Corta una oreja y el presidente, injustamente, le niega otra en una variada corrida de Adolfo
Antonio Ferrera - Fabián Simón
Zaragoza
No llueve en Zaragoza, sino que brilla el sol: imagínense cómo está de repleta de visitantes la ciudad. En todo caso, la cubierta garantiza una corrida sin incomodidades. ¿Quién se acuerda ya de los que tanto la criticaron?
Los toros de Adolfo Martín triunfaron en San Isidro, decepcionaron en la Feria de Otoño. Los de esta tarde, bien presentados, han sacado nobleza, en general, pero han flaqueado bastante.
Ferrera ha logrado consolidar su singularidad, como un «verso suelto» del actual escalafón, por su atención a la lidia completa y su recuperación de suertes añejas. El primero, abierto y cornivuelto, flojea ya de salida. Arriesga con los palos Venturita. Con sabiduría, Ferrera traza muletazos suaves, excelentes, con regusto, aprovechando la calidad del toro y tapando sus defectos. Mata bien y corta un merecido trofeo, que pasea envuelto en nuestra bandera (ésa que algunos insensatos menosprecian). Mima con el capote al cuarto, justo de fuerzas. Lo saca del caballo toreando (la escuela de Gallito). Aunque el buen toro se para un poco, le saca naturales clásicos, y cadenciosos; improvisa, hasta el desplante final. Agarra otra estocada. Sorprendentemente, le niegan la oreja, en una faena que podía ser de dos. No lo entiendo. ¡Cuánto ha mejorado este torero, con los años!
Aunque ha obtenido éxitos, esta temporada, Perera ha quedado algo descolgado del «pelotón de cabeza», en términos taurinos. Es diestro poderoso, que necesita –como todos, pero él especialmente– toros que se muevan. El segundo también flaquea y es noble. Saluda Ambel, en banderillas, y Curro Javier, por la gran lidia. El toro se queda corto, tropieza la muleta y la prolongada faena queda a medias. Mata pronto, no bien. El quinto, apagadito, deslucido, no transmite emoción y el trasteo no remonta. Vuelve a matar mal y la gente se enfada un poco.
Sustituye al herido Fortes el aragonés Serranito, que sufrió una cornada con reses de esta misma ganadería. Aprovecha las largas y nobles embestidas del tercero en series de naturales francamente buenas hasta que el toro se para. Mata caído. En el sexto, aplauden a Antonio García, por un buen puyazo, y Ferrera vuelve a lucirse al sacar al toro del caballo con arabescos. Muy voluntarioso, intenta alargar las cortas embestidas pero no logra lucimiento. Sin trofeo, ha demostrado cualidades y eso debe darle ánimo.
Aunque no salga a hombros, Antonio Ferrera ha disfrutado y ha hecho disfrutar al público, con su dorada madurez. Los frutos de otoño, si son buenos, pueden tener mejor sabor: como los melocotones de Calanda, el pueblo de los tambores y de Luis Buñuel.
Conociendo mi debilidad por la jota aragonesa, un vecino me pasa ésta, para el día de hoy: «Al extremeño Ferrera/ aclaman los de Aragón/ pues resucita la lidia,/ nos devuelve la emoción/ y esta “nobleza baturra”/ le entrega su corazón».
Postdata. Un año más, admiro, en el Museo Camón Aznar, las series completas de grabados de Goya, el genial aragónes, gran aficionado. A su amigo Zapater, le decía que, «si tenía murrias», se viniera para ver toros, lo que más le animaría. Titula uno de sus grabados taurinos «Diversión de España».
Tenía razón. Y no era de «extrema extrema derecha», como hoy diría alguna ministra.
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