en esta fecha de su confirmación, abrevió piadoso.
El último toro cerraba una corrida de imponente trapío. El más encastado de los seis. La cuadrilla de Román lo bordó con los palos después de que Román se la volviese a jugar en un quite por tapatías que salió de milagro. Cada intervención suya era como ver cruzar a un tío con los ojos vendados la M40. Temerario es poco. La faena tuvo una emoción brutal por la sinceridad y el desgobierno. Un mezcla explosiva que subía por los tendidos. Y todavía se atrevió a cerrar por poncinas. Descaro y desparpajo de Román. Que se estrelló con la espada. Cerca de las 10 de la noche arrastraban al importante toro de nombre Cubilón.
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