Líder indiscutible de la temporada, el «Jaguar del Perú», con solo 21 años, arrasa en todas las ferias de categoría y cosecha las mejores taquillas
Roca Rey, en la terraza del Palacio de Cibeles, bajo el cielo de Madrid - Fotos: Guillermo Navarro
—¿Es consciente de su tirón?
—Ver las plazas con expectación me motiva, sobre todo, ver a tanta juventud que, de una u otra forma, se identifica conmigo. Me siento orgulloso de promover la tauromaquia entre los jóvenes. Ellos son el futuro de la Fiesta y del mundo. Es bueno que, poco a poco, haya más jóvenes en el mundo del toro.
—No solo quiere verle la afición, también las figuras veteranas buscan compartir cartel con usted por la expectación que suscita.
—Cada uno hace lo que puede y lo que siente. Me gusta ver las carreras de los demás toreros, pero me gusta centrarme en la mía, seguir mi camino, el que me propuse antes y el que me sigo proponiendo hoy. Soy fiel a mí mismo. Si uno se esfuerza, con sacrificio, se va poniendo en el sitio que quiere estar y asciende por esa escalera tan larga. He soñado mucho el momento de ir subiendo escalones y ahora que se va cumpliendo intento disfrutarlo. Nadie sabe cuánto durará... Mientras tanto, estaré al cien por cien.
—Entrega su vida y llena las plazas, pero no es el que más cobra. ¿No debería ser el de más caché?
—El dinero es importante para todos, pero, gracias a Dios, me siento un privilegiado por no tenerlo como mi principal motivación.Únicamente por dinero no sería capaz de exponer mi vida. Existen muchas cosas que me motivan realmente más.
—¿Qué le impulsa a cruzar la raya y decir «hola» a la muerte?
—Como dice, hay veces que se cruza esa raya y se saluda a la muerte. Entonces, si estoy diciendo «hola» a la muerte, ¿cómo voy a tener la motivación del dinero? No te llevas nada, solo emociones y mucha felicidad cuando salen las cosas, cuando ves a tu gente feliz. En una plaza dejas tus sentimientos. Soy consciente de que por un sentimiento doy la vida.
—¿Es justo el mundo taurino?
—Hay cosas justas y otras injustas. A cada uno le llega su momento y hay que aprovecharlo, subirse a ese tren. Mire, cuando en el toreo hay verdad y sentimiento, nadie puede con él, ni la justicia, ni la injusticia, ni nada.
—Intratable frente al toro, arrasa en todos los escenarios. ¿Algo que se le resista?
—Es bonito triunfar, llegar a una plaza y verla llena de expectación. Más que presión y responsabilidad, motiva e inspira para echar una buena tarde. Pero aquí, en España, se me resiste la Puerta del Príncipe. Aun así, he tenido sensaciones inolvidables en Sevilla.
—¿Alguna tarde ha llorado al llegar al hotel?
—Sí, muchísimas. He llorado, y no por golpes, sino por emociones, unas que te duelen, otras por pinchar un triunfo y algunas tras abrir una puerta grande.
—Los hombres lloran, los toreros lloran y los ricos también...
—Todos lloramos. El dinero es simplemente eso: dinero, algo material. Hay cosas más importantes, como la salud, la felicidad y la gente que te rodea.
—¿Y el amor? ¿O no hay tiempo para eso en alguien llamado a mandar?
—Sí, yo creo que cuando llegue el amor, será porque es el momento. Y entonces habrá que disfrutarlo, como cuando llega el toro que te permite el triunfo.
—¿Es libre frente al toro?
—En el mundo real estamos sujetos al protocolo, a callarnos a veces, a ahorrarnos palabras por respeto cuando en realidad no merecías callarte... Cuando entras en un sitio, tienes que respetar unas normas. En el toro también hay cánones, pero cuando te quedas delante del animal eres libre de hacer lo que sientes. Nadie te impide hacer un quite por chicuelinas o un cambiado de rodillas en los medios, puedes hacer lo que quieras. Es el momento en que más libre estás, en el que sale el «yo» más verdadero. No hay nadie que te pueda quitar de ahí, solo el toro. Y como el toro es el que pone a cada uno en su sitio, es lo que menos me preocupa.
—Iván Fandiño clamaba libertad. Usted tuvo el gesto de pararse frente a su monumento en su último gran zarpazo en Bilbao.
—Iván Fandiño ha sido un torero muy importante y que ha hecho cosas en el toreo con muchísima verdad. Se merece el reconocimiento de toda la afición y de todo el mundo. Lo menos que podía hacer era acercarme, estar al lado de su monumento y sentir la energía que transmitía.
—Roca Rey es un torero admirado por muchos. ¿A quién admira él?
—Admiro a todo el mundo, sea torero o tenga otra profesión, capaz de manter la verdad por delante.
Me gusta la gente apasionada por lo que hace.
—Algunos confían en que, como mandamás, dé una vuelta a un sistema con injusticias.
—Hay cosas que no se entienden, por ejemplo, cómo tal torero no está en ese sitio si se lo merecía, o toreaba hace un año y ahora no... Claro que hay cosas que no se entienden, pero a la vez cada persona tiene que comprender su propia vida y saber dónde está. Yo estoy dispuesto a torear con todos. Creo que debemos hacerlo: todos con todos. Son muy necesarios los carteles variados.
—¿Y las ganaderías?
—Las que transmitan emoción y permitan esa faena rotunda. No hablo de que embistan bonito, sino de que tengan transmisión y verdad. La bravura no está en un pelaje. No tengo problema en anunciarme con cualquiera, pero no quiero defraudar y para eso creo que quieren verme frente a una con emoción y fiereza. Hay algunas llamadas «duras» que embisten mucho y soy admirador; cuando llegue el momento, me encantaría anunciarme con ellas.
—¿Existe la bravura excesiva?
—Un toro que te permita el toreo es bravura excesiva, la que se necesita y la que muchas ganaderías tienen. Es importante que la gente no se aburra y haya transmisión. La bravura es esencial.
—¿Emoción o diversión?
—Emoción, sin duda. La gente puede emocionarse viendo a su torero o a su hierro favoritos. Te puedes reír y también puedes pasar miedo.
—¿Lo ha sufrido viéndose a sí mismo?
—¡Lo que he sentido es miedo en el momento! Cuando observo el vídeo, ya estoy bien… Pero paso miedo muchas tardes. Los toreros somos personas: aunque entregue mi vida, nunca termino de acostumbrarme a ese miedo.
—Delante del toro, ¿se piensa en la cornada?
—Sí, a veces he pensado que el toro me puede coger y la mayoría de ellas me ha cogido. Sales a una plaza dispuesto a hacer una faena buena y para ello tienes que exponer. No hay que olvidarse de la inteligencia, pero escucho mucho al corazón. Si no tienes cabeza, no eres nada, ni en el toro ni en ninguna profesión, pero me encanta apasionarme y que luego pueda sentirme tranquilo. Yo también me emociono toreando y cruzo esa línea de la que hablábamos... Eso me hace sentirme vivo y feliz.
—¿Se encomienda a Dios?
—Sí, a Dios y a la personas que he querido y ya no están, como a mi abuela Ana María. La extraño mucho.
En la terraza del Palacio de Cibeles, tan cerca del cielo, sus ojos se nublan y clava su mirada en el Más Allá, recordando a su «abi», como la llamaba.
—Al principio me costó mucho trabajo llegar a España, un país extraño para mí. Pero tenía claro que para ser figura debía venir, y ese objetivo me motivaba para aguantar fuera de mi casa, sin mi familia y amigos. Vivía día y noche pensando en el toro. Poco a poco, me di cuenta de que en otros lugares del mundo hay personas a las que llegas a conocer como si fueran de tu familia. En España me han pasado muchas cosas y, aunque sea peruano, tengo doble nacionalidad y estoy muy agradecido a este país.
—Ha mostrado su agradecimiento a Don Juan Carlos y la Infanta Elena por su apoyo a la Fiesta y conoce a Victoria y Felipe.
—Siempre escuché lo que significaba la Casa Real y la tuve un respeto especial aun viviendo en Perú. Me llamaba la atención que fueran a los toros. Hay que estar agradecido con ellos.
Frente a ese respaldo, el antitaurinismo de la alcaldesa de Madrid. En «su» edificio de Cibeles transcurre la entrevista antes de visitar la Bolsa. «A cualquier anti, sea político o un ciudadano que va por la calle, le diría que conozca un poco más el mundo del toro. Y después le pediría respeto a una profesión tan verdadera».
—¿El último capricho no taurino?
—¡Todo está relacionado con los toros! Por ejemplo, una comida con mi cuadrilla y mi gente. O escuchar mi música favorita en el coche.
De repente, en la terraza del antiguo edificio de Telecomunicaciones suena un reguetón. Y las huellas del 42 de Roca Rey, las mismas que se atornillan en la arena brava, entablan un rítmico baile. «Hay que ser divertido», espeta sonriente la figura, tan soberbia en el ruedo –que ya era hora de que saliera una– y tan cercana y humilde en las distancias cortas. Enfundado en unos vaqueros y camisa blanca, cuando baja las escalinatas del Palacio, las pupilas se dirigen al joven limeño: «Ahí va un torero». El valor más grande de la temporada. Como Alí, «un hombre libre» frente al toro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario