sábado, 19 de mayo de 2018

Decepción mayúscula: Castella no salva la sequía de Jandilla

FERIA DE SAN ISIDRO

El francés corta una oreja reglamentaria por un arrimón con el toro de mejor nota, pero que no duró nada, del desfondado conjunto de Borja Domecq.


Circular invertido de Castella al astifinísimo quinto toro de Jandilla ANTONIO HEREDIA


El cielo de nubes negras amenazaba con una tromba de agua en cualquier momento. Olía a tierra mojada, olía a los viejos sanisidros. Trompetas de expectación desbordada ante el aterrizaje del cóndor de los Andes, el terromoto del Perú: Roca Rey arrasó las taquillas con un temblor que viene de antes. Los públicos siempre fueron por delante de la historia. Pero la suerte no siempre acompaña...

La plaza rebosante hasta las tejas prorrumpió en una unánime ovación de despedida a Juan José Padilla. Que sintió el cariño de un Madrid otrora hostil. El toro de Jandilla, bajo, tocado arriba de pitones, hermoso, vino a sumarse con su bondad al adiós. No con su celo escaso. Desde el caballo en adelante, la lengua fuera. Si no antes. Apenas sangrado, mugió, escarbó y galopó en banderillas. Fácil y preciso Padilla en dos pares al cuarteo y uno al violín. Brindó a la entusiasta parroquia. Y de rodillas abrió faena en el tercio. En apurados redondos. La tónica del toro de venirse más que emplearse propició una estrategia de perder pasos y nunca apretar. Y por tanto tampoco gobernar. Por una y otra mano pasó el domecq, que berreón y a su aire reponía, en faena breve de poca fe. A la hora de matar, la espada se partió en un pinchazo hondo. Volvió a cruzar el jerezano. Con la fortuna de que el acero no encontrase hueso. Por si acaso.

Un patrón similar siguió el segundo jandilla. Contado el poder, alegre el mugido, abundó en escarbar. Su armónica cara y su larga anatomía no traían la bravura de la laguna de Las Jandas. Otro con la sinhueso asomando desde el minuto uno. En Sebastián Castella no fluyó el pulso de los días felices.

 Ni la paciencia. Y lo tiró varias veces con su exigente toque de derechas. Soltó el toro la cara en naturales desafectos. Ante la imposibilidad de hallar agua del pozo vacío, finalizó en seco. La estocada baja mosqueó al personal.
Roca Rey, el esperado, se estrelló también con el montado tercero. La boca abierta, la fuerza exigua, la raza ausente. Otra manera de estrellarse a las de Padilla y Castella. Sin dejar nada en el tintero.

 Desde los lances a pies juntos por las espinillas a la apertura por estatuarios y espaldinas. Por supuesto, la suerte de varas había sido una ficción. No había motivo. Y ni por esas. El jandilla echó el freno. Apoyado en las manos. Por la izquierda, la tenacidad y la enfrontilada colocación de RR extrajeron muletazos de notable trazo. Por ahí el toro mortecino al menos la seguía: era como torear un cadáver. La estocada fue a carta cabal.

La seria, hechurada y pareja corrida de Borja Domecq encontró en el cuarto un motivo de esperanza. Al menos el poder. Desarmó a Juan José Padilla del capote con fuerza intempestiva y estilo agresivo.

 Y derribó en el caballo con riñones. Una pelea formidable que tuvo continuidad en el siguiente puyazo. Bárbaro y castigador. Muy duro. Padilla banderilleó con apuros. Entonces el toro exhaló y enseñó los dientes del genio. Sordo peligro y no tan sordo en su falta de entrega. O eso se intuía. Porque aquello degeneró con la muleta en prudente deriva. Y algún atragantón. De un violento desarme, escapó de milagro el Pirata. Cual náufrago, halló en las tablas la salvación. Y en el acero, la solución final.

Apuntaba notas altas el acucharado y astifinísimo quinto. Sebastián Castella lo midió en el peto -otra vara partida y ya iban dos en la tarde- y quitó por chicuelinas -como Roca Rey ante el segundo-.

Castella marchó a los medios y allí se clavó. Un cambiado pendular y un enredo -tan de la casa como poco procedente- sin sitio ni oxígeno, amontonado. Luego, el galo corrió la mano derecha con largura y tersura en dos series ligadas, holgadas, sin estrecheces. Fue aquello, aquellas embestidas tan cosidas por fuera, lo que duró el jandilla. Por la izquierda, se durmió. Ondeó la bandera blanca. Y desarmó al torero. Que desde entonces redujo espacios. Un arrimón tenaz. Con las puntas haciendo casi pespuntes en el bordado de la taleguilla. Eclosionó la plaza ayuna de emociones. Un fervor apasionado. Muy loco. El toro obedecía a todo. Por delante y por detrás. Enterró SC media estocada en los mismos medios. Y se desató la pañolada desbocada. Como si no hubiera mañana. El presidente cedió con lealtad al Reglamento. Pues la oreja fue solamente eso, reglamentaria.

Roca Rey sorteó como último cartucho un toro rajado. Que se salía suelto de capotes. Interpretó un quite por gaoneras -como Castella en el primero- e inició faena por estatuarios -como él mismo en el anterior de su lote-: vaya tela con la variedad. Y además no convenía tal inicio para animal tan deseoso de irse. Como sucedió tras una tanda de mando mayor. En tablas lo acorraló y le hilvanó series de mérito y temple. Hasta el final por manoletinas y un contundente espadazo que desencadenó una ovación.

La decepción fue mayúscula. Ni Castella salvó la sequía de la laguna de Las Jandas. ¡Ay, Jandilla! Qué lejos queda 2017.

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