El paradigma del bienestar animal
La belleza un tercio de varas, en una imagen de Juan Pelegrin
La respuesta de un reconocido experto: ¿Es el toreo tortura o maltrato
animal? Un experto reconocido, Antonio Arenas, catedrático de la
Universidad de Córdoba y Académico de la Real de Veterinaria de España,
ha realizado un análisis detallado de la cuestión, con el propósito de
arrojar alguna luz a aquellas personas que no tienen claro el porqué del
toro bravo. Para ello, acude el autor "a argumentos objetivos, ya que
los subjetivos, como su propio nombre indica, pertenecen al modo de
pensar o de sentir de cada sujeto y me merecen el mayor respeto, los
comparta o no. Pero son sólo eso, sentimientos muy personales".
Antonio Arenas, Catedrático de la Universidad de Córdoba, Académico de la Real Academia de Ciencias Veterinarias de España
Con
ello, en absoluto es mi propósito intentar reafirmar la afición en los
incondicionales taurinos ni convencer a aquellos que abominan la fiesta
nacional; sé que sería un esfuerzo inútil. Pretendo, más bien, arrojar
alguna luz a aquellas personas que no tienen claro el porqué del toro
bravo. Para ello, he procurado siempre utilizar argumentos objetivos, ya
que los subjetivos, como su propio nombre indica, pertenecen al modo de
pensar o de sentir de cada sujeto y me merecen el mayor respeto, los
comparta o no. Pero son sólo eso, sentimientos muy personales.
Básicamente, las corrientes antitaurinas basan sus argumentos en que el toreo es tortura y maltrato animal.
Pero,
el toreo en sí es una actividad física, tanto del hombre como de la res
bovina, aprovechando la agresividad innata de ésta. Se trata, pues, de
una actividad parecida a la que se pueda realizar montando a caballo,
haciendo trineo con perros o haciendo trabajar a los animales de tiro
(caballos, bueyes…). No hay tortura ni maltrato en estas actividades,
como tampoco podemos considerar maltratar a una res el hecho de torearla
o correrla.
El
problema se suscita cuando, durante la lidia, se usan utensilios
tendentes a herir físicamente al animal con objeto de estimularlo o para
que pierda fuerza y poder así someterlo. No debe escandalizarnos hablar
de sometimiento, ya que todos los animales domésticos –y el toro bravo
lo es- son sometidos a la voluntad o el interés del hombre: educamos al
perro o al gato, domamos al caballo, ordeñamos las vacas u ovejas…
Sentada
esta base de que el toreo sin herir a la res no es tortura o maltrato,
podríamos preguntarnos ¿es tortura o maltrato el toreo cuando se hiere
al animal?
Es necesario aclarar
aquí que a la res bovina, durante la lidia, no se le hiere por placer o
de manera indiscriminada. Existen dos situaciones en las que se hiere a
los animales de lidia: en el tentadero y en la corrida. En el tentadero
de eralas (becerras de dos años de edad) se las hace entrar al caballo
de picar varias veces hiriéndolas con una pequeña puya que solamente
pincha su piel sin alcanzar tejidos más profundos, por lo que apenas
sangran. Se trata de una compleja evaluación de su comportamiento en el
caballo para poder valorar su bravura y sólo se hace una vez en su vida.
El tentadero es la base de la selección genética de la raza bovina de
lidia.
La
raza de lidia es de las pocas que el hombre ha seleccionado atendiendo a
sus características comportamentales y no estéticas o productivas.
Precisamente, el comportamiento es uno de los aspectos más difíciles de
fijar en la selección genética. Podemos asegurar, sin temor a
equivocarnos, que esta raza es todo un prodigio genético conseguido por
los ganaderos españoles durante cientos de años para un fin concreto:
crear un animal fiero pero capaz de embestir con nobleza para lograr una
estética muy particular, que podrá gustar o no, pero que es única.
La
otra situación en las que se hiere a los animales de lidia es en la
corrida (básicamente toros y utreros), siendo tres las fases de la lidia
en las que se usan utensilios para quebrantar al toro. La primera es la
suerte o tercio de vara, donde se utiliza la puya, la segunda es la
suerte de banderillas y la tercera es la suerte suprema, donde se emplea
el estoque para dar muerte al toro.
Técnicamente
es necesario herir al toro con la puya para quebrantarlo y ahormar su
embestida, y por supuesto no se hace para hacer daño al toro por el
gusto de verlo sufrir como algunos arguyen. El diccionario de la Real
Academia Española de la Lengua (RAE) define la palabra quebrantar como “Disminuir las fuerzas o el brío; suavizar o templar el exceso de algo”.
En este caso el toro es llevado al caballo para que suavice su
embestida y pueda ser toreado con más temple, lo que dota al toreo de
mayor belleza artística. Un toro sin picar suele ser mucho más bronco en
la embestida, cabecea más y lleva la cara más alta, dificultando la
lidia. No obstante, esta suerte está muy vigilada y legislada,
comprobando la autoridad las dimensiones de la puya, el peso de los
caballos, el número de varas a que se somete un toro, etc.
Tal
vez esta suerte debería ser revisada a la luz de la genética actual del
toro, ya que la bravura alcanzada hoy día hace que los animales se
fijen y empleen más profundamente en el caballo (gracias a la selección
genética que apuntábamos) entregándose más, lo que va en detrimento de
las siguientes suertes. Además, debería regularse el lugar anatómico en
el que se coloca la puya, debiendo realizarse preferiblemente sobre el
morrillo, que es donde menos daño hace y donde mejor se ahorma la
posición del cuello y cara durante la embestida. Estos aspectos deberían
ser debatidos técnicamente con mayor profundidad.
Por
su parte, las banderillas tenían como función técnica la de excitar la
bravura de los toros tras salir del caballo y antes de la faena de
muleta, especialmente en los inicios de la fiesta cuando la casta del
ganado de lidia era bastante exigua. Hoy día tienen como objetivo el
lucimiento artístico por lo que, si la suerte no se hace bien, sería
preferible obviarla, evitando un sufrimiento innecesario del animal.
Es recurrente la
pregunta de si el toro sufre o no durante la lidia. La respuesta es que
sí.
En una lidia sin herir, existe un cierto sufrimiento psicológico,
como ocurre cuando sometemos o contrariamos a cualquier otra especie
animal, incluida la humana. En la lidia del toro con picadores, es
innegable que existe dolor, aunque la descarga de adrenalina hace que
este alcance unos niveles casi inapreciables para el toro. Algo parecido
ocurre al contrario, cuando, en el fragor de la lidia, el torero apenas
se duele de una cogida. La gran mayoría de los toros indultados en la
plaza se recuperan fácilmente y no se aprecian en ellos secuelas físicas
o psicológicas, manteniendo luego comportamientos totalmente normales.
Finalmente,
la suerte suprema, la muerte del toro en la plaza, es consustancial a
la tradición española desde antes del siglo XII. Este aspecto es uno de
los que más molesta a los abolicionistas, que abominan la muerte del
animal. Pero es necesario detallar aquí que todos los toros, se lidien o
no, son siempre sacrificados. Se habla de que en Portugal no se mata al
toro, pero también se hace, apuntillándolo en los corrales.
¿El toreo es tortura?
Debemos echar mano de nuevo del diccionario de la RAE para encontrar la definición de tortura; en él, se la define como el “Grave
dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y
utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como
medio de castigo”. Como vemos, utiliza el pronombre indefinido
alguien, que se refiere a personas; no obstante, podríamos aplicarlo
también a los animales. Pero deducimos que la lidia no es tortura, ya
que no se trata de causar dolor para así dar castigo al animal por algo
malo que haya hecho. Bien al contrario, cuando se hiere al animal
durante su lidia, o es con fines de selección genética y por tanto
zootécnica, o es para conseguir ahormar la embestida de un animal
poderoso y poder expresar así un arte apreciado por multitud de personas
y personalidades de las artes, de las letras y de las ciencias a través
de los tiempos. Otras personas, en cambio, no ven aquí arte. Es
cuestión de sensibilidades.
Por
su parte, la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código
Penal, en sus artículos 173 y siguientes que tratan sobre “las torturas y otros delitos contra la integridad moral” tampoco contempla a los animales como objeto de tortura.
Al
toro se le hiere durante la lidia, pero no para causarle dolor, sino
por motivos que tienen un fin concreto y sujetos a estrictas normas
legales. Por estas razones estimamos que el toreo no puede considerarse
tortura.
¿Es el toreo maltrato animal?
Recurrimos otra vez al diccionario de la RAE, donde la palabra maltrato aparece definida como “Tratar mal a alguien de palabra u obra”. Una vez más utiliza el pronombre alguien, pero apliquémoslo a los animales.
¿Realmente
tratamos mal a las reses de lidia? Definitivamente no, más bien todo lo
contrario. La cría de las reses de lidia es una de las más naturales
que se efectúan en las especies domésticas, habitualmente en parajes de
gran valor medioambiental. Se respetan con pulcritud la etología, la
alimentación, la genética, la sanidad y todo el manejo natural que se
realiza.
Por
ejemplo, en una explotación de vacas de leche, estas son inseminadas
artificialmente en el celo y ordeñadas hasta unos dos meses antes del
parto; los terneritos suelen separarse de la madre nada más nacer y son
criados con leche en polvo adecuada. Tras tres a seis meses (depende del
tipo de destete), pasa a los corrales de transición y cebo hasta que
alcanzan el peso de venta con unos 14 meses. Durante todo este tiempo,
madre y ternero son tratados con todo mimo y cuidado, cumpliendo todas
las normas de bienestar y sanidad animal.
Lo
mismo ocurre con las reses de lidia, sólo que los lotes de vacas son
apartadas con un semental durante el periodo de cría y los becerros se
destetan de sus madres de manera natural a los 7 u 8 meses de vida.
Luego pasan a los cerrados con animales de su mismo sexo y edad. Las
hembras son tentadas con unos dos años y si no demuestran nobleza y
bravura son cebadas y sacrificadas humanitariamente en un matadero; en
caso contrario son dejadas como vacas nodrizas hasta que mueren de
viejas. Mientras, los machos son separados en corridas con unos 3 años
de edad (utreros) y suelen ser toreados con 4 o 5 años (toros). Creemos
interesante reseñar que sólo mueren en la plaza alrededor de un 10 por
ciento de la ganadería; el resto o mueren en el campo de manera natural o
son sacrificados en el matadero.
La
cría y manejo del toro de lidia, desde que nace hasta que sale por los
chiqueros de la plaza, puede ser considerada como el paradigma del
bienestar animal.
Pero
es que en un encierro o en una capea donde los animales corren
libremente en un circuito campando por sus respetos y dando rienda
suelta a sus instintos y donde en absoluto son heridos, tampoco hay
maltrato.
Además,
durante el traslado, los camiones y las condiciones del viaje y
alojamiento deben cumplir la estricta normativa europea de bienestar
animal, siendo esto comprobado y vigilado por los servicios veterinarios
autorizados y por la autoridad gubernativa y policial. Todo está
absolutamente legislado en materia de bienestar y sanidad animal hasta
la muerte del toro.
No debe
escandalizarnos la matanza o sacrificio de los animales. El Homo
sapiens, como especie, tiene todo el derecho del mundo a matar otras
especies para su interés, como lo hacen el gato, el león, el lince o el
águila. Nosotros, en vez de matar, empleamos el eufemismo sacrificio,
porque se hace de la manera más humanitaria posible. La matanza de
animales está enormemente reglamentada en todos los países civilizados,
cumpliendo todos los estándares que garanticen una muerte digna.
Teniendo
todo esto en cuenta, podríamos considerar maltrato no la lidia o el
toreo en sí, sino cuando se hiere al animal durante la lidia, siendo
especialmente desagradable para algunas personas cuando el toro muere en
la plaza. Pero es que la otra opción es morir humanitariamente
apuntillado.
Aquí
me permito una licencia subjetiva… ¿es una muerte digna para un toro
bravo morir apuntillado en un matadero? Precisamente creemos que la
muerte en la plaza es lo que más se merece (lo más digno) un animal que
ha sido altamente seleccionado y criado expresamente para pelear y
defender su vida en una plaza de toros ante un torero, creando así un
profundo sentimiento (para muchos, artístico, aunque para otros no lo
sea). La muerte de un imponente toro bravo apuntillado en un corral o en
un matadero sí que nos resulta una muerte indigna para él, ya que
cercenamos su razón de ser. A otras personas, por el contrario, les
resulta abominable la muerte del toro en la plaza. Como ya hemos
comentado es cuestión de sensibilidades.
Como
también es cuestión de sensibilidades el aborto o ‘sacrificio’ de
embriones humanos; o la eutanasia o ‘sacrificio’ de personas terminales.
A unas personas su sensibilidad les lleva a tomar una posición y a
otras les lleva a la contraria.
Dice Francis Wolff(1), catedrático de Filosofía en la Universidad de París: “Sólo
hay un argumento contra las corridas de toros y no es verdaderamente un
argumento. Se llama sensibilidad… La sensibilidad no es un argumento y
sin embargo es la razón más fuerte que se puede oponer contra las
corridas de toros… pero ¿la sensibilidad de unos puede bastar para
condenar la sensibilidad de otros?”.
(1) Francis Wolff . 2010. 50 razones para defender la corrida de toros. Ed.: Campo Bravo SL. Madrid. pp 9-10.
Fuente: http://www.portaltaurino.net/enciclopedia/doku.php/veterinarios
Fuente: http://www.portaltaurino.net/enciclopedia/doku.php/veterinarios
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