La presidencia le niega la oreja tras una abrumadora petición con el mejor toro de una corrida de Jandilla que dinamitó la tarde de máxima expectación
La expectación desbordada colgó el cartel de «no hay billetes» antes de mediodía. El regreso de El Juli después del suceso del 16-A y el agarrón, que dicen por México, que se presentía con Roca Rey dispararon la venta y la reventa. Y la tensión. No había más que ver sus rostros en la travesía angosta de la calle Iris. En el patio de cuadrillas y en el paseíllo. La vista clavada con preocupación en las banderas hostigadas por un viento inclemente. Antonio Ferrera las miraba con fijación. Una ovación reconoció a Juli la apoteosis reciente. Montera en mano, montera en el corazón, la figura consagrada agradeció el tributo.
La pelea de gallos presagiada se sintió pronto. En el hondo y serio toro de El Juli. Roca Rey intervino en un quite por chicuelinas, tafalleras, caleserina y revolera. La respuesta del dueño de abril fue inmediata. Por el palo de Chicuelo también pero con el compás abierto, a rastras el capote, como en el recorte en tijerilla. La larga volandera aireó el quite con vieja torería. El manejo del capote no había sido fácil para JL en el saludo. Interrumpido por Eolo. El grácil pulso de la anterior intervención julista por delantales -que necesitan menos vuelo- desembocó en una media superior.
La faena de El Juli fue un compendio de serenidad y magisterio. Paciencia con el vendaval y el punto gazapón del toro. La obertura hacia los medios parió una trinchera y un cambio de mano de cartel. En aquellos terrenos el zumbido del airazo se hacía imposible. Así que volvió a cerrar al domecq. Y a esperarlo en su derecha para romperlo hacia delante. Que costaba. Y pesaba. Su nobleza se dio más y mejor por el izquierdo. Una serie soberbia de relajo y ligazón desató la música. Siete u ocho naturales de categoría compusieron la siguiente y frondosa tanda. La muleta barría el albero. Cuando regresó a la derecha más costosa, cosió la embestida en redondos sin solución de continuidad. El rugido de Sevilla se encadenó al cambio de mano. El domecq ya había mirado varias veces a la querencia. Los diferentes territorios pisados obedecían a sus amagos también, no sólo por el viento. Unos ayudados por alto como broche enjundioso. Y una trincherilla al paso. Faltaba el colofón. La espada se hundió caída. Quizá la presidencia se agarró a la colocación para abortar una petición abrumadora. La vuelta al ruedo fue un clamor.
En el 33 había puesto su empeño el ganadero. Un toro no precisamente guapo. Más feo era aún por dentro. Quinto malo contra el refrán. Geniudo y agarrado al piso. A golpe de pistonazo se movía. Cuando lo hacía. Una cosa. El Juli pasaportó a la agria prenda con brevedad.
Roca Rey venía tan revolucionado que marchó a la puerta de toriles. Libró la larga en el último instante. Y tiró otra en el tercio. Y se envolvió en arrabetadas chicuelinas que murieron en una media garbosa. El jandilla traía la seriedad concentrada en la cara. Que delataba un punto violento. El peruano no lo castigó nada en el caballo. Y puede que lo pagase luego. Porque el toro, humillador, eso sí, reponía una barbaridad y soltaba su astifina testa en los finales de viaje. O saltaba. El arranque de rodillas puso un nudo en las gargantas. Como la espaldina. RR quiso corregir con la fibra de su muleta y sus arrestos lo que en varas no se había corregido. Fue difícil la papeleta. Un estoconazo potenció un esfuerzo sordo para muchos.
El destino se empeñó en que Ferrera no contase. Entre un toro enfermo, que se defendió de pura impotencia -incluso se echó- y otro que no carburaba ni decía nada, apenas un manojo de verónicas acompasadas sobrevivieron como recuerdo. Tan poco.
La bravura cantada de Jandilla en 2017 no se presentó. La seria corrida, en sus diferentes hechuras, traía plomo en las manos. Que no pocos toros usaron de freno. El último se desplazó más por su acusado punto de mansedumbre. Roca Rey lo toreó con prestancia a la verónica y con arrojo por gaoneras. Del prólogo de faena por estatuarios a los derechazos de largo trazo y firme planta. El jandilla los tomaba con buen estilo. Pero sus intenciones de huida mandaban. Las series que Roca Rey ligaba, puesta y dispuesta la muleta como cortafuegos, calaban repartidas de terrenos. La plaza coreaba con fuerza cada ronda. El cierre fue en toriles, atándolo abajo. Las bernadinas todavía daban esperanzas. La espada no entró a la primera, sonó un aviso y la gran ovación de despedida quedó como un eco escaso para tanta expectación.
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