Corta dos orejas con petición de rabo y abre la Puerta Grande con López Simón en la Beneficencia
ANDRÉS AMORÓSMadrid
En la corrida de Beneficencia, presidida por Don Juan Carlos, con lleno de «No hay billetes» y la Plaza engalanada, José María Manzanares logra una faena literalmente extraordinaria; quizá, por ahora, la mejor de su vida. Muchos aficionados –y él, sin duda– se acuerdan de Manzanares padre, por la fidelidad a un estilo de clásica elegancia; también, por lo que hubiera disfrutado el maestro, esta tarde. ¡Lástima que no haya podido saborearla! Pero no olvidemos los datos: el diestro alicantino corta dos orejas y le piden el rabo, con una fuerza insólita en Las Ventas. Le acompaña, en la salida a hombros, Alberto López Simón, que también corta dos orejas a su primero. Los dos han aprovechado la gran calidad de los toros de Victoriano del Río.
Vayamos por partes, como decía Jack el Destripador. Castella se ha apuntado a cuatro corridas, incluida una de Adolfo Martín: ni se le ha agradecido ni ha conseguido triunfar. Tampoco lo logra, esta tarde. El primer toro es bondadoso, justo de fuerzas, se pega una costalada, después del primer muletazo. Le deja torear a gusto pero falta la chispa: prolongar la faena no añade emoción. Y falla con el descabello. El cuarto mete bien la cabeza y repite. Sebastián logra naturales templados y acaba metido entre los pitones, en un arrimón que no todos agradecen. Alarga demasiado y pincha.
Salto el orden para hablar de López Simón, que, con una entrega absoluta, consiguió abrirse camino, la pasada temporada. Por méritos propios, ya está en todas las Ferias. El tercer toro se mueve muchísimo, repite, incansable: es ideal para él. Alberto hace la estatua, aguanta las encastadas embestidas, torea sin moverse, en un ladrillo (como había que bailar el chotis, decían). Entrando de muy lejos, deja una estocada y sufre una voltereta. La emoción del momento provoca que el presidente conceda las dos orejas (muchos, protestan la segunda). Ya tiene abierta la Puerta Grande. Después de la faena de Manzanares, en el último, ha de justificarse. Juega sus cartas: la quietud, el aguante, meterse en el terreno del toro, el valor impávido... No devuelve el triunfo y sale a hombros con José María.
Ha elegido éste venir una sola tarde a esta Feria, donde se le suele tratar con exigencia. El destino –y sus cualidades– le han recompensado. El segundo toro no se entrega, derrota al final de cada pase, se cierne. Su seguridad con la espada acalla las protestas. Pero sale el quinto, negro listón, de 580 kilos y nombre extraño, «Dalia» (pero es tan atractivo como la rubia melena de Verónica Lake en «La dalia azul», de Raymond Chandler). De salida, embiste ya con gran clase y Manzanares dibuja unas verónicas solemnes, suaves. En el quite, las chicuelinas de mano baja avivan el recuerdo del padre. El toro es magnífico y el diestro dibuja tandas de muletazos de gran categoría: un pase de pecho vale por tres; los naturales ponen al público de pie; un interminable cambio de mano levanta rugidos. Mata aguantando, con su habitual seguridad: el presidente saca a la vez los dos pañuelos (muy bien) y mucha gente pide el rabo.
Dos matadores por la Puerta Grande de Las Ventas: algo insólito. Pero lo importante es lo que hemos podido disfrutar: una faena cumbre, llena de empaque, sencillez y elegancia. ¡Qué fácil parece y qué difícil es! Hace años, don Gregorio Corrochano usó la expresión «faena de príncipe» para una, de Antonio Ordóñez, dedicada al que entonces era Príncipe de España. Esta tarde, delante de Don Juan Carlos, Manzanares ha cincelado una faena de rey del toreo. A su padre –y a muchos manzanaristas de Alicante– les hubiera hecho feliz. ¡Qué hermosa es la Fiesta, cuando surge con tal naturalidad la belleza, delante de un toro bravo, en una Plaza llena de banderas españolas!
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