Don Juan Carlos y Enrique Ponce, en Las Ventas ANTONIO HEREDIA
El apoyo incondicional del Rey a la Tauromaquia probablemente nunca haya sido lo suficientemente valorado por sus habitantes de su planeta. Juan Carlos I heredó la pasión por los toros de Doña María de las Mercedes, la raíz de la rama taurina de la familia: la Infanta Elena, Felipe, Victoria Federica... Hay quienes recelan. Por la estigmatización acomplejada -monárquica en este caso- y tal. Incluso en tiempos de acoso y derribo. En 40 años de democracia ningún presidente del Gobierno, ninguno, ni del PSOE ni del PP, ha asistido a una corrida de toros en el ejercicio de su mandato. El jefe del Estado, la pieza clave del último medio siglo en España -este país en el lenguaje descontaminado de los estigmatizaditos- lo ha hecho constantemente. Desde Sevilla a Bilbao pasando por Madrid. Su presencia en Vista Alegre y en la reinauguración de San Sebastián fueron hitos históricos. Una provocación innecesaria según algunos, adivinen quiénes. No se preocupen: ahora Felipe VI no les va a estigmatizar.
Bajo el paraguas de la Monarquía constitucional cupieron todos desde el 78. Como caben en una plaza de toros. Escupir al paraguas que te permite escupir es lo que se lleva. Era un puntazo esgrimir la rebeldía del republicanismo -ni puta idea del desastre que supuso la II República española, pero molaba la pose- entre algunos matadores que negaban el brindis al viejo Monarca. Que luego de la ineducada grosería, traducida como un ejercicio de libertad, les recibía en el Palco Real con generosas laudatios a su valentía, a su temple, a su arte, o con elegantes excusas para las complicaciones del toro y la tarde.
Don Juan Carlos cumplió el pasado 5 de enero 81 años. Se lo celebraron el día antes en petit comité y no faltó un torero en su mesa. Semper fidelis.
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