CORRIDAS GENERALES DE BILBAO
errible momento de la primera de las cogidas de Juan Leal en Vista Alegre con la miurada MANU DE ALBA
Oreja y cornada para el francés; Moral pincha un buen toro de Salvador Domecq; premio a la lidia de Chacón con la agria invalidez de los miura
Concluyeron las Corridas Generales de 2018. Y con ellas terminaba un ciclo. La plaza de Vista Alegre saldrá a concurso. Cambiará el modelo de gestión. Hacia la completa privatización. A falta de conocer el pliego de condiciones del Ayuntamiento de Bilbao, la cuenta atrás ha comenzado. La Junta Administrativa de la Casa de Misericordia y su Comisión Taurina quedarán como supuestos garantes de las esencias bilbaínas. La tilde puesta en la suposición.
La corrida de Miura cerraba, como en Sevilla y Pamplona, la feria. Otra triste entrada enseñaba el azul de las butacas. ¿Aguanta ahora mismo Bilbao una estructura de feria de nueve tardes? Los redactores de las nuevas condiciones deberán, al menos, planteárselo. Mal que pese y duela. La respuesta de público al reclamo de una feria que a priori rematadísima ha dejado mucho que desear. Claro, que los elevados precios de las localidades tampoco ayudan a recuperar la otrora boyante salud de una plaza. Eran otros tiempos.
La emoción de la miurada no aparecía. Más rematada que ninguna en los grandes escenarios y más inválida que todas. Los problemas de los toros de Octavio Chacón y Pepe Moral venían más por la falta de poder que por la casta añorada. Chacón lidió con cabal sentido y Moral dibujó tres verónicas de empaque. Ambos entendieron que el escaso recorrido de sus enemigos había que aprovecharlo con la muleta retrasada. El miureño del torero gaditano contaba con algo más de viaje. Y el del sevillano con un punto más de humillación. Aunque sólo fuera en el momento del embroque. La ausencia de empuje traía el calamocheo defensivo. Las faenas de profesionales curtidos -aquélla más extensa que ésta- tuvieron en sendas estocadas por arriba su culminación. A ovación por montera tocaron.
A Juan Leal le devolvieron por inválido un tren de 639 kilos. Corrió turno y atacó su destino con el puñal entre los dientes. Dispuesto a todo, arrollando la razón. Esa senda tan jodida que le valió repetir este año en Bilbao. De rodillas sobre la misma boca de riego, citó de lejos al miura de casi 600 kilos. Libró en dos ocasiones el viaje por dentro; al tercero fue la vencida y no escapó. Ni incorporándose a tiempo. La paliza en el suelo fue terrorífica. El pitón le arrancó de cuajo el chaleco. El boquete en la pechera de la camisa señalaba donde había rebotado la bala. El ¡ay! y el ¡uy! presidieron la faena a tumba abierta. Como la estocada. Arrancó el volapié con un grito de guerrero y una rectitud de kamikaze. El derrote caló el muslo y lo volteó violentamente. A la enfermería marchó por su propio pie. Con el torniquete y la oreja. Una condecoración con distintivo rojo. No volvería del quirófano.
Octavio Chacón alcanzó su premio por la ruta que le marcó su privilegiada cabeza lidiadora. Es verdad que no hubo excesiva petición. Pero los aficionados que agotaron sus pañuelos valoraron la ardua pelea con aquellas embestidas de tigre. Entre saltos y cabezazos, Chacón anduvo con una solvencia admirable por aquel campo de minas. Las que sembraba la maldad combinada con la impotencia. Y enterró una estocada en su sitio.
Otro inválido de Miura vio el pañuelo verde. Un sobrero de Salvador Domecq, cinqueño pasado, bajo, bien hecho y serio, parecía el nieto de los miuras tremebundos. Pepe Moral sintió su notable humillación en el capote. Y su modo de desplazarse y su brava nobleza. Uno de los toros importantes de las Corridas Generales. Tampoco es que haya habido muchos. Y, aunque en principio pareció falto de un tranco, cuando Moral lo enganchó de verdad y tiró con pulso, la embestida iba hasta donde el muletazo moría. Con largura y trazo, su derecha le enseñó el camino. Antes de dar paso a su espléndida izquierda. Ésa que maneja con poso y peso. Los doblones de la coda fueron un epílogo más inteligente que el prólogo de péndulos. Recordó su faena a la del célebre Chaparrito de Madrid. Siendo buena, la redondez para enmacizar la pieza no llegó. Entonces la espada redujo, dijeron, la cosa a una oreja; esta vez la arruinó por completo: Una vuelta al ruedo supo a premio de consolación.
Que un domecq fuese la estrella de la miurada aumentaba el desdoro del legendario hierro. Su prestigio y su honor enterrados en aquella escombrera. Vaya año. El sobrero que Leal se dejó dentro, además de impotente, fue el más cabrón de todos. Casi no permitía a Chacón, que está hecho a todo, ponerse delante. Resolvió como pudo. O supo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario