domingo, 8 de abril de 2018

Adiós a Ángel Peralta, un enamorado del toro y el caballo


Muere a los 93 años el rejoneador que revolucionó el toreo ecuestre, inventó nuevas suertes y plasmó en varios libros su gran sensibilidad poética



Ángel Peralta, siempre a caballo
Ángel Peralta, siempre a caballo - ABC

 
 

El mundo del toro y del caballo están de luto por el fallecimiento, a los 93 años, del ilustre caballero don Ángel Peralta. La capilla ardiente está ya instalada en su finca «Rancho el Rocío», de La Puebla del Río. Quizá ningún rejoneador del siglo XX ha superado a Ángel Peralta en éxitos, espectacularidad y popularidad. Gracias a él, básicamente, el rejoneo dejó de servir para abrir plaza, en una corrida a pie, para convertirse en un espectáculo independiente, de enorme atractivo para el gran público. Triunfó en todas las Plazas españolas y en muchas, americanas. Además de actuar en solitario, lo hizo en collera, con su hermano Rafael. En los años setenta, inventó el cartel de «Los cuatro jinetes de la Apoteosis»: los dos hermanos, junto con Álvaro Domecq y el portugués José Samuel Lupi, recorrieron triunfalmente todos los cosos. El ganadero Antonio Pérez lo bautizó como «el Centauro de las Marismas»; Cossío lo definió como «el rejoneador más espectacular que ha producido esta afición, entre españoles».

La triste noticia no ha sido inesperada. El pasado 18 de marzo, día en que cumplió los 93 años, se le iba a rendir un gran acto de homenaje en Dos Hermanas: tuvo que ser suspendido, por su estado de salud. Lo mismo pasó con la presentación que íbamos a hacer, él y yo, en Las Ventas, de su último libro.

Hablé con él por última vez hace menos de un mes. Llamé para preguntar por su salud y alguien me dijo que dejaba ya el sanatorio y volvía a casa: una noticia que podía ser buena… o no. Unos minutos después, me llamó él para decirme, con toda seguridad: «Me estoy muriendo, Andrés». ¿Qué podía yo contestarle? Añadió, con sencillez: «Lo acepto. He vivido una vida muy plena». Le di la razón y le deseé lo mejor. Descanse en paz.

Su trayectoria artística, con cincuenta y cinco temporadas en activo, no tiene parangón. Desde chico, sintió la pasión por el toro y el caballo, en las marismas del Guadalquivir. Actuó por primera vez en público el 29 de febrero de 1949, a los 19 años, en la Plaza de la Pañoleta (Sevilla). Tres años después, el 19 de abril de 1948, debutó en Madrid. Desde entonces, se consagró como primera figura.

Innumerables hazañas

Sus hazañas como rejoneador son innumerables: ha estado en activo 55 temporadas. Sólo en Sevilla ha actuado más de 60 veces y cortado el primer rabo que allí se concedía a un caballero. Eso sucedió en 1971, el año en que batió un récord, toreando nada menos que 126 tardes. Sufrió un grave percance, en 1990, en La Zubia (Granada), al caerle encima el caballo.

El 20 de septiembre de 1992, en sus bodas de oro, recibió un gran homenaje en Las Ventas, actuando junto a diez rejoneadores más. Tituló Vicente Zabala, en ABC: «La afición rindió inolvidable homenaje a Ángel Peralta, que redondeó una actuación de apoteosis. Intervino en los seis toros y salió por la puerta grande».

Actuó por última vez en 1994. Con 87 años, hizo el paseíllo en Nimes para dar la alternativa simbólicamente a Lea Vicens, su última discípula. Montó a caballo hasta los 88 años. Durante cincuenta temporadas, organizó un festival benéfico en Medina de Rioseco. Realizó exhibiciones ecuestres en Berlín (1961) y Londres (1962). Recibió la Medalla de Bellas Artes en 2013. Intervino en las películas «La novia de Juan Lucero» (1958), con Juanita Reina, y «Cabriola» (1965), con Marisol.

Inquietud artística

Su inquietud artística le llevó a realizar nuevas suertes, que resumió así: «Soy el primero que ha banderilleado por el lado izquierdo; también, antes que nadie, he alegrado al toro para banderillear con el caballo suelto; poner banderillas a dos manos; la suerte de la rosa; dar un salto o corveta y, al caer el caballo, clavar; banderillear al cambio, con un par cambiado por la espalda; citar con el caballo andando de rodillas; hacer la pirueta inversa al galope, en la cara del toro; hacer cambiar al toro de mano, zigzagueando el caballo…»

Su sensibilidad se plasmó en varios libros, donde conjuga la técnica con los recuerdos, la prosa y el verso: «Cabriolas»; «Caballo torero»; «Cucharero»; «El mundo del caballo y del toro, a cielo abierto», con prólogo mío; «El Centauro de las Marismas. La novela que enamoró a Ava Gardner»…
Admiraba al caballo español: «Un arte de la propia Naturaleza». Lo amaba tanto que se identificaba con él: «Éramos dos en uno». Veía la vida como un sabio galope: «Galopando, galopando/ por el ruedo de la vida/ llevo la rienda prendida/ en la cintura del mando».

Nos ha dejado como él previó: «Quiero morir en La Puebla,/ que así lo dice mi sino./ Y que vaya mi caballo/ bien unido a mi destino/ y que quede, del Centauro,/ honda huella en su camino». Esa huella nos ha dejado don Ángel Peralta. Le encajan perfectamente los versos de Villalón: «Que me entierren con espuelas/ y el barboquejo en la barba…» Y su propio poemita: «La muerte es como una criba,/ el cuerpo se queda abajo/ y el alma vuela hacia arriba». Así sea.

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