jueves, 25 de mayo de 2017

Puerta Grande al precoz empaque de Ginés Marín



 Apoteósica Puerta Grande de Ginés Marín bajo la atenta mirada de Manolete JAVIER BARBANCHO

El día de diferencia en las alternativas de Álvaro Lorenzo y Ginés Marín -14 y 15 de mayo de 2016, en Nimes por más señas- marcaba la antigüedad en el cartel de la confirmación. Como hermanos gemelos: una cuestión de horas la vejez. El Juli les ratificaba ayer el doctorado por partida doble. A Lorenzo con Fiscal; a Ginés con Favorito. Nombres de toros históricos en la ganadería de Alcurrucén.

Fiscal se hacía un tacazo. Entipado en su negritud. Tan notables y recortadas hechuras se hallaban deshabitadas. Todo lo (poco) que se movió el toro fue apoyado en las manos. Con ellas por delante en el capote y sobre ellas frenado en la muleta. El toledano se justificó con sentido de la medida. Y aplicó la fama del acero de su tierra con un fulminante volapié.

Devolvió Álvaro Lorenzo los trastos a El Juli. El presidente Justo Polo sugirió, con acertado criterio, que no se celebrasen las ceremonias consecutivas. Para que Juli no tuviese que matar tercero y cuarto sin respiro. Así que lidió el segundo. Un toro papudo, chato y largo. Frío y suelto de salida. Como cumplidor con la genética de comportamiento del encaste. De caballo a caballo se escupió. Del tirón en el picador que guarda puerta. En el quite por chicuelinas de manos bajas de Juli apuntó su franca humillación. Su mejor baza. A falta del tranco más de la casa, reponía en la muleta. Juli provocó siempre con ella al hocico. Permanentemente puesta. Y alargó el recorrido por uno y otro pitón. Por abajo. Todo atado a su ciencia. Fondo de torero largo. Nada nuevo en su perfil de consagrada figura. Un circular invertido y cosido a un interminable cambio de mano levantó las exclamaciones. Más metido en la faena el público que el toro entonces, cuando ya se desentendía. Una coz de propina y un estoconazo. Cada uno de su autor. Y una oreja a su precisión.
Con Favorito confirmó Ginés Marín. De la familia de aquél con el que Urdiales volteó Bilbao.

 Castaño también. De lujosas líneas. Lejos del cuajo redondo del virtuoso alcurrucén bilbaíno. La calidad asomó en la revolera del quite por gaoneras de Lorenzo. Ginés dibujó un trío de tandas de bonitos naturales. Lentamente. Como embestía el toro por su mano más notable. La suave dulzura al paso sobre la chispa. Los pases de pecho encendidos. Unas bernadinas prendieron ilusionadas ovaciones por encima de la serenidad respirada. Marín pinchó con reiteración renunciando a las esperanzas de las buenas gentes.

De los terrenos del «6» donde se había apalancado el serio cuarto en banderillas, se lo sacó El Juli a los medios. Por momentos pareció otro. Otra vez la luminaria julista. Y la raza. Ligó tandas que le sacaron al núñez de sus apoderados el contado fondo. Una por cada pitón. Cuando el toro se paró debajo, Juli aguantó con la plomada en los talones. Incendió el sol acalorado. Un pinchazo y media estocada muy trasera enfriaron los ánimos.

Una cuarta descendió el silleto quinto de su alzada inicial cuando abandonó el peto. Quedó un cuello generoso y descolgado. La embestida también se estiró con profundidad. El estilo caro de la casa. Álvaro Lorenzo se dobló en el prólogo y se puso con el temple como sello. Tres rondas de derechazos ligados fue lo que duró. Puede que una más a izquierdas, ya con la bandera blanca. Ni llegándole al morro volvió a despegar. Otra estocada de nota lo confirmó como matador. Casi tanto como la ceremonia.

A tarde vencida apareció Barberillo. Negro, estrecho de sienes, otra joya de hechuras para cerrar la entipada corrida de Alcurrucén. Otro para el impresionante palmarés de esta ganadería en Madrid. Ginés Marín lo bordó. Cosió la alegría del toro humillado en su izquierda. Así, de pronto. Barberillo la expresión de Ginés, el embroque, la muñeca, la cintura conjugada. Un empaque precoz. Ligado el toreo en la honda embestida. Ese mismo aire de inspiración también soplaba en redondo. El aliento del Espíritu Santo. Inmensos los pases de pecho. Y la torería en los adornos. En el cambio de mano que se reproducía como un eco gigantesco. Y en el molinete zurdo de mimbres trianeros. Madrid enronquecía. Gargantas de arena. La faena exacta. El toro de su vida. El sueño en ebullición.

En los remates cuando pedía tablas Barberillo. Cuando todavía lo hacía con el punto de planeo que había cuajado Ginés Marín. Inapelable la estocada. El cañonazo a la Puerta Grande. La rendición de Las Ventas. La procesión se desbordó con incontenida locura. Hay torero.

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