El Faraón de Camas y el líder de la radio española repasan la vida, obra y milagros del último mito de Sevilla en el encuentro 'Los toros y la radio'.
Carlos Herrera y Curro Romero en un 'selfie' del periodista @CarlosHerrera
Los mano a mano de Cajasol llegaron a su edición número 50 con un cartel fastuoso con la presencia de Curro Romero y Carlos Herrera con la moderación de José Enrique Moreno. Y todo fue ciertamente inolvidable. Lo fue la asistencia de todos los que encontraron la oportunidad de encontrar sitio en el salón; lo fue porque el tema del encuentro, Los Toros y la Radio, quedó en un plano secundario ante la personalidad del Faraón; lo fue porque, como bien dijo Carlos Herrera no fue un mano a mano, sino que Romero mató los seis toros con la ayuda suya como sobresaliente (al que por cierto le dejaron hacer algún quite).
Asistió mucha gente. Incondicionales de Curro, compañeros como Morante, Rafael Serna, Manuel Escribano y Pablo Aguado, amigos de antes y de ahora, el encuentro derivó pronto en los recuerdos del torero. No hubo nuevas historias, pero ahora, con la veneración que impone el paso del tiempo, esa misma anécdota de hace cuarenta o cincuenta años pareció nueva contada con la voz grave por los estragos del catarro de Francisco Romero López.
"Estoy regular", dijo Curro de entrada. Con la noche entrando en materia nadie lo hubiera dicho. Curro se fue acoplando al ambiente y al sillón y soltó sus muñecas. No hubo hilo conductor, todo fluyó de manera espontánea. Habló de su "desesperación cuando el toro tardaba en salir". Tuvo un recuerdo para los tiempos infantiles, cuando en la Peña Carlos Arruza de Camas, de la que era repartidor, escuchaba las retransmisiones con la voz única de Matías Prats. "Eran tiempos de mucho trabajo, pero en mi casa había alegría y no había penas". Contó que iba a los toros en Sevilla porque le daba el cartón para una entrada sin asiento un picador al que ayudaba a vestirse en la pensión. Y de nuevo contó que fue torero "porque era una forma de dejar de pasar fatigas". Trabajaba en el campo en la finca Gambogaz de Queipo de Llano, "un trabajo muy duro".
En un momento más distendido hubo un recuerdo para sus 7 salidas por la Puerta Grande de Madrid, "y alguna más porque a veces salí corriendo para que no me cogieran". Pero se habló también de las tardes malas. "Lo malo era la salida de la plaza. A veces tenía que esperar porque la gente me estaba esperando. Yo no lo entendía porque lo que pretendía era acabar pronto con toros a los que no les podía hacer nada, no quería aburrir a nadie, no eran petardos". Se habló de finales de corridas con objetos variados sobre el ruedo, los rollos de papel higiénico o las escupideras, pero "era que me reñían por lo que no habían podido ver. En Sevilla no me pasaba, decían cosas, pero no tiraban más que algunas almohadillas. Sevilla tiene mucha categoría para tirar esas cosas". Y finalmente lo dijo: "Hoy no hubiera sido torero. Este toro que sale ahora es muy alto, no es armónico... Antes en una corrida embestían cinco o seis toros; ahora es un milagro que lo haga uno.
Al toro de antes había que darle distancia para torearlo; ahora hay que meterse en su terreno. Así es imposible que fluya el toreo bueno".
Habló de la profesión como algo único. "El torero es el único artista que ejerce su labor con dos mil personas detrás corrigiéndole. ¿Se imagina alguien a un pintor ante un cuadro con la gente diciéndole cómo tiene que pintar? Yo necesitaba el silencio para torear. Por eso dije una vez que el público que más me gustaba era el del tenis. Nunca he estado a gusto en plazas donde la gente canta y come durante las faenas, aunque los respeto".
Todo derivó en los recuerdos. Habló de su afecto por los gitanos, de su admiración y amistad con Camarón, del brindis en Utrera a Benito Villamarín y el regalo de mil pesetas que compartió en una comida con la cuadrilla, de Caracol el del Bulto, mozo de espadas de Gallito y padre de Manolo Caracol, un genio lleno de ingenio... El mano a mano era un concierto de palabras emocionadas de Curro Romero, al que José Enrique Moreno y Carlos Herrera le ayudaban de forma puntual para que tomara impulso. Ya el encuentro caminaba hacía su epílogo cuando de manera sorprendente se levantó el telón del teatro y todo quedó envuelto en la magia del piano de Dorantes y la voz aterciopelada y maravillosa de Marina Heredia. Cantó la hija del Parrón una nana, pero todo quedó eclipsado por el Orobroy que interpretaron el artista de Lebrija y la genial cantaora, amiga incondicional de Curro.
Como en sus tardes de gloria, saludó con torería con el gesto emocionado de volver a encontrar el cariño de quienes lo tienen en el pedestal de sus más intensas vivencias toreras. El escenario de inundó de nuevo de romero. Cincuenta ediciones de los mano a mano que en un giro de tuerca volvieron a Curro, que hace 10 años fue el primer invitado, junto a José Mercé, a este ciclo donde el toreo es protagonista.
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