lunes, 16 de mayo de 2016

Especial: Un encuentro con la desesperanza

El Pana sigue al borde de la muerte


Felipe Aceves 

Visitar a Rodolfo Rodríguez no fue sencillo. La sala de terapia intensiva del Hospital Civil de Guadalajara no está para visitas sociales. Sí, conté con el apoyo del doctor Paco Preciado, director general del nosocomio; pero las medidas sanitarias son estrictas, y todos hemos de cumplirlas. Confieso que la incertidumbre me invadía; qué vería; cómo reaccionaría frente a los antecedentes que había recibido previamente a mi visita. Me ocupaban estos pensamientos, al tiempo que transitaba por un impecable pasillo.

Llegué a una salita para el aseo de brazos y me fue proporcionada una aséptica indumentaria que no alcanzaba a cubrir mis emociones. Ya estaba ahí... ¿Frente a Rodolfo o frente a El Pana? Intenté lo primero... y Rodolfo, con esa conocida sonrisa suya, casi siempre socarrona, me respondió con el pausado movimiento de sus labios. Está consciente. Totalmente lúcido. Mueve –sólo– su cabeza, y está al tanto de su condición.

La charla fue breve. No articula sonido alguno debido al tubo que insertado en su garganta, le auxilia para respirar. Un collarín sostiene su cabeza. Para que puedan ser percibidas sus palabras mueve sus labios con lentitud. Lo de rigor ¿Cómo estás? –"pues mira" dice con resignación. Tómatelo con calma, Dios es quien dice la última palabra. Asiente con la cabeza. Con los ojos cerrados. Una pausa que me parece eterna y… –"Jelipe, ya me quiero ir". No sé qué me quiso decir, o, más bien, ¿acaso no quiero saber? "Mira torero, hoy van a hacerte unos estudios para determinar si es posible que puedas irte. Vamos a esperar a ver qué dicen los doctores". Asintió de nuevo, me pareció que con aire de resignación.

Mi parálisis fue rota por la voz de los especialistas que realizarían el enésimo estudio. Caminé hacia atrás. Rodolfo no me siguió con la mirada. En ningún momento ha estado solo, me comparte el doctor Preciado. Sus hermanos, y varios amigos, se turnan para estar con él.

Otra visita fue permitida, la de Napoleón. Torero por convicción y compositor de profesión, que fue su compañero en algunas correrías. Llevaba consigo Napoleón el recuerdo de las inolvidables sesiones de ensayo en los Viveros. De aquellos pueblos donde coincidieron en algún cartel y de otras tantas aventuras taurinas de El Pana. El recuerdo de sus fraternas complicidades, seguramente le hizo más emotiva aún su visita. Y un hombre como José María, con la sensibilidad a flor de piel…

Enseguida conocí a cuatro hermanas, un hermano, una sobrina de Rodolfo y a la mujer del torero. Norteamericana, por cierto, madre de su hija.

La verdad es que fue muy gratificante convivir con esa familia, poseedora de una fortaleza ejemplar. Unida y al pie del cañón, siempre. Cercanos en las alegrías; en los fracasos; en los momentos en que su hermano lo permitió. Siempre en auxilio de ese hombre acosado por un persistente alcoholismo, al que, por fin había conseguido derrotar. Todos alrededor de la señora Alicia, la anciana madre del torero, que todo el tiempo reza por la salud de su "churumbel", como cariñosamente le bautizó. Sus hijos le tienen al tanto de la gravedad del caso (como si pudiera ocultársele algo a una madre).

Hombre. Hubo los momentos de buen humor. Es imposible reprimirlos cuando, como en la biblia "más de un par de toreros (Alfonso Hernández –convertido en incondicional escudero transitorio– y Napoleón) se reúnen, en nombre de lo que sea"; brota el optimismo por la vida. Por esa vida que –son conscientes– puede ser tan efímera como hoy lo pude comprobar.

Hoy estuve con Rodolfo Rodríguez, creador –y criador– de El Pana. Para Rodolfo no existe ya un futuro. Una institución añeja como el Hospital Civil de Guadalajara (cuya fundación data del 3 de mayo de 1793), quien ha mantenido intacta su vocación de estar siempre dispuesta en la enfermedad de la población, económicamente más desprotegida. Esta Institución amada profundamente por el norte occidente del país ha puesto los recursos médicos de vanguardia que se ponen al servicio de todos, ahora también para El Pana.

¿Qué sigue? Tanto empeño, tanto amor… tanta ciencia, no bastaron. Para Rodolfo y para El Pana, no hay remedio. Uno, jamás, en la persistente lucha por la posibilidad de salvar su vida, no podrá ya disponer de su cuerpo. La gravedad de su lesión y el resultado de los exámenes constantemente realizados, así lo confirman.

A El Pana, no lo veremos más en un ruedo. Los dioses del toreo, como de vez en vez, han reclamado y cobrado de nuevo su cuota. Esos pagos que evitan que perdamos la conciencia de lo que puede acontecer en esta lucha ancestral de vida entre el ser mítico encarnado en el toro de lidia y la fragilidad del hombre que lo enfrenta.

Las muestras de solidaridad, de parte de las figuras del toreo de ambos lados del atlántico, de múltiples empresarios taurinos, de varios ganaderos, muchos aficionados, y también artistas, son incontables y valiosas Mas la prudencia se ha hecho presente bajo la guía de la familia del torero. Si, como todos deseamos Dios extiende la vida de Rodolfo Rodríguez, las necesidades serán económicamente muy demandantes.

Mientras escribo estas líneas, y ante la imposibilidad de visitar al torero, las peñas taurinas de Guadalajara están a las puertas del Hospital Civil, Juan I. Menchaca, unidas en oración. Confían en un milagro.

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