FERIA DE SAN ISIDRO
El veterano extremeño roza el triunfo con el importante pitón izquierdo de un exigente toro de Alcurrucén; Ginés Marín corta una tibia oreja con el de más clase.
Natural de Ferrera con el manso encastado que abrió la hechurada y seria corrida de Alcurrucén A. HEREDIA
Las Ventas sintió la presencia del Rey Don Juan Carlos en el corazón. La ovación unánime y cerrada trepó por los tendidos hasta el Palco Real. Al son del Himno de España, la plaza en pie. La emoción sentimental se transmutó en una emoción bárbara. La que descerrajó como un tiro un manso encastado de Alcurrucén. Muy serio, entipado y hondo. Frenado en el capote de Antonio Ferrera y asustadizo, se emplazó. Y en cuanto vio al picador que asomaba por el portón de cuadrillas, atacó. Se rebotó en el peto y se escupió. Como también en el otro caballo que con inteligencia lidiadora movió Ferrera a los terrenos del "6". No había modo. Un nuevo intento en la mismísima querencia. Y ahí derribó. En el impás del caos momentáneo, el toro atropelló a Montoliu. Que se cruzó sin sacarle los brazos ni sacárselo de encima. Puso orden AF con un quite poderosísimo, en posición de brega, abrochado con una hermosa media verónica. Palpitaba la inquietud del misterio en el ambiente.
Antonio Ferrera en territorio del "2" tanteó brevemente la diestra y ofreció la izquierda. El toro se estiró con una fuerza asombrosa. Tanto como la humillación. Los naturales causaron el temblor de la sorpresa. Como el modo de perseguir la muleta. Exigía el alcurrucén una enormidad. La tela a rastras.
Que no siempre fue. Había que estar ahí con ese torrente. Y Ferrera estaba. Valiente la apuesta. No total. La embestida por el derecho no descolgaba igual ni del mismo modo. El cambio de mano conectó de nuevo. Y el veterano extremeño propuso su zurda otra vez. Natural el encaje del torero, a los vuelos; Barberón se entregaba más por abajo aún. Ya en chiqueros la faena. De pronto, el recuerdo de otras obras magistrales en esos terrenos: Capea o Domínguez como autores. No surgía esa sensación. Loable lo de Antonio. Pero el toro, en su pitón izquierdo, en su sorpresa, en lo no presentido, llevaba una gloria tremenda. La estocada atravesada y suelta no provocó la muerte, sino dos avisos por la demora del descabello. Y la posibilidad de la oreja se evaporó.
Esa que cayó para Ginés Marín. La que portaba un toro de divinas hechuras en su templada calidad.
Ginés lo toreó a la verónica con la varita que le ha dado Dios con el capote. Y todavía mejor en el quite, entre los puyazos soberanos del padre. Guillermo Marín picó como los grandes del castoreño. Antonio Ferrera se enroscó la embestida soberbia por chicuelinas. Directamente desde el peto. El toro hacía el avión. Ginés cumplimentó al Rey como sus compañeros y paisanos. Era la corrida de la Beneficencia como podía ser la de Extremadura. Y floreó un prólogo de faena con el reverso de la muleta. El pase de las flores como coda. Toreó bonito y fácil con su derecha. Y con mayor expresión al natural. Que nace de una colocación semienfrontilada. Más pura. Cuando el toro anunció que carecería de final. Gastadito el fondo. Pero qué veinte muletazos tuvo su clase. Apuró la joven promesa por apretadas bernadinas. Un pinchazo antes de la estocada no enfrió la plaza. Y el presidente asomó su pañuelo con cierta desgana y tibia pereza. Esa que contagiaba el trofeo.
No había sucedido nada con la nobleza apagada del bajo tercero. Qué armonía de hechuras traía la corrida de Alcurrucén. Miguel Ángel Perera lo trató con templada esterilidad en lo que duró. Apenas nada. Un trago amargo fue el colorado cuarto. Duro de pelar. Topaba por el palillo, con agresividad, agarrado al piso. El sordo esfuerzo de Antonio Ferrera acabó mal con el acero. Y se arrastró el garbanzo negro.
Es difícil una brega o lidia más embarullada que la que se le hizo al quinto. Una pintura. Llegó a parecer un barrabás sin serlo. Se vio cuando Perera agarró la muleta. Suave por alto. A su humillada bondad le faltaban finales. Bravura para sostenerla hasta el último tramo. Aunque por momentos MAP, desde su firmeza, le dio el ritmo del que carecía. Mas todo átono. Muy plano. Quizá tedioso. Que fue a menos según perdía el celo. Y abandonaba los muletazos a su bola. Otro aviso sonó -tras la estocada atravesada- con el descabello. Y así a lo tonto sumaban cinco en la tarde.
El último de Alcurrucén rompía por arriba la linda presentación. Tampoco nada estridente. Motor más que estilo en el toro. Transmisión y más movilidad que entrega. Ginés jugó con las inercias.
Fibra en el aire ligero. Un guirigay en los tendidos revoltosos por la abierta colocación. La embestida también se soltaba. Otra vez el calado mayor en su izquierda. Para sentir entreabierta la Puerta Grande, la cosa se quedó corta.
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