lunes, 12 de diciembre de 2016

Morante derrama su arte en una magnífica faena en La México

El torero sevillano enmudeció a la plaza más grande del mundo y cortó dos orejas 

Morante de la Puebla, en un sentido muletazo
Morante de la Puebla, en un sentido muletazo - Fotos: Luis Felipe Hernández
 
GUILLERMO LEAL México

El silencio provocado por el arte de Morante de la Puebla en la Plaza México fue impresionante. La plaza estallaba en un olé profundo y sentido en cada muletazo, pero se callaba otra vez antes de esperar el siguiente, mejor todavía... Y así de manera sucesiva el sevillano construyó lo que, sin duda, es su mejor faena en su voluble tauromaquia en México.

Desde que se plantó en el ruedo en un cartel con dos españoles y un mexicano, José Antonio dejó ver que venía con gusto a torear. Lució con el capote y por momentos con la muleta en su primero, en una faena que no se redondeó.

Sin embargo, la locura llegó en el cuarto, un extraordinario toro de Teófilo Gómez, bravo y noble. Bien comido, no con demasiada cara, pero cuyas bondades hicieron olvidar algunas protestas del público, que registró la mejor entrada de una Temporada Grande que ha padecido por la falta de aficionados en el tendido.


Morante se dio el lujo de inventar lances y después, con la muleta, de andarle al toro con la firmeza de un torero y la suavidad de un artista. ¡Qué faena más rotunda! En ocasiones pareció detener el tiempo en los muletazos. Las telas eran manejadas por el sentimiento y por el alma.

El toro ideal, el momento oportuno, el ánimo que rigió la tauromaquia del sevillano. Sonriente, se dejaba llevar y se emocionaba visiblemente con la entrega única de este público, sensible y honesto.

Estocada perfecta

De pie algunos espectadores disfrutaron de la faena. Los rezos eran para que Morante, acostumbrado a fallar con la espada, no pinchara. Allá arriba se escucharon y la estocada fue perfecta, llegando con la mano al morrillo, entregando el pecho. De la suerte salió el toro herido de muerte y ni tardo ni perezoso se entregó al puntillero.

La petición de dos orejas fue mayoritaria. Hubo quienes consideran que debió dársele el rabo; hubo otros incluso que sugirieron que se lo habían robado. Ayer ni robo ni nada. El único, el verdadero que hurtó algo fue José Antonio y eso fue el corazón del público mexicano.

La salida en hombros fue hasta El Encierro en medio del júbilo popular, ese que no pudo compartir José María Manzanares, un torero artista como pocos, pero que ayer no contó con los toros adecuados. Su primero fue el lunar de un buen encierro, y su segundo pareció que quiso, pero al final no se dejó.

José María le hizo lo que tuvo el astado y le reconoció el público. Mucho mérito fue el del joven Gerardo Rivera, un matador de toros tlaxcalteca hecho en México, que no se amilanó al estar al lado de dos figuras. A su estilo y a su experiencia, que no es mucha, intentó agradar en los tres tercios, consiguiendo por momentos hacerlo.
En unas horas Joselito Adame, ese torero al que las figuras españolas le han negado sitio en sus carteles, sigue abonando a su carrera y lo hará con una encerrona, la primera de su vida en la Monumental capitalina.

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