MONUMENTAL DE LAS VENTAS
Galdós saludó la única ovación con el toro de más calidad de una corrida muy blanda y vacía en una tarde ventosa y sin alma
Y Fermín Bohórquez subió al tendido para ver el incendio de sus naves JAVI MARTÍNEZ (Imagen)
Hacía un año exacto de la tragedia de Aire-sur-l'Adour. Las Ventas recordó la muerte y la memoria de Iván Fandiño: un minuto de silencio eterno.
Otra entrada se esperaba en Madrid para un cartel más que interesante. O más que algunos de los vistos en los 34 días con sus noches de San Isidro. Casi 9.000 personas -8.874 contabalizadas con láser o con ábaco- comunicó la empresa. Que a lo mejor no son pocos en un domingo desierto. Ni tantos...
Regresaba Fortes tras el latrocinio de Magán y los 3.737 kilos de estulticia del 11 de mayo. Tan poderosa su huella que no se ha borrado a pesar del tiempo. Y sus puertas ha rendido. Ni una opción le regaló el toro de Fermín Bohórquez que abrió plaza. Un toro de anatomía bipolar. Rara fisionomía: cabezón y escurrido. No es que no tuviera un pase, es que no tuvo un lance. Frenado en sus trémulos apoyos delanteros y sin humillar desde que apareció. Vacío. Tampoco sirvió el cuarto. Otro tipo. Más orondo. La misma escasez de poder y fondo. Molestaba el viento para torear al mulo. Para colmo.
El asentamiento de Fortes, que atacó mucho desde el principio, quedó como un islote azotado por el infortunio. Nunca se inmutó el presidente Justo Polo ante las protestas. Que ya venían de largo.
Largo precisamente era el toro de Álvaro Lorenzo. Y estrecho de sienes y fino. Otro al que le sobró el caballo. Prometió en las buenas verónicas Lorenzo. Como en los lances de Sergio Aguilar. A una mano, toreramente, el cierre de la brega. A su aire el murube jerezano iba. Lorenzo, constantemente incomodado por el viento, y por ello premioso entre series, no le molestó. En cuanto lo apretó por abajo se acabó el invento. De nuevo el capote del toledano voló con prestancia en el saludo al quinto, cuajado en sus 624 kilos. Blandeó menos que ninguno hasta entonces. Y a cambio gazapeó. En los terrenos del "6", huyendo de Eolo, planteó una faena que no levantó el clima plomizo. Ni evitó las ráfagas ventosas. Obedeció el toro. Que se dio más por su pitón derecho con una nobleza sin excelencias. Académico el torero en tres o cuatro series que trataban de capear las enredaderas climáticas. Frío el ambiente a 30 grados.
Joaquín Galdós tampoco rompió el molde. No se libró del zumbido del vendaval. En su lote, un toro -el mejor- de generoso cuello, hondo y también muy largo. Un tranquito ilusionante anunciaba dos cosas: las fuerzas contadas y la calidad murubeña. El peruano apenas lo castigó nada en el peto. Nada es nada. Fortes intervino en un quite de frente por detrás. A Galdós le costó cogerle el aire al de Bohórquez.Templar se complicaba con el ventarrón. Y también desde la colocación que ofrece JG.
Que se enfrontila poco y cita perfilerón. Más con la cacha que con el pecho. Que ofrece más el dorsal que el escudo, como dijo un cabal. Perdidas las dos primeras series de derechazos entre tirones -y el toro que no andaba sobrado perdía las manos-, conquistó una tanda más notable. Cuando enganchó la embestida por delante. Con más pulso y fluidez, no había caídas. Ese era el pitón.
Como se comprobó en otra ronda más. No viajaba igual de generoso y espléndido por el izquierdo.
La muleta flameaba sin la ayuda. Se adornó en el broche hacia tablas y cobró una estocada en lo alto.
La decisión con la espada quedó como lo más claro de su concepto. Luego, tampoco.
Cerró la corrida un toro que se antojaba muy feo. O destartalado. Como guinda a un sexteto muy forzado para venir a Madrid. Embistía como era. A taponazos por el palillo. Galdós no se dio coba.
Ni media. Y entonces la cosa de la espada también naufragó. Como el envío de Fermín Bohórquez. Que abandonó el callejón y se subió al tendido. Quizá para ver con perspectiva el incendio de sus naves.
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