martes, 6 de junio de 2017

Ureña y «Pastelero», una lucha épica en San Isidro

Alejandro Talavante corta una oreja en una emocionante corrida de Victorino Martín 


Paco Ureña, frente al encastado tercer toro de Victorino 
Paco Ureña, frente al encastado tercer toro de Victorino - Paloma Aguilar
 
Madrid

Con los toros de Victorino Martín, Alejandro Talavante corta una oreja; Paco Ureña lleva a cabo una labor verdaderamente épica, con un toro muy bravo: sin trofeos, sale muy reforzado.

Una vez más, el fallo de muchos toros ha aumentado la lógica expectación que despiertan los toros de Victorino Martín. Lo hemos vivido en Madrid, en Sevilla, en Bilbao... En un momento en el que tantos ganaderos han rebajado la casta y la fiereza, buscando la «toreabilidad», el «toro artista» y tantos otros camelos, que intentan disimular la flagrante disminución de las características propias de un toro bravo, Victorino apostó decididamente por lo contrario: el toro encastado, fiero, poderoso, cuya lidia suscita auténtica emoción. Al interés que despiertan estos toros se une, esta tarde, la presencia de una primera figura, Alejandro Talavante: un auténtico gesto.
Alejandro Talavangte se dobla con el toro
Alejandro Talavangte se dobla con el toro- Paloma Aguilar
Un gran elogio de Curro Romero llamó la atención de muchos sobre el riojano Diego Urdiales: sigue siendo un torero clásico, de buen gusto, pero no ha dado el salto a la primera fila. No ha tenido fortuna, con su lote. En el primero, complicado, trastea movidito, se ve aperreado en la muleta (¿por qué ha brindado?), corta en seco y mata mal. El cuarto va de largo, galopando, al caballo de Manuel Burgos, muy aplaudido. Urdiales intenta doblarse pero, cuando se para, el toro le tropieza la muleta y se le sube a las barbas. Una tarde para olvidar.

El segundo, encastado, da buen juego. La faena de Talavante es seria, clásica, bien concebida y realizada, con su habitual facilidad. Liga dos series de naturales de categoría y mata bien: justa oreja. El quinto recibe mucho castigo en varas, es pegajoso, raja varios capotes. Alejandro intenta enseñarle a embestir pero el toro se resiste: no se entrega pero no se va… y el que se va es el torero, que desiste. Mata mal.

Después de años de lucha, el murciano Paco Ureña logró destacar y entrar en las Ferias. En Sevilla todavía se recuerda una faena suya a un Victorino. Ha demostrado una entrega digna de elogio toda la tarde, desde el arriesgado quite por gaoneras modernas, a lo José Tomás, en el segundo. El momento cumbre de la corrida se vive en el tercero, «Pastelero», cárdeno bragado meano, de 520 kilos, un toro de bandera, al que se debió dar la vuelta al ruedo. Pica muy bien Iturralde, ovacionado. La faena de muleta de Ureña oscila entre el valor y los apuros, con una constante emoción. El toro humilla pero embiste como una bala, se revuelve rápido. Es una pelea que no se sabe quién ganará (la definición del toreo de Pepe Alameda), muy alejada de la rutina esteticista de tantas tardes. Bajándole mucho la mano, Paco logra imponerse… hasta cierto punto. Con un toro así, cualquier error se paga. Cuando se templa un poco, la calidad de los muletazos sube. Hasta el final, no se le acaba la cuerda, como al conejito del anuncio… Se vuelca Ureña en la estocada pero necesita tres descabellos: no hay trofeo pero no olvidaremos esta faena. Al último, muy armado, le pegan fuerte en el caballo, pero eso no evita el mitin banderillero. Por bajo, el toro repite pero las embestidas son desiguales, pronto se apaga. Le saca algún muletazo bueno, a costa de algunos sustos: otra actuación digna.

En el recuerdo queda ese torrente de bravura que ha sido «Pastelero» y la lucha épica, muy meritoria, de Paco Ureña.

Posdata. Cuando escucho a algunos antitaurinos hablar del «pobrecito toro», recuerdo lo que dice Ignacio Sánchez Mejías: «El toro bravo es una fiera como el león y el tigre, a quienes acomete y vence, cuando a ellos se enfrenta». A Madrid llegó, en 1897, un circo que traía a «César», un tigre de Bengala que se anunciaba como «el animal más feroz que existe en el mundo». Cuando lo enfrentaron al toro «Regatero», el tigre acobardado, huyó a chiqueros. El público, enfervorizado, gritó vivas a España, mientras se escuchaba la «Marcha de Cádiz»... Lo he recordado, esta tarde, al ver la bravura auténtica de «Pastelero», ese gran toro de Victorino.

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