Triunfa con el mejor lote de una corrida del Vellosino justa de casi todo
Juan del Álamo, rodilla en tierra - Efe
Rosario Pérez@CharoABCToros
El hit del verano sonaba en las puertas de La Glorieta. No, no era el «Calypso» de Luis Fonsi, ni su «Despacito»; tampoco «El anillo» de Jennifer López. Era una mezcla regatoniana que circulaba en las redes y que con no poca guasa entonaban algunos aficionados desde la hora del sorteo: «¿Y el Vellosino pa cuándo?» La réplica era: «Ve-llo-si-no». Pues mismamente para ayer, 14 de septiembre. Después de las últimas corriditas de la divisa charra, las expectativas no eran nada halagüeñas. Pero como el ganado bravo es un misterio, hete ahí que nos topamos con una sorpresa: un tercero extraordinario (entiéndase, como «fuera de lo común» en su temporada) para acallar bocas durante unos minutos, pero no para tapar una mala camada.
Ya la fachada de este «Tinajero» enseñaba unas bonitas hechuras. Juan del Álamo lo saludó con decisión entre la algarabía de sus paisanos. Bien el picador y fenomenal Jarocho, que se desmonteró.
Un alboroto formó el salmantino en el prólogo: de hinojos, se agigantó, sentido y profundo mientras anclaba las rodillas en la arena. Tenía movilidad y se abría el guapo ejemplar, al que toreó con la cintura quebrada, arrastrando mucho las telas, a veces demasiado forzado y hacia fuera, sin estrecheces. Todo con emoción y ligazón, aprovechando las transmisoras embestidas de «Tinajero», de feliz cosecha, con algunos viajes que planeaban y otros más desiguales. Álamo se recreó en unos pases de pecho mirando al público y abrochó por manoletinas. Los enloquecidos tendidos empujaban el acero, pero pinchó y lo que iba para doble trofeo se quedó en uno. Con hambre de novillero, salió a por todas en el sexto, con el que se atrevió con las banderillas y se llevó un susto tremendo al perder la cara al toro. Pese al golpetazo, siguió con fibra y máxima disposición ante el otro rival potable del sexteto. Suyo fue el lote. Ni el desacierto con el acero le privó de la cariñosa oreja que le aupaba a hombros.
Aquellos espejismos de boyantía duraron poco. Como poco lo hizo el oasis de trapío de los montalvos de la tarde anterior. La afición se encontró con animales correctos y con otros demasiado justos –¡vaya pitoncitos se vieron!– para una feria de esta solera. Claro que, comparados con los vellosinos de otras plazas, estos podrían ser los padres y hasta los abuelos...
Corretón y huido salió el primero, entre el mosqueo del personal. Este «Barbudo», que se escobilló los pitones nada más chocar con el burladero, se dejó pegar en el caballo. Dos verónicas y media para paladear en el medido quite de Morante. Y torería en su andar con el cabezón toro para sacarlo de las tablas. Cautivó desde la primera tanda a derechas, con suavidad. Aprovechó sobre esa mano el escaso fuelle que tenía el manejable vellosino, que se quedaba cortito. De uno en uno puso el gusto que le faltaba a tan insípido material. Por el izquierdo gotearon unos naturales antes de un molinete y de volver a los dedos de la cuchara. Luego no se confió con el acero.
Cositas de Morante
En el cuarto, maravilló a la verónica el sevillano, protagonista de los momentos más toreros. A cuentagotas por la birria de animal, sus cositas y sus pases sueltos –hubo uno de pecho fantástico–, tan derecho y tan artista, fueron de oro para quien los supo apreciar. Por cierto, lo que es «des-pa-ci-to» solo toreó el genio de La Puebla. Pero la gente se impacientó: «¡Mata ese simulacro de toro!» Y fue el obediente vellosino el que se echó en una imagen de la Fiesta por los suelos.
Manzanares, con un pésimo dúo, brilló en los lances al segundo, un bruto de contado poder que soltaba muchísimo la cara. Demasiado hizo el alicantino. Tampoco valió el apagado quinto.
Pese a todo, la gente se marchó contenta con el arrojo de Juan del Álamo, por la puerta grande.
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