domingo, 17 de julio de 2016

Ortega Cano, el maestro de siempre


Un cuarto de siglo ha pasado desde aquella apoteósica temporada del 91 en la queOrtega Cano marcó la diferencia en competencia con el gran César Rincón. Veinticinco años de la consagración como figura del toreo de aquel vendedor de melones al que su madre, doña Juana, convenció para no tirar la toalla en sus inicios. Desde entonces, José no se rindió jamás. Mil veces cayó sobre la lona y otras tantas se levantó a base de fe. Hasta tres extremaunciones recibió. Y en las tres se agarró a la vida como el soberbio luchador de raza que es.
Sólo esa fuerza interior explica que ayer, siete años después del último paseíllo de luces en Navalmoral de la Mata, tras un carrera de obstáculos personales con la sombra de la cárcel a sus espaldas, José volviera a sentirse torero en Benidorm. «Lo que siempre he sido», confesaba a EL MUNDO un día antes.
Por eso, cuando se abrió el portón de cuadrillas, al lado de Morante y Manzanares, Ortega Cano sonrió como un niño pequeño. La justa felicidad de un torero que cumplió el sueño de que sus hijos le vieran torear. Allí estaba Gloria Camila y el pequeño José María junto a su mujer, Ana. Todos sufriendo por él, todos gozando del maestro. Y la foto final con los tres toreros a hombros compensó tantas noches sin dormir. Un sueño cumplido.
Ortega Cano recibió a su primero con la cadencia de antaño. Las verónicas jaleadas, la media para la eternidad. Comenzó asentado la faena, por alto, y la obra alcanzó su cénit al natural, templando como si el tiempo no hubiera pasado, bajo los acordes al violín de Viva el pasodoble en honor a Rocío Jurado, interpretado por Marcos Núñez. La estocada en lo alto y las dos orejas. Y el beso de su hijo. Y el enésimo renacer del maestro, aclamado de nuevo.
Mayor nivel alcanzó si cabe en el cuarto, con más pies, que hizo sudar al veterano. Lo recibió a la verónica, quitó por delantales e inició genuflexo la faena con la muleta. En el tercio, surgió el toreo. Primero en redondo, después al natural. Otra vez al natural. Y el cuvillo embistiendo por abajo. Los molinetes finales confirmaron el alboroto. Un espadazo en lo alto le valió otras dos orejas, que paseó por el ruedo de la mano de su hijo José María en una imagen para el imborrable recuerdo.
La tarde tuvo contenido para dar y tomar. Pero el objetivo era ver a Ortega feliz. Se podría hablar de las soberbias verónicas de Morante a su primero, de su arrebatado inicio de faena, de su notable nivel frente al quinto... O se podría también gastar mucha tinta escribiendodel dulce momento de José María Manzanares, de cómo cuajó al tercero, del toreo natural eterno de Madrid recuperado de nuevo. O de su siempre contundente espada. Y de su explosión en el extraordinario sexto, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. Ayer daba igual.
Hubo pleno para los tres toreros: 12 orejas y un rabo. Cómo si no hubiera habido ninguna. La sonrisa a hombros de Ortega Cano valía por todo. Es la felicidad de un torero. De un maestro de siempre.

Núñez del Cuvillo / Ortega Cano, Morante y Manzanares

Plaza de toros de Benidorm. Sábado, 16 de julio de 2016. Algo más de media entrada. Toros de Núñez del Cuvillo, correctos de presencia y de buen juego en general; el 6 fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. José Ortega Cano, de coral y oro. Estocada (dos orejas). En el cuarto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros con Morante, Manzanares y el mayoral de Cuvillo. Morante de la Puebla, de azul cielo y azabache. Estocada (dos orejas). En el quinto, estocada (dos orejas). José María Manzanares, de azul marino y oro. Estocada (dos orejas). En el sexto, estocada recibiendo (dos orejas y rabo).

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