domingo, 22 de abril de 2018

Pepe Moral triunfa con miuras en la Feria de Abril



Corta dos orejas y roza la Puerta del Príncipe en su mano a mano con Escribano


Pepe Moral, en una larga cambiada de rodillas al primero de su lote
Pepe Moral, en una larga cambiada de rodillas al primero de su lote - Efe
 
  Una tarde más - y ya son trece – acudo con tiempo a la Plaza de los Toros sevillana para paladear su belleza única: la majestad de las columnas clásicas, la armonía de los arcos, el perímetro irregular, el resplandor de la blanca cal y el dorado albero… Me detengo en esa terraza que da al río y, al fondo, a Triana. Allí está, como todas las tardes, mi amigo Fernando Ortega: un sevillano serio (igual que los recordados Manolo Vázquez, Eduardo Osborne y Pepe Bolaños); es mesurado, del barrio del Arenal, devoto de “la Pura y Limpia” (la Virgen de la capillita del Arco del Postigo). Ha cumplido Fernando 65 años (sí, 65, no es errata) como abonado de la Plaza. El maestro Antonio Burgos escribió que lo que necesita Ramón Valencia, el empresario, son cuatro mil, como Fernando: no es fácil que los haya… Sabe disfrutar de lo bueno y lamenta la pérdida, en la Plaza y en la vida, de algunos valores típicamente sevillanos.

Concluye la Feria, como tantas veces, con la corrida de Miura, tradición venerable. Esta mañana, en ABC, Antonio Burgos ha señalado acertadamente el valor ecológico que tiene una ganadería como la suya, de tan ilustre historia. La de esta tarde la torean, mano a mano, dos sevillanos que, con gran esfuerzo, supieron salir del ostracismo. Estos miuras hacen honor a su leyenda: son largos, agalgados, de juego variado. Con ellos, no cabe esa frase tan manida, hoy habitual, de que los toreros vienen “a disfrutar”. No. Con estos miuras, los toreros vienen a lidiar, a resolver las dificultades, a imponer su dominio a estos animales e intentar, si es posible, momentos lucidos: lo que ha sido siempre la Tauromaquia. Para el aficionado, un motivo de interés más: son inciertos, de comportamiento variable, exigen estar muy atentos porque, en cualquier momento, pueden manifestar matices inesperados. A Pepe Moral le tocan los dos mejores, corta una oreja a cada uno y roza la Puerta del Príncipe; con peor suerte, Manuel Escribano saluda, en sus tres enemigos. Se guarda un minuto de silencio por fallecimiento del torero sevillano “El Pío”.

Manuel Escribano forma ya parte de la historia de esta Plaza junto al inolvidable toro indultado “Cobradiezmos”, de Victorino. Esta tarde, no tiene fortuna con su lote. El primero supera los 600 kilos pero parece escurrido: ¡un tren! Acude bien al caballo y galopa con emoción en banderillas, que Manuel clava desigual. En la muleta, es un típico miura complicado, aprende rápido, se orienta; por la izquierda, no admite ni uno. Mata de buena estocada. El tercero flaquea, corta en banderillas, muy pronto se para; no cabe ligar. La voluntad del diestro tiene escaso fruto. Mata bien pero tendido. Vuelve a porta gayola en el quinto, devuelto, y en el sobrero, “Limeño” (lleva el nombre de uno de los diestros que más triunfó, aquí, con estas reses), de 615 kilos, que asoma la cabeza por encima del burladero y casi hiere a un banderillero. Escribano nos asusta a todos con el temerario par de banderillas por dentro, en tablas. En la muleta, el toro pega arreones, con la cabeza por las nubes. No hay nada que hacer. Ha mostrado una gran actitud, toda la tarde: es justo que saludara en los tres toros.

En el toreo de Pepe Moral, de Los Palacios, se advierte la huella de Manolo Cortés, que fue su mentor. Esta tarde, tiene fortuna en el lote y roza la Puerta del Príncipe. En el segundo, manejable, rajadito, aprovecha las nobles embestidas con suaves muletazos, aunque el toro sale desentendido.

 Mata muy bien: oreja. Se va a porta gayola en el cuarto, “Limonero”, que resulta ser el mejor, un gran toro. Lo brinda a su amigo Fernando del Toro. Al son de la maravilla que es el pasodoble “Suspiros de España”, interpretado por la gran Banda de Tejera, liga naturales lentos, clásicos, que suscitan un clamor. Vuelve a estar seguro con la espada pero el toro tarda en caer y se queda en un trofeo: ahí estaba la Puerta del Príncipe… El último, que parece vareado a pesar de sus 580 kilos, salta como un gato antes de llegar al caballo. Muy bien Chacón, con los palos. Se aplaude el último toque de clarín de la Feria. En medio de una fuerte tormenta, el toro se queda cortísimo. Le saca lo poquísimo que tiene y mata a la segunda. Ha sido una de sus mejores tardes, que debe abrirle caminos, en otros cosos, si mantiene su entrega, además de su buen estilo.

Concluye una Feria en la que hemos pasado frío y calor, en la que ha habido sol y lluvia. (Igual que en la vida). Taurinamente, el indultado “Orgullito”, que no paraba de embestir, con el morro por el albero, y algunas reses sin casta ni fuerza: las dos caras de Jano de Sevilla que definió Antonio Burgos. Me despido de los amigos sevillanos: Fran, Eugenio, Cortés… En medio de rayos y truenos, la gente sale huyendo y continúan su melancólico discurrir las aguas de este río, que, como las de Jorge Manrique, “van a dar en la mar”. Si Dios quiere, estaremos aquí de nuevo, en San Miguel. Nos espera esa larga y apasionada Feria que se llama San Isidro. .

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