jueves, 27 de julio de 2017

El Juli, científico de la tauromaquia en el laboratorio de Cuatro Caminos


Cuaja una faena de capaz maestría a un geniudo toro y sale a hombros; Perera corta una oreja en la reaparición de Roca Rey en Santander 

El Juli sale a hombros del coso santanderino 
El Juli sale a hombros del coso santanderino - Serrano Arce
 
ROSARIO PÉREZ Madrid

Y ahí estaba El Juli, con su bata de científico, administrando cubetas, con la pócima adecuada para cada ocasión, conjugando distancias y tiempos. Así lo hizo con «Pocapena», de maldito bautismo, que metió bien la cara en su templado y variado recibo. Preciosista y personal el quite, con chicuelinas y julinas a cámara lenta. El madrileño cuidó las calidades del buen toro -de no sobrada fortaleza- desde el inicio, sacándoselo con suavidad a los medios. No quiso apretarlo de primeras y le dio aire, oxigenándolo mucho a derechas, sin demasiadas apreturas. Cuando agarró la zurda, los naturales brotaron despaciosos y largos, exigiéndole cada vez más. El de pecho se ralentizó tras el afarolado. Todo con estructura, medido, pausado en el tempo y en cada muletazo. Hilvanó luego un extenso cambio de mano a dos redondos invertidos que entusiasmaron. Profundo el broche por bajo, látigo y seda a partes iguales. El pinchazo previo a la estocada no le impidió inaugurar el marcador de trofeos.

Pero fue en el cuarto donde se vio toda su magnífica ciencia en el laboratorio de Cuatro Caminos. No apuntó este toro grandes virtudes desde la salida. Ni las apuntó ni las tuvo, más allá de su movilidad, que no es lo mismo que embestir, con un constante calamocheo geniudo. Nadie apostaba un alamar por este difícil «Apreciado», pero el amor propio de El Juli se acrecentó ante tal reto. El milagro se obró por partida doble en tres naturales: por los muletazos y por salir ileso de un derrote, con el de Domingo Hernández acudiendo por dentro. Por esa mano siguió, con la muleta puesta, adelantada y sin opción a ver más allá. Lo imposible surgió también a derechas, metiéndolo en el canasto con capaz maestría, con más poder y valor que estética, pues, pese a obedecer a los toques julistas, era toro de enfermería, tan brusco y violento. Ahí no se movían ni los niños de los tendidos, pendientes de la emocionante misión de la figura. Julián López sorprendió con un molinete de rodillas, desplantándose con orgullo. Abrochó arrebatadísimo con otro de esa guisa a la vera de la meseta de arrastre. El público, puesto en pie, reconoció la lucha librada por este Einstein de la tauromaquia y le entregó la oreja que le abría la puerta grande.

Miguel Ángel Perera se ganó un trofeo del notable quinto de una desigual corrida de Garcigrande. El extremeño desgranó firmes y templados pasajes, con varias series de mando y categoría. El prólogo de monumentales cambiados prendió la mecha en el anterior, al que había saludado con cadencia. Predominó lo bueno en una labor con altibajos.

El deslucido y rebrincado lote de Roca Rey nofue el material deseado para la reaparición del peruano, algo incómodo y embarullado. La tarde tuvo el sello de la ciencia de El Juli.

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