viernes, 8 de julio de 2016

Javier Jiménez, heroico tras una espantosa cogida en San Fermín

El tercer toro lo lanzó por los aires hasta tirarlo con violencia a la arena y mandarle pitonazos a la cabeza y el cuello
El joven sevillano perdió el triunfo con el acero con una complicada corrida de Cebada Gago

Javier Jiménez, en un momento del percance
Javier Jiménez, en un momento del percance - Efe
ANDRÉS AMORÓSPamplona

Vuelven los toros de Cebada Gago, tan apreciados aquí: siete veces han ganado el premio a la corrida más completa y cuatro, el del toro más bravo. De acuerdo con su fama, protagonizan un encierro complicado, peligroso. En la Plaza, su juego también es complicado y peligroso. El joven Javier Jiménez, que se presenta como matador, sufre un percance espeluznante y pierde, por la espada, un triunfo de clamor. Si un futbolista hubiese sufrido la décima parte, ¡qué epopeyas se escribirían!


El toledano Eugenio de Mora, ya en la cuarentena, ha renacido en Madrid como un lidiador clásico. El primero, un bonito castaño, embiste con codicia, saca genio y se cuela por la izquierda. Aunque le da la lidia adecuada, acaba enganchándole y le atraviesa la tela de la taleguilla, sin herirle en el muslo, en unos momentos angustiosos. Faena de buen profesional, de más mérito que brillo, deslucida por la espada. Al cuarto, un cárdeno astifino, sin fijeza ni entrega, le saca muletazos notables, hasta que va a por él y le mete dos pitonazos en el vientre. Falla con el descabello pero deja intacto su cartel de buen profesional.
El sevillano Pepe Moral, de Los Palacios, ha tenido aquí buenas actuaciones y cortó una oreja, en la pasada Feria de Abril. El segundo se parte la punta del pitón derecho, al derrotar en el burladero; además, flaquea y queda corto. Moral logra muletazos sueltos con buen estilo pero el toro no le deja redondear la faena. Mata con acierto. El quinto, con muchos pitones, se desentiende, no se entrega. El diestro lo intenta, con buenas maneras, se justifica y mata bien: vuelta al ruedo.
Eugenio de Mora, agarrado al pitón en una aterradora imagen
Eugenio de Mora, agarrado al pitón en una aterradora imagen- Efe
Javier Jiménez, de Espartinas, formado en la línea de Espartaco (igual que su hermano Borja), sólo lleva dos años como matador. Recibe con larga de rodillas y delantales al tercero, colorado, de 645 kilos, que tiene escasa fijeza, pero es manejable. Javier está firme y valiente, con recursos; logra buenos muletazos por los dos lados, en una faena que va a más. En un rodillazo final, para amarrar el triunfo, sufre tres tremendas volteretas, cayendo sobre el cuello, y recibe dos patadas en la cabeza, que le dejan sin sentido. Lo llevan a la enfermería pero se escapa y vuelve, conmocionado, para matar al toro. Como pincha, pierde las orejas, que tenía en el bolsillo. De la enfermería llegan noticias de que sufre amnesia parcial. No obedece a los médicos y sale a matar al último, sin la chaquetilla y evidentemente disminuido. El toro se duele, embiste rebrincado, sin clase. Me cuentan que brinda a su madre, para tranquilizarla. Vuelve a mostrarse firme, solvente, con cabeza y buen oficio, hasta que el toro se raja del todo. Mata a la segunda, a cambio de otro pitonazo; esta vez, en la rodilla. No ha cortado orejas pero se ha ganado el respeto unánime. Nos ha hecho sentir la grandeza heroica del toreo.
Postdata. En su libro «La suerte o la muerte», Gerardo Diego, el más aficionado del 27, hace un verdadero tratado de Tauromaquia, en verso. Dedica una décima al encierro matinal («están tocando a maitines») de Pamplona, visto como un río rapidísimo que arrastra todo: «¡Madre, los toros! El río/ urge y aprieta sus ondas/ de tumulto y vocerío/ y espumas negras, redondas./ Se va haciendo embudo el lecho./ Hay que tragar el estrecho,/ zancas largas, sanfermines./ Sopla el fuelle, allá van blusas,/jirones, aspas, esclusas. / Y están tocando a maitines».

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