El invierno es el tiempo para ir al sastre, que confecciona las prendas que se estrenarán en las ferias. La moda en el ruedo la marcan las figuras

José Luis Benlloch
Aplausos
Lo primero que llama la atención del recién llegado al toreo son los vestidos de luces. El colorido, su magnificencia, la autoridad que impone, el respeto que merece, su simbolismo. Si uno no se ha vestido de luces no es torero. Es la frontera entre el aficionado y el artista. Oro para los matadores, ellos pueden elegir, plata para las cuadrillas de a pie, el azabache, luto o elegancia para quien quiera o para quien le toque el infortunio. Los grandes espadas de todos los tiempos le rinden culto, es su segunda piel, compañero de sudores y miedos, víctima en las apoteosis y en las tragedias, hay uno para cada ocasión, para cada edad si me apuran. Los claros para los inicios, el blanco, que tiene mucho de nupcial, se hizo recurso para las alternativas, los oscuros para las canas, el tabaco, el azul noche, el catafalco, el verde botella o el grana de los valientes... Usted, ciudadano de tendido, si no es un Adonis no se le ocurra probárselo, se deprimiría. No hay nada más chivato de las imperfecciones físicas y/o los michelines que un vestido de luces. Es pura tradición pero no reniegan de la innovación, así que todos los años en las sastrerías especializadas surgen nuevos diseños, se aprecian tendencias y algún atrevimiento.
Si uno no se ha vestido de luces no es torero. Es la frontera entre el aficionado y el artista
Es pura tradición pero no reniegan de la innovación, así que todos los años en las sastrerías especializadas surgen nuevos diseños, se aprecian tendencias y algún atrevimiento
Más que los sastres, la moda la marcan las figuras. O tienen su espaldarazo, la lucen ellos, Ponce, Morante, Tomás... en una tarde importante, o las novedades se quedan en el cajón del anonimato
El tiempo de acudir al sastre son los inviernos; y los momentos para el estreno, las grandes ferias. Estrenar es detalle que denota respeto a la plaza
El tiempo de acudir al sastre son los inviernos; y los momentos para el estreno, las grandes ferias. Estrenar es detalle que denota respeto a la plaza. Se estrena en Fallas, en Sevilla, sobre todo si estás anunciado el Domingo de Resurrección, se estrena en Madrid, plazas de compromiso por mucho que el día del estreno no es el más cómodo por la rigidez de la chaquetilla, y se estrena cuando quieres celebrar alguna efeméride. El número de vestidos que se encarga ha sido siempre un indicador del ánimo y las expectativas con las que un torero inicia la temporada. ¡Se ha encargado ocho vestíos! decían en tono promocional sus mentores.
Los sastres son los primeros en tener noticias de cómo han
pasado el invierno los toreros. Si se han cuidado o si no. Aseguran que
el gran Dámaso se tomó medidas de novillero y no volvió más al sastre,
los encargaba por teléfono, nunca engordó y si lo hizo bastaba el ojo
clínico del sastre para aplicarle unas leves correcciones desde la
distancia. Algo parecido ocurre con Ponce, aunque éste, más coqueto, sí
hace sus pruebas pertinentes, normalmente dos.
Las supersticiones ejercen una gran influencia. Si a un torero le
cornean estrenando un terno, es muy probable que no vuelva a ponérselo,
pero también los hay, los menos, que ya de vuelta de esas cuestiones
pretenden espantar los fantasmas y reaparecen con el mismo que lucía el
día del percance. Como en todo lo que rodea a una profesión tan expuesta
a la suerte, abundan las manías. Manzanares padre estrenaba todos los
días un par de medias; Emilio Muñoz quería que los lazos de las
zapatillas quedasen inhiestos y para arriba cuando se los ajustaba el
mozo.
Los colores son clave. De un tiempo en que no había más de una docena, actualmente, gracias a la química y a las mezclas, se han multiplicado por diez

Otras cuestiones clave radican en el ajuste de los
vestidos, que deben ir perfectamente ceñidos -están prohibidas las
arrugas- y en la cruz de la taleguilla, cuestión harto delicada porque
debe permitir la agilidad de piernas y la comodidad de los atributos
masculinos. No es fácil de lograr, hasta el punto de que incluso los
vestidos que confeccionan los grandes modistos, llegado el momento de
cortar la taleguilla la mandan muchas veces al sastre de los toreros,
expertos en la cuestión.
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