Además del indultado, han dado juego excelente los toros segundo y cuarto. El Juli, gran defensor de esta ganadería, ha vivido una de las tardes más felices de su carrera, que alcanza ya dos décadas: ha salido por la Puerta del Príncipe, el sueño de todos los toreros; la nobleza de los toros le ha permitido desplegar la mejor versión de su tauromaquia. Con menos fortuna en el sorteo, Enrique Ponce ha dibujado una faena realmente primorosa, la idónea para ser apreciada por paladares tan exigentes como los de la afición sevillana. Sólo ha salido mal parado Alejandro Talavante, en una tarde aciaga. También ha acertado el presidente, José Luque Teruel: primero, por ser el responsable de que se lidiara el segundo toro, que ha resultado excelente; luego, por haber medido bien los tiempos y acertado en el indulto. (A él le tocó también la fortuna de presidir la corrida en que se indultó a «Cobradiezmos», como refleja un azulejo, en los corrales de esta Plaza).
Como decía Jack el Destripador, vayamos por partes. Además de ser un cartel de tres figuras, la corrida ofrece el atractivo de ver la rivalidad de Ponce y El Juli con estos toros, favoritos de Julián, a los que, este año, se está apuntando también Ponce: son los que propiciaron el triunfo de El Juli, en Castellón, y de Ponce, en Valencia.
Aunque le costó entrar, hace tiempo ya que la sabia afición sevillana valora con justicia la madurez artística de Enrique Ponce, que vive una asombrosa segunda juventud. La diosa Fortuna le sonríe sólo a medias. Lancea con gusto al primero, que se mueve pero pronto flaquea. Lo va metiendo en la muleta con suavidad, mandando mucho pero con guante de seda. Aunque lo cuida, el toro protesta, se viene abajo y, con él, la faena. Falla con el descabello.
Primor de Ponce
Pero le queda el cuarto. El comienzo del toro no es prometedor: embiste remiso al quite por verónicas. Aún así, el valenciano lo brinda al público: con su habitual lucidez, ha vislumbrado sus posibilidades. Para que no huya, lo sujeta, rodilla en tierra y, con una sola tanda de muletazos, pone la Plaza boca abajo, consigue que la música rompa a tocar. Se suceden los muletazos armoniosos, acompañando con la cintura, llevándolo prendido. Parece estar realizando el ideal que formuló Curro Romero: cada pase es una caricia. No cabe torear con más primor. Como la faena es larga y el toro se raja, los doblones por bajo levantan un clamor. Y, para colmo, consigue una gran estocada hasta la mano: corta una oreja. ¿Por qué no la segunda? Todavía no lo sé. Su naturalidad, al torear, es lo que pedía Antonio Bienvenida, el privilegio de los más grandes. A mi lado, un espectador cortés pero exigente dictamina: «Ha sido como tomarse un buen vino». En Sevilla, todavía queda gente que sabe apreciar eso…Tiene la fortuna El Juli de que le toquen dos grandes toros y los aprovecha plenamente. Me cuentan que hubo discrepancias sobre aprobar o no el segundo, un poco abrochado de pitones, que da un juego magnífico. Julián se entrega por completo, desde las verónicas de recibo. Al iniciar la faena, se resbala y cae pero tiene el gesto torero de enlazar muletazos de rodillas. Torea con mando, lentitud y ligazón. El único lunar: recurrir pronto a las cercanías; un toro tan noble pedía distancia. Mata con el habitual salto pero como un cañón: dos orejas.
Ya con la Puerta del Príncipe entreabierta, es fácil imaginar cómo sale en el quinto y tiene la fortuna de que sea excepcional: es pronto, va largo, humilla, repite, obedece: ¡vaya toro! En el mismo platillo, desmaya la muleta, manda, liga los muletazos. Va creciendo la emoción por la bravura del toro; El Juli no se cansa de torear; el tendido se puebla de pañuelos; el presidente espera lo justo y saca el ansiado pañuelo naranja: por su bravura, «Orgullito» se ha ganado el derecho a vivir felizmente, en su dehesa salmantina. En medio de la locura general, El Juli da la vuelta al ruedo con el ganadero, Justo Hernández, profundamente emocionado: sin duda, se ha acordado de su padre, fallecido hace poco.
¿Y Talavante? Mejor hablar de él otra tarde. No se da coba en el flojo tercero y se ve desbordado por la brusquedad del último, que exigía mucho dominio. (Ha saludado Trujillo, como tantas veces).
Cruza El Juli triunfalmente la Puerta del Príncipe, tocando el cielo. En nuestro recuerdo queda la emoción profunda de este toro, orgullo – no «Orgullito»– de la casta brava. La ilusión de ver toros así nos seguirá empujando a las Plazas. Ése es –dijo el poeta– «el negro toro de España… porque toda España es él». Quieran o no quieran.
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