martes, 14 de mayo de 2019

«Fogoso»: un gran tercio de varas



En una encastada corrida de La Quinta, el público se pone de parte de los toros y no se cortan trofeos



 Andrés Amorós

Como diría don Pedro Muñoz Seca, la primera fue La Quinta. Arranca la Feria de San Isidro, la más larga e importante de todo el mundo taurino: se lidian toros de la ganadería de La Quinta, encaste Santa Coloma, muy valorados por la afición madrileña. Los primeros en el éxito son también los toros, de bella estampa, cuatro cárdenos, casi todos aplaudidos, en el arrastre. Sobre todo, el quinto, «Fogoso», que protagoniza un vibrante tercio de varas, en el que también destaca el picador Juan Francisco Peña, muy aplaudido. La corrida ha tenido movilidad y transmisión, aunque varios han embestido con la cara a media altura y no han sido fáciles, para el torero. Los tres diestros, buenos profesionales, solventan la papeleta pero no logran triunfar. No se cortan trofeos ; sólo saludan Rubén Pinar y Javier Cortés, en uno de sus toros.

En 1872, el escritor italiano Edmundo de Amicis comprobó que «la inauguración de las corridas de toros en Madrid es mucho más importante que un cambio de ministerio». No creo que un viajero actual tenga una opinión diferente. Su importancia rebasa el localismo, aunque la alcaldesa Carmena, por sectarismo, no quiera enterarse. Dictaminó el norteamericano Ernest Hemingway: «Si queréis realmente aprender todo lo que se puede aprender sobre las corridas de toros y si habéis llegado a enamoraros de ellas, tarde o temprano tendréis que ir a Madrid». Mejor, teprano –añado yo– para ver toros encastados y una afición exigente.

El albaceteño Rubén Pinar ha pasado diversas peripecias, a lo largo de su trayectoria: fue subiendo, abrió la Puerta Grande, bajó, sufrió un delicado percance, se ha consolidado como un serio profesional. En la línea de los diestros de su tierra (Dámaso González, por ejemplo), en su estilo predomina el mando y el temple. El primero lo brinda al doctor Máximo García Padrós (sufrió una cornada en su última actuación, en Las Ventas). Es el menos claro de los seis. Rubén Pinar intenta lidiarlo pero no logra ningún brillo. Y mata regular. El cuarto sale manseando pero lo cuida bien y saca su buena clase. Brinda al público y parece que puede haber faena porque traza muletazos largos, templados, de mano baja, en ese estilo «albaceteño». El toro es noble, permite algunos momentos lucidos pero la faena no cuaja, se produce la división, parte del público se pone de parte del animal (algo típico de Madrid, en estos casos). Después de un intento fallido, logra una buena estocada y saluda, con cierta división.

Javier Cortés es un valiente torero madrileño, muy respetado por esta afición; de hecho, es uno de los que actuó más tardes en Las Ventas, la pasada temporada. Esta tarde, es el que más cerca está del triunfo pero tampoco lo alcanza. En el buen tercero, se queda quieto, aguanta con clasicismo las vibrantes arrancadas; cuando el toro se va parando, se cruza al pitón contrario, como debe ser. Sin embargo, el toro va a más y la faena, a menos. Mis amigos sevillanos sentenciarían: «Ha ganado el de negro». Mata de estocada tendida y saluda. En el quinto, se produce el momento más emocionante de la tarde: «Fogoso», un cárdeno de 575 kilos, derriba con facilidad al caballo. Cortés lo luce, colocándolo de lejos: en la primera vara, acude con alegría; desde el centro del platillo, le cuesta más pero mueve bien el caballo el picador Juan Francisco Peña y acaba arrancándose: surge una gran ovación al toro y al varilarguero. Brinda al público: el toro repite con emoción y Cortés aguanta, en una porfía emocionante, logra algunos naturales largos pero el posible éxito se va diluyendo. No mata bien. Y es el toro el que recibe la gran ovación.

El francés Thomas Dufau ha toreado poco fuera de su tierra pero sabe ya lo que es cortar aquí una oreja. Demuestra su intención yéndose a porta gayola y se libra por pelos de un grave percance. Luego, se entrega, con voluntad, sin lograr que prenda la chispa del entusiasmo. No mata bien. El último es un pedazo de toro de 635 kilos que, a pesar de eso, se mueve mucho. Dufau se muestra firme, en un trasteo voluntarioso; se justifica pero nada más. Mata trasero.

Con este tipo de toros, es habitual que los aficionados madrileños más exigentes se pongan de su parte y desmerezcan algo lo que intentan los diestros. De todos modos, gracias al toro «Fogoso» y al picador Juan Francisco Peña, hemos vivido la emocionante belleza de la suerte de varas: eso que algunos taurinos pretenden que desaparezca, por considerarla inútil. Espero que nunca lo consigan.
POSTDATA. El segundo toro de la tarde se llama «Bailaor», como el que mató a Joselito, en Talavera de la Reina. Si ahora es habitual retirar el número de la camiseta de un jugador de baloncesto o de fútbol, cuando se retiran, ¿no sería lógico no volver a llamar a ningún toro bravo con ese nombre? Muchos poetas lo han mencionado, en sus obras. Por ejemplo, Rafael Duyos: «Que, en Castilla, Bailaor, / con sus astas afiladas, / al mejor de los espadas / le ha roto la vida en flor». O Ramón de Garciasol: «¿Cómo fue? ¿Cómo fuiste, en la vacada, / hijo de Bailaora y Canastillo, crecido entre la jara y el tomillo, / ensayando en el monte la cornada?». También le dedican versos, Ángel Peralta, Luis López Anglada, Carlos Murciano… Con la cantidad de nombres posibles, me gustaría más que se hubiera elegido otro, por respeto al más grande torero de toda la historia.

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