lunes, 22 de octubre de 2018

Juan José Padilla, con 39 cornadas: «No tengo motivos para quejarme de nada»



El Ciclón de Jerez asegura que no se imagina España sin tauromaquia

Juan José Padilla

Juan José Padilla - Edu Botella

Rosario Pérez @CharoABCToros

«No tengo motivos para quejarme de nada». Palabra de un hombre cosido a cornadas (39), de un torero que bordeó la muerte tras una cogida en Huesca y que perdió un ojo en Zaragoza. Nada de lamentos. Juan José Padilla, tras permanecer un mes encerrado, vio la luz en la cara de sus hijos. No quería que su tristeza se reflejara en el rostro Paloma y Martín, faro que ilumina cada paso de su caminar. Un camino en el que ha lidiado más de 500 corridas tras el brutal percance en la Feria del Pilar, que dio la vuelta al mundo. «Intenté recomponer mi rostro con mis manos, ponerme el ojo...

 No podía respirar. "Hágalo por mi mujer y mis hijo", le dije al doctor. La intervención duró once horas».

Pero aquella, la más espeluznante, no fue la peor: «La más grave fue en Huesca. El toro me reventó el duodeno contra la columna vertebral. Se me formó una peritonitis y estuve dos meses y medio en la UCI».

Padilla habló de todo eso y mucho más en un diálogo con Andrés Amorós en la clausura del II Congreso Internacional de Tauromaquia. El crítico de ABC enfocó la charla en la parte más humana del torero, que dio una lección de superación a todos los que abarrotaban el Aula de Cultura en Murcia. «Tengo 39 cornadas, 7 de ellas muy graves», dijo. Y contó que lleva ya 21 operaciones en la cara: «Reconstrucción de párpado, mandíbula, placas y tornillos... Me han tenido que hacer un cableado».

Habló con naturalidad, sin una sola queja ni rencor al toro. Todo lo contrario: «Siempre dije que no quería que la gente sintiese compasión de mí, ni salir a la plaza siendo víctima de nada. Esto me ocurrió con 18 años de alternativa y me consideraba lo suficientemente profesional. Me preparé al 200% para demostrar mi propia identidad». Y regresó a los pocos meses, en Olivenza: «Desde entonces he pasado las 500 corridas, lo que es un milagro de Dios. En aquel momento el torero salvó al hombre. Decidí afrontar la vida, tomar las riendas y prepararme. Me entregué en cuerpo y alma.

Cuando pierdes la visión y la audición, se crean inestabilidad y cierto vértigo, pierdes un poco de vista al toro». Amorós le preguntó por las secuelas: «La del oído es la que me atormenta. El acúfeno es un ruido constante, que solo se desconecta cuando duermo. Desde hace siete años no sé qué es el silencio».
«Desde hace siete años no sé qué es el silencio»
También se refirió al percance de Arévalo, cuando un toro le arrancó el cuero cabelludo: «Me asusté por la cara de los compañeros más que por lo que yo sentía. Tenía la "boina" en la mano y esa sensación no era agradable para nadie: Me puse la "boina" andando. Y les dije que no se alarmaran. A los días estaba toreando en SAn Fermín».

Habló del pasado, de su época con corridas catalogadas como duras: «Es un toro que exige mucho. Más que torear, hay que guerrear, incluso en el hotel desgastan mucho las sensaciones de la mente.

 Después he vivido la parte amable del toreo». Y llegaron «los logros de la Puerta del Príncipe, el indulto en México a Sonajero, de Villa Carmela... Pero antes también tengo, por ejemplo, el recuerdo de Platerito, un miura al que toreé a placer».

Un camino de rosas y espinas, coronado el 14 de octubre en Zaragoza, en su despedida de los ruedos españoles. Aquel toro «tenía nombres y apellidos desde hace tiempo». «Nunca le había brindado un toro a mis hijos -continuó-. Y ese toro quería brindárselo a ellos y a su madre, pero no fui capaz de llevarla a la plaza; he matado 1.400 corridas y no ha ido nunca». Recordó que en el brindis le dijo a sus hijos que «había aprendido mucho de ellos, que gracias por su cariño, y que ese toro tenía que ser también para la mujer que nos cuida en la intimidad, su madre».

Padilla regaló el vestido blanco y oro a su hija, escogido por ella misma. «Cuando llegamos a la habitación, Paloma, que es una niña muy pasional y consciente de que su padre no iba a torear más y en el fondo le duele, le dijo al mozo de espadas: "Juanito, ni se te ocurra quitarle ni una gota de sangre ni de sudor. Quiero guardarlo tal cual en la vitrina de mi habitación"». Y el capote de paseo para Martín, con la imagen de San Martín de Porres.

El torero jerezano es un hombre de fe: «El día de la despedida tuve el atrevimiento de salir con un micrófono a dar las gracias. Lo que salió en la plaza eran las palabras de Dios. Yo estaba hablando en el mismo sitio en que recibí la cornada. Ahí caí aquel 11 de octubre y ahí quiso dios y la Virgen del Pilar que resurgiera. Es prueba de lo grande que es Dios».
«Lo que salió en la plaza eran las palabras de Dios. Ahí caí aquel 11 de octubre y ahí quiso dios y la Virgen del Pilar que resurgiera»
Las lágrimas caían entonces por las mejillas del público. Padilla lanzaba un mensaje de esperanza:

«Hay que tener voluntad, disciplina, tenacidad y sonreírle a la vida. Los que nos vestimos de toreros elegimos una profesión libre y no podemos hacer daño a nuestros seres queridos. Yo no podía quedarme en la cama tras la cornada en el ojo y ver tristes a los míos. Hay que luchar. No tengo motivos para quejarme de nada». Los espectadores asistían emocionados al verbo de un hombre que no es víctima sino héroe, un admirable ejemplo de superación.

Todos querían seguir escuchándolo, como si sus palabras fueran la de un gurú, la de un hombre que había convertido el sacrificio en gloria, un torero que trasladaba la sentencia de que no hay imposibles. Pero era la hora del broche: el II Congreso Internacional de Tauromaquia, con Antonio Amorós -en representación del Ministerio de Cultura- como alma máter y trabajador infatigable para que saliera adelante, tocaba a su fin.

Y se hizo con una alusión a la cultura, a España y los toros, un tres en uno indisoluble. ¿Se imagina España sin tauromaquia?, le preguntó el crítico taurino de ABC. «No, no me imagino España sin tauromaquia. Me entristece hasta pensarlo. A los que amamos y respetamos el toro nos mataría. Y ojalá ni políticos ni animalistas lleguen a eso y tengan un mínimo respeto a una cultura forjada a través de los tiempos, una cultura que genera emociones y un motor socieconómico sin el cual se haría mucho daño al país. Se perdería lo más bello: la raza del toro». «Moriría España», remató Amorós.

La ovación a Juan José Padilla aún suena...

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