La logra con el mejor toro de una corrida sosa y grande de Pedraza; digna confirmación del francés Juan Leal
Juan del Álamo, en un derechazo al tercer toro, «Holandero», el mejor del sexteto - Paloma Aguilar
ANDRÉS AMORÓSMadrid
La corrida de la Prensa transcurre este año en tono menor: echamos de menos al Rey de España, que tantas veces ha honrado con su presencia este festejo. Da que pensar que, el día anterior –festivo, eso sí–, una novillada atrajera a más público. Los toros de Pedraza de Yeltes, grandones, muestran una sosería que aburre al personal. (Repito: lo importante es la casta, no los kilos). Con el tercero, el único bueno, Juan del Álamo logra cortar su octava oreja en esta Plaza.
Confirma la alternativa el francés Juan Leal, de Arles, con familia taurina, que reside en Constantina (Sevilla). El primer toro es serio (casi 600 kilos) y tiene nobleza pero sale con la cara a media altura, distraído. Brinda a su hermano y, en la pedresina inicial, el toro casi se lo lleva por delante. El diestro pone voluntad y pasa algunos apuros pero el guiso no tiene sal ni pimienta. Mata a la tercera. El último es muy alto y no se entrega. Brinda al público y, en el centro del ruedo, enlaza cinco muletazos de rodillas. Juan Leal no regatea esfuerzos, luce su valor tranquilo, se gana el respeto del público; acaba metido entre los pitones, asustando a la gente. Mata como un jabato, a toma y daca. Para lo poco que ha toreado, se ha justificado de sobra.
Manuel Escribano no tuvo suerte con las reses del Torero; esta tarde, tampoco, aunque va a portagayola y banderillea con desigual fortuna, en los dos toros. Brinda el segundo a Cristina Cifuentes. El toro es noble pero le falta viveza. En el centro del ruedo, el trasteo es correcto pero carece de emoción. Lo mejor, la estocada, entrando con decisión. En el quinto, aguanta mucho, esperando, a portagayola, sin que el toro le haga ni caso. El mejor par es el tercero, su habitual quiebro al violín. El toro va de largo, un poco rebrincado, al final. Otra vez se muestra buen profesional, sin brillo: a su estilo poderoso le conviene más otro tipo de toro.
Después de cortar siete trofeos en Las Ventas, Juan del Álamo lleva ya algún tiempo rozando la primera línea: ¿la alcanzará? El tercer toro, colorado, de 530 kilos, levanta protestas cuando flaquea pero resulta nobilísimo, en la faena de muleta, brindada a Juan José: traza buenos derechazos, muy ligados; al natural, el toro queda más corto; remata por bajo con gusto. Al final, lo lleva cosido a la muleta. Como tarda en cuadrar, suena un aviso y la estocada queda un poco desprendida pero se concede la oreja, pedida por la mayoría. (Quizá era un toro de dos). El quinto, muy alto, es aplaudido de salida pero se va, desentendido. Juan muletea suave, con buen oficio, algo premioso: no devuelve la oreja pero tampoco corta la otra que necesitaba, para el triunfo grande. Continúa apuntando cualidades pero sigue necesitando redondear una tarde plenamente triunfal, en este coso.
Postdata. La tarde de la corrida de la Prensa, es oportuno recordar la autorizada opinión de Marcial Lalanda: «La crítica taurina puede hacer un gran bien a la Fiesta, pero también perjudicarla notablemente. Muchas veces, por ignorancia o apasionamiento, desorienta a los espectadores. En los mejores casos, en cambio, enseña al público y a los propios toreros». Las mejores crónicas que yo conozco son las de don Gregorio Corrochano, en ABC, reunidas en dos tomos sobre «La Edad de Oro» y «La Edad de Plata del toreo»: hasta el propio Joselito el Gallo tenía en cuenta su criterio.
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