..gotitas de arte que Morante de la Puebla supo dispersar en el coso..
Francisco Coello | Foto: Arjona
José Antonio Morante de la Puebla ha comparecido en la más reciente edición de la corrida “Goyesca”, en la hermosísima plaza de Ronda. No tuvo la suerte de Cayetano Rivera Ordóñez y Roca Rey que salieron a hombros por las multitudes, y en olor de santidad.
Y
es que, en uno de esos gestos protagónicos emprendidos por el sevillano
se agrega este, el cual consistió en portar un traje que, a mi parecer,
es la más cercana visión al traje que en tiempos denominados como
goyescos, sirvió para que los lidiadores primitivos enfrentaran a los
toros en la primera edad del toreo de a pie.
La serie fotográfica de Arjona nos deja admirar el porte del torero, donde destaca ese traje que guarda semejanzas con el de aquellas pinturas que el propio Goya y Lucientes realizó al retratar, entre otros a José y Pedro Romero o a "Costillares".
Morante
ha tenido de un tiempo para acá, la peculiar característica de llamar
la atención en aspectos que resaltan su quehacer como matador de toros. Y
lo hace dentro y fuera de los ruedos.
¡Es que es torero!, dirán unos.
¡Es
que es un extravagante!, dirán otros juzgándole por atraer las miradas,
pretendiendo con ello crearse un halo alimentado por comentarios y
rumores. "Si van a hablar bien o mal de mi, pero que hablen",
sentenciaba en su momento la diva María Félix. Un libro de Francisco Reyero dedicado a otra figura, Rafael de Paula tiene un título harto exquisito: "Dicen de ti" que en este caso aplicó también como anillo al dedo.
Pues "dicen de ti…" José Antonio, y vaya que ese traje parece pasar por alto las intervenciones de Armani, Francisco Montesinos o Lorenzo Caprile, diseñadores
de nuestros tiempos. No, el traje en tonos pajizos fue recuperado de
aquella esencia originaria, la que destacaba en las calles y que se
metía a las plazas para vérselas con los toros.
Abunda
el galón, pero todavía no el brillo que poco a poco los toreadores
fueron imponiendo estableciendo la jerarquización. Allí están también
adornos, botones, bordados lo que se decanta por el traje de majo, sin
más. Y en "majo" complementó la estampa con esas patillas a lo
"Desperdicios" o a lo Montes. Un
toque más: el capote de brega en seda con un color no tan intenso, más
bien en un rosa pálido que también lució para el paseíllo, se convirtió
en instrumento para el primer tercio, donde estuvo voluntarioso, sin
más.
Anota Fernando Claramount en Historia ilustrada de la tauromaquia (I, 156) que a partir de mediados del siglo XVIII ocurre:
"el
triunfo de la corriente popular que partiendo del vacío de la época de
los últimos Austrias, crea el marchamo de la España costumbrista: los
toros en primer lugar y, en torno, el flamenquismo, la gitanería y el
majismo".
Abundando: "gitanería", "majismo",
"taurinismo", "flamenquismo" son desde el siglo que nos congrega
terribles lacras de la sociedad española para ciertos críticos.
Para
otras mentalidades son expresión genuina de vitalidad, de garbo y
personalidad propia, con valores culturales específicos de muy honda
raigambre.
También, al revisar la Década
epistolar sobre el estado de las letras en Francia (en Julián Marías. La
España posible en tiempos de Carlos III, pàgina. 371, obra de Francisco María de Silve. Con licencia en Madrid: Por Antonio de Sancha, 1781),
observamos en ella algo que entraña la condición de la vida popular
española. Se aprecia en tal retrato la sintomática respuesta que el
pueblo fue dando a un aspecto de "corrupción", de "arrogancia" que ponen
a funcionar un plebeyismo en potencia.
Ello
puede entenderse como una forma que presenta escalas en una España que
en otros tiempos "tenía mayor dignidad" por lo cual su arrogancia devino
en guapeza, y esta en majismo, respuestas de no querer perder carácter
hegemónico del poderío de hazañas y alcances pasados (v. gr. el
descubrimiento y conquista de América).
Tal majismo se hace compatible con el plebeyismo y se proyecta hacia la sociedad de abajo a arriba. Lo veremos a continuación.
(en Historia del toreo, 31) materialmente nos hace el "quite" para decir:
(...)
coexiste en tanto un movimiento popular de reacción y casticismo; el
pueblo se apega hondamente a sus propios atavíos, que en el siglo XVIII
adquirieron en cada región su peculiar característica.
Y hay cita de cada una de esas "características". Sin embargo
Todo
se va afrancesando cuando el siglo crece. "Nuestros niños aun sabían
catecismo y ya hablaban el francés", escribe el P. Vélez. Vienen afeites
del extranjero: agua de "lavanda", agua "champarell", agua de cerezas.
Y, en medio de todo esto, la suciedad más frenética: cuando se escribió
que era bueno lavarse diariamente las manos, la perplejidad fue total. Y
cuando se dijo que igualmente se debía hacer con la cara, se consideró
como una extravagancia de muy mal gusto, según los cronistas de
entonces.
También apreciamos en estas
fotografías impecables la chaqueta media larga, los adornos en cantidad,
botones con filigrana. Ya hay una presencia de las hombreras, mangas
estrechas con filigranas como remate, faja y corbatín en tonos del mejor
de los tabacos, medias claras de seda, y las zapatillas que no
mostraban ninguna novedad, por tratarse de la actual configuración del
traje.
Un toque más: la redecilla que no solo
tuvo el remate, sino un propósito de defensa en caso de alguna caída,
pues se concibió en un principio con ese objeto y es tan larga como
cabello se dejaban crecer en la nuca. Con el tiempo, esa redecilla
devino montera. Llama la atención esa soltura del calzón, que no de
ante, pero sí de una confección que se adapta a nuestros tiempos, y la
casaquilla con apenas esas insinuaciones en el bordado, que hacen juego
con el chalequillo que parece convertido en pechera y escudo a la vez.
Lo demás, es puro arte, "gotitas de arte" que Morante de la Puebla supo
dispersar en el coso malagueño de Ronda, ciudad sumida en aromas que
despertaron ante la convocatoria del que viene siendo, año con año ese
festejo emblemático, desde aquellas épocas en las que Antonio Ordóñez lo impulsó hasta llegar a estos tiempos en que algunos excesos quedaron al margen luego de que Morante desfiló al modo de los “chulos” recuperando así, en buena medida, el rancio sabor de la originalidad.
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