Ante el estallido de una tragedia
"Era
Fandiño un pelotón de un solo hombre. Seco, recio, apaisanado. Con su
tez olivácea. Con el gesto grave. Con los espolones fuera y la sangre
siempre a punto. Hizo del ruedo una patria ambulante. Vasco de padres
gallegos, se hizo torero en Valencia y Sanlúcar de Barrameda, echó
raíces en Guadalajara y un toro madrileño se lo ha llevado en Francia",
en estos términos le canta Juanma Lamet en su recuerdo a uno de los
nuestros, a un torero muy hombre, que vio como la vida se le escapaba
entre la manos, cuando iba camino de Mont de Marsan.
Juanma Lamet
Fue
en Aire-sur-l´Adour, un pequeño pueblecito de Las Landas francesas. Más
pequeño que Linares, o que Talavera. O que Pozoblanco, Colmenar o
Teruel. Apenas una meta volante en el Tour transpirenaico de las
corridas duras. Tan cerca y tan lejos de Orduña, a la vez. Un lugar tan
en calma, tan apaciblemente torero. A las 19.28 avisó André Viard de la
cornada y a las 21.40 se confirmó la noticia. Eran las nueve y cuarenta
en todos los relojes. Esa consumación atronó como un restallido
ensordecedor. "A lo sonoro llega la muerte", escribió Neruda.
Otra
vez. Sólo once meses después de que La Parca se llevara a Víctor Barrio
colgado del pitón de ´Lorenzo´, de Los Maños, otro toro negro como un
blues de Leadbelly. Otra vez dos matadores fallecidos en once meses,
igual que Paquirri (septiembre de 1984) y El Yiyo (agosto de 1985). Otra
vez el mundo del toro enlutado por un torero íntegro, de valor febril,
todo franqueza. Hecho a sí mismo sin regatear un esfuerzo. Un luchador.
Un samurái que se tiraba a matar o morir a cuerpo limpio cuando tocaba.
Que cumplía a rajatabla el principio ramoniano de que el torero vive la
vacación de la vida ante las posibles empresas de la muerte.
Era
Fandiño un pelotón de un solo hombre. Seco, recio, apaisanado. Con su
tez olivácea. Con el gesto grave. Con los espolones fuera y la sangre
siempre a punto. Hizo del ruedo una patria ambulante. Vasco de padres
gallegos, se hizo torero en Valencia y Sanlúcar de Barrameda, echó
raíces en Guadalajara y un toro madrileño se lo ha llevado en Francia.
“Provechito” no le tocó en suerte a él, sino a Juan del Álamo. Le hizo
un quite Iván por chicuelinas, envuelta la figura en percal. Dio un
traspié y cayó al albero. A partir de ahí, todo lo enseñan con precisión
de cirujano las terroríficas fotos de Iroz Gaizka.
En
el suelo fue donde la aguja encontró hilo. Como pasó con Víctor. El
pitón enhebró a Iván El Terrible y le dejó la muerte cosida bajo el
vestido caldero y oro, igual que aquel con el que descerrajó la Puerta
Grande de Las Ventas en 2014. A la gloria va Iván siempre con el mismo
color.
Como
todo torero de ley, Fandiño fue consciente de que la vida es citar
desde el estribo. Es tener una espuerta de cal prevenida. Es llevar
siempre encima la moneda para pagar a Caronte. Lo escribió el torero el
22 de marzo, en una profecía tristemente certera, terrorífica: "A veces
no hay próxima vez ni segundas oportunidades. A veces es ahora o nunca".
Vivimos
una era trágica, en general. Como de fin de ciclo. Es todo bastante
raro, pero queda un puñado de cosas puras, ajenas a la posverdad.
Irreductibles. Una de ellas es el tributo de la sangre. Otra vez. Otra
maldita vez el charco de la agonía, la vida derramada. Agur, Iván. Has
muerto libre, como querías. Que la tierra te sea leve. "Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!".
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