Iván Vicente ha brindado el cuarto a César Palacios, autor del cartel, que también expone sus obras, en la Plaza. Los aficionados lo conocen de sobra: su gorrilla madrileña, sus largas patillas, su pasión por la Fiesta. Por estar cerca del toro, durante cincuenta años fue arenero; antes, había sido amigo de Antoñete, acomodador y ventanero (los que cuidaban de que no se cayeran los chavales que se colaban por las ventanas de Las Ventas). Le apasiona tanto el arte del toreo que se casó y bautizó a su hija en día laborable, para no faltar a los toros. Forma parte de la historia viva de Las Ventas.
Es bien conocido el buen estilo clásico de Iván Vicente. ¿Por qué no torea más? Le falta dar ese paso rotundo… Recibe con suaves lances al primero, que humilla y repite. Los derechazos están a la altura del excelente toro; también, los naturales, arrastrando la muleta por la arena. Sorprendentemente, una serie baja de nivel. Aunque la estocada es buena, quizá se basa en eso el presidente para no conceder la oreja, pedida por la mayoría: da la vuelta al ruedo. El cuarto, grandón, tardea pero va bien al caballo (se luce Jesús Vicente). Se suceden los muletazos de buen estilo pero el toro no repite y la llama no prende. Prolonga la faena pero vuelve a matar muy bien. Mantiene su crédito.
Gestos de toreros machos
Me impresionó gratamente, la pasada temporada, la evolución de Javier Cortés, acogido por las Plazas francesas. Esta tarde lo confirma, además de mostrarse realmente heroico. El segundo se queda cortito pero el diestro, firmísimo, permanece en el sitio, aguanta parones. La faena tiene mérito y emoción pero lo emborrona con la espada. En el quinto, llega la épica. Vuelve a mostrarse valentísimo, liga muletazos notables. Después de la cornada, sin mirarse, sigue toreando francamente bien. La oreja que corta no es por sentimentalismo, se la merece de sobra; el público pide las dos.Es notorio el valor auténtico, desgarrado, de Gonzalo Caballero; también, su independencia y su entrega a nobles causas. Se le espera con cierto morbo, por sus declaraciones contra la empresa, que le ha dejado fuera de San Isidro. El tercero, cinqueño, es noble pero no repite ni «dice» nada: como la gaseosa a la que se la ha ido el gas, decían antes. Muy asentado, sin dudar, Gonzalo logra impávidos ayudados y suaves naturales pero el toro no da más de sí y falla con la espada. En el sexto, la emoción por la hazaña de Cortés se repite cuando Gonzalo, en los lances de recibo, sufre la cornada. Vuelve al ruedo muy mermado, todavía logra algunos derechazos templados pero el toro no va igual por la izquierda y se apaga. Mata a la segunda.
Concluye la corrida con Javier Cortés y Gonzalo Caballero en la enfermería, después de haber toreado bien y haber aguantado como auténticos héroes. Don Francisco de Goya no lo hubiera dudado: «Son gestos de toreros machos». Y hubiera sentenciado, como en su grabado: «Fiesta de España».
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