MADRID.
Vigésima
del abono de San Isidro. Tres cuartos de entrada: el 87,7% de las
localidades de pago. Toros de Parladé, con alzada, caja y bien comidos:
609 kilos de promedio, cuatro --3º, 4º, 5º y 6º-- generosamente
cinqueños; de mal juego, con clase el 5º hasta que se paró. Juan José
Padilla (de grana y oro con cabos negros), ovación tras un aviso y gran
ovación. Iván Fandiño (de verde esmeralda y oro), silencio tras un
aviso y ovación. José Garrido (de teja y oro), silencio tras un aviso y
silencio tras un aviso.
Pues sí, éstos también forman parte del traído y llevado monoencaste domecq, pero alguno se apresurará a matizar: “pero estos forman parte de la minoría rebelde”.
Ya se sabe que Juan Pedro Domecq lleva la vacada de este hierro con
otros criterios diferentes que la que lidia nombre propio. Y tan
diferentes, que no se parecen en nada.
Pero
a partir de ahí se abrirá el debate de si con toros de semejante
alzada, ese volumen y, sobre todo, esos kilos, puede hacerse el toreo
moderno y, en particular, cabe atender a los deseos de los espectadores,
que apuestan por faenas de metraje, exigen que a todos los toros se les
pueda bajar la mano y que lleguen hechos un pimpollo cuando el torero
se perfile con la espada de matar. Sabios tiene la ciencia veterinaria
--que para lo taurino en España cuenta con un magnifico nivel-- para
ilustrarnos al respecto. Pero con la simple lógica del profano y
partiendo de las reglas vulgares de la física, resulta difícil
compaginar todos esos elementos.
De
hecho, la experiencia de tantas tardes de toros dice que estos que son
no ya grandullones, sino grandísimos, luego no soportan en su esqueleto
los kilos que admite su caja, les cuesta un sufrimiento sostener las
embestidas humilladas --si es que tienen alguna-- y con antelación
dimiten de su oficio en una plaza: van y se paran. A mayor
abundamiento, en el caso que nos ocupa más de la mitad del lote de
Parladé estaba a punto de que definitivamente se le pasara el arroz,
camino como iban de superar en un suspiro los seis años. Y antes y
después del Guerra ya se decía que la edad era un factor condicionante
en relación la lidia. Vamos, que no es una ocurrencia de cuatro
heterodoxos de hoy en día.
Pero tampoco era lo que se dice una corrida a la antigua usanza. Los
de hoy tenían, claro está, su punto de fiereza, aunque luego tuvieran
mayores o menores capacidades para manifestarla. Pero contaban, a
diferencia de épocas pasadas, con ese fondo común de la bravura, aunque
fuera poco pulida. De lo que carecían, a vista de tendido, era de las
condiciones físicas necesarias para poder desarrollar, en bueno o en
malo, todo ese fondo; su estado más natural era pararse y defenderse.
Como una corrida de toros nunca ha sido concurso de belleza para toros guapos --que
los de hoy estaban bien hechos-- prudente sería que criadores,
lidiadores y publico en general, con y sin graduación, volvieran a
pensar si lo que manda son los toros al por mayor o el toro íntegro
capaz de sacar a pasear cuanto de bueno y de malo tenga en su casta
brava.
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La cogida de Padilla |
Aunque
parezca casi políticamente incorrecto elogiar a Padilla, hoy debe
reconocerse que ha estado hecho un tío de los pies a la cabeza. Se la ha
jugado sin trampa ni cartón, sin ningún género de ventajismo. Su
primero le cogió de una forma brutal por mantener el tipo en un
comprometido par de banderillas, del que a Dios gracias salió sólo con
magulladuras y el enorme topetazo. Y tuvo bemoles de volver a coger otro
par y clavarlo arriba. Su faena no podía ser lucida, con el mastodonte
de Parladé con la cara por la nubes y media arrancadas; pero tuvo
hombría y hasta lo mató por arriba, antes de pasar a que lo
recompusieran en la Enfermería.
Salió
para dar lidia al 4º y se mostró mucho más que entonado, porque hubo
momentos de calidad. Hasta que al concluir la tercera serie el animal
echó el freno total y ya no hubo modo.
Una vez que se deshizo del 2º, que tenía malas ideas, a Iván Fandiño le quedaba su último cartucho en esta feria. Un pavo que,
sin embargo, fue el único que regaló algo de calidad en sus embestidas,
en especial por el pitón izquierdo. El de Orduña se puso firma a
aprovecharlas, pero al de Parladé le dio saltar en sus adentros el relés
que avisaba de que había llegado la hora de la suspensión de actividad.
La cumplió al pie de la letra. Y todos nos quedamos sin ver si este
“Jarrito” --que era como una cristalería entera-- podría haberle dado
opción a Fandiño para volver a centrarse con los toros. Seamos sincero:
en esta ocasión el torero llegó hasta donde materialmente pudo llegar, e
incluso un paso más; hoy no toca la copla del bache.
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Torero lance de José Garrido |
Los
cinqueños que le correspondieron a José Garrido tenían más alzada que
él: andaban más o menos a la altura de las tablas. Pero el extremeño no
se amilanó ante aquellos “pivot”. Puso, sobre todo, cabeza, pero puso
además mucha decisión, aun a sabiendas que el camino emprendido no
conducía a nada. En el lenguaje de los taurinos modernos se diría que “se ha justificado”. En realidad, lo que hizo fue comportarse como un torero que es muy hombre.
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