Bajo la nómina de glorificados de San Isidro quedó enterrada la profunda grisalla dominante
Las Puertas Grandes y orejas tal vez escondan, aunque no borren, el paupérrimo porcentaje de toros que ha embestido
José María Manzanares fue el triunfador de San Isidro por su faena en la Beneficencia. EFE
Bajo la nómina de glorificados de San Isidro quedó enterrada la profunda grisalla dominante. El maquillaje de Puertas Grandes y orejas tal vez esconda, aunque no borre, el rostro más feo de la feria más larga del mundo: el paupérrimo porcentaje de toros que ha embestido. Una caída inversamente proporcional a la subida descontrolada del peso y las disparatadas hechuras. Donde antes un toro de 600 kilos se convertía en noticia, autoridad, veterinarios y un sector radicalizado de Las Ventas ha conseguido su normalización en 2016; hasta el 27 de mayo, un tercio de los toros lidiados superó los 580 kilos. La corrida de Parladé (Juan Pedro Domecq) promedió 608 en la báscula con el ejemplar de mayor peso de las 31 tardes: Jarrito, de 649 kilos.
Quizá ya no sea tanto la romana, que también, como la perdida del tipo de las ganaderías en la búsqueda de la satisfacción de las exigencias confundidas. En el polo opuesto, la supuesta protección del encaste Santa Coloma acarreó las peores notas en presentación con las corridas de Saltillo -un espectáculo de talanqueras si se suma el comportamiento entre "currado" y montaraz- y Flor de Jara.
Por el camino, se rechazaron completas las de Jandilla y Robert Margé. Un filtro ancho para unos y estrecho para otros, comparativamente. De los tres toros más importantes de 31 tardes, los tres han respondido a unas hechuras de armonía y seriedad intachables: Malagueño (Alcurrucén), premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre, Dalia (Victoriano del Río) y Camarín (Baltasar Ibán). Ese el el toro al que debe aspirar Madrid. Si la autoridad lo permite.
En la parte bonita de la isidrada, el exitazo de la Corrida de Beneficencia ha cambiado el prisma de la feria. La resurrección, ascensión y gloria de José María Manzanares, que inmortalizó a Dalia con una faena para el recuerdo, la Puerta Grande compartida con López Simón -salvado por la campana y la presidencia- y el gran encierro, que dicen por México, del señor Del Río.
De David Mora fue otra de las salidas a hombros, especialmente emotiva por su regreso a Madrid dos años después y la sentida obra a Malagueño. De los llamados valores emergentes y la anunciadas confirmaciones, Roca Rey seguirá su proyección con la fuerza de la juventud y un valor de fuego. La Puerta Grande del 13 de mayo y su firme y ambiciosa actuación con los alcurrucenes del 24 de mayo apuntalan las promesas hechas.
Alejandro Talavante ha echado una feria superior, trofeos al margen. Un trato raro de una plaza cada año más rara. En las antípodas, Paco Ureña, el nuevo "consentido" de Madrid, todo temple y entrega.
Y por encima del bien y el mal, pero con la categoría de lo que siempre significó ser figura, un tal Enrique Ponce. A Juli se le esperó entre jandillas y vellosinos con las escopetas cargadas y resolvió la esquizofrenia con esa intrinseca facilidad suya para ser pirómano y bombero a la vez. De los de arriba, Sebastián Castella penó con el excesivo peso de cuatro tardes. Del gesto de apuntarse a los adolfos, ni agradecido ni pagado. Una imagen templada tirando a tibia... Y mucho maquillaje para San Isidro 2016. Sombra aquí y sombra allá, maquíllate, maquíllate...
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